sábado, 9 de febrero de 2013

Lavagna, con Macri

El ex ministro de Economía y el jefe de Gobierno se reunieron varias veces. El acuerdo no está cerrado, pero impactaría fuerte.

Por Roberto García
Lidió con divas, casi como el director de la Scala de Milán. Y si pudo congeniar en Boca con la prima donna más caprichosa, Juan Román Riquelme, además de otras egocéntricas estrellas como Maradona y Bianchi –aunque muchos dicen que poder, en estos casos, fue retroceder cargado de moretones–, parece dudoso que no logre convencer a Roberto Lavagna de que sea su expresión política en la Capital para las elecciones de octubre como candidato a senador. Para algunos, esta postulación es un fait accompli, luego de un par de reuniones que Mauricio Macri mantuviera con el ex ministro de Economía y otras posteriores de entusiastas adláteres por el posible casamiento.

Hasta el momento, no se conocen los términos del eventual entendimiento, menos las demandas de Lavagna, reconocido por su elevada autocotización a pesar de que no siempre el mercado político le reconoce ese valor. Aun así, parece que ambos personajes –al menos en el distrito porteño– encontraron la tuerca justa para su propio tornillo.

Lavagna, quien en alguna ocasión pudo fantasear con la misma candidatura impulsado por Daniel Scioli, quizá perciba que el gobernador por ahora no emprenderá un camino propio alejado del cristinismo. Por lo tanto, a él sólo lo tendrán en cuenta para algún asado secreto en La Ñata. Y para su interés personal como senador porteño, deberá admitir que en Capital es mucho más sustantivo el aporte del macrismo (el aparato, obvio) que el del sciolismo desde el otro lado de la General Paz. A su vez, Macri incorpora –siempre y cuando se formalice el convenio– a una figura con respetable influencia entre los porteños, de mayor peso que cualquier otro PRO en el electorado (debe imaginarse la indignación de Gabriela Michetti ante esta posibilidad y la alegría de quienes desean verla rezagada), y que lo exhibe con una amplitud política menos restringida a la que habitualmente se lo califica. Finalmente, se lo admitió como millonario y de Boca, hasta logró salir campeón. También se restituiría una perspectiva de asociación que sólo parecía unirlo al mundo de los candidatos famosos, y si son ricos mejor, sugerencia que le atribuyen al asesor Duran Barba. Ya que, para ser aspirante serio en la Argentina, se requiere estructura territorial y fama de índole diversa, razón por la cual Cristina –al margen de aciertos o no– conserva una primera línea de adhesiones que alimentan todavía la quimérica re-reelección o enjuagues electorales que le garantizarían sosiego en el próximo mandato con algún delfín (por decir un ejemplo no contemplado siquiera: Scioli a la presidencia, Ella a la gobernación de Buenos Aires).

Al margen de las pavadas que a veces distraen al periodista, convendría observar consecuencias si se complementan Lavagna y Macri: uno de los dilemas en su grupo será la abundancia y convivencia de economistas cercanos, ya que a Martín Redrado lo cultivaban para alguna lista porteña y en la bonaerense participa en la interna Carlos Melconian. Pocas veces se vio a un jefe de Gobierno rodeado por tantos profesionales de la economía, no precisamente amigos entre ellos. Pero la suma de Lavagna, aparte de resquemores intestinos, quizás habilite la búsqueda de otros acuerdos del PRO en un territorio clave como Buenos Aires. Al PRO, con internas o famosos, no le resulta suficiente el envión para perforar en ese distrito al peronismo, menos para rebanarle una porción, que vendría a ser el objetivo prioritario en cualquier sociedad encabezada por Macri. A pesar de que tampoco se sabe el modo en que tanto el ingeniero boquense como Lavagna habrán de postergar –si van juntos– sus manifiestas ambiciones presidenciales, ya que la empresa conjunta tiene fecha de conclusión apenas finalicen los comicios de octubre. A menos que hayan cambiado sus objetivos, Macri se vaya a estudiar a Bologna con su familia o el economisma se reduzca a pretender la jefatura porteña en lugar de otro sillón más tentador. Demasiadas conjeturas cuando ni siquiera los protagonistas han confirmado que quieran entrar del brazo a la iglesia.

Una noticia de estas características no alegra en Olivos, aunque el clima sombrío de los últimos meses en la residencia se modificó con una encuesta reciente que le otorga esperanzas a la principal inquilina. A pesar de otros datos cotidianos que, desde la economía, la abruman. Sea por esta ambivalencia informativa o por alguna otra razón, Ella mantiene una contradicción explícita hasta en actos menores: acaba de afirmar que su difunto marido fue el mejor presidente del país, no le alcanzan palabras y emoción para sostenerlo y, al mismo tiempo, altera medidas que Néstor había propiciado. Por ejemplo, arrasó con esa alquimia de nacionalización que ensayó en YPF junto a Repsol y la familia Eskenazi, desplazando a un grupo íntimo; lo mismo se ordenó ahora con el Belgrano Cargas: interviene tres empresas elegidas por El y dos gremios que El impuso (Camioneros y Ferroviarios, una sociedad esotérica porque nadie podía suponer que un empresario razonable podía desear como socio a Moyano y a Pedraza). En la misma vía se endereza, en apariencia, un viejo negocio de Alfredo Yabrán en los aeropuertos que hasta hace poco dominaba un preferido de los K: Eduardo Eurnekian. Esos emprendimientos van a la intervención. Quizá corresponde, pero no hay que olvidar que provienen del mejor presidente, según Ella.

Acertó Cristina, eso sí, cuando instruyó a sus funcionarios para que no viajaran en vacaciones al exterior, sobre todo a Miami y al Uruguay, una forma de evitar escraches. Casi una pitonisa a quien no hizo caso Axel Kicillof, comprensiblemente: tiene una casa en la Banda Oriental y se obstina en usarla. Olvidó el funcionario que el escrache es una “forma válida de participación democrática”, según el manual de quinto año del Ministerio de Educación (pág. 41) y, a pesar del anónimo y penoso repudio que atravesó, tal vez salvar el río le sirvió para preguntarse por la economía de un minúsculo país, no precisamente liberal, que ha crecido más del doble que sus poderosos vecinos y que ha encontrado destinos nuevos para sus exportaciones, justo el año en que se le disparó la inflación (5% anual) y aumentó el gasto público (al que juran corregir). Mientras, la Argentina y Brasil guardan una peligrosa dependencia mutua para colocar sus productos, y en Buenos Aires se repite, con orgullo, que el Estado ha creado empleo. Debe haberlo acumulado, crear tiene otro sentido. Y no sólo en economía.

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