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jueves, 28 de febrero de 2013

La última batalla

Por Gabriela Pousa
Intentando el optimismo podría decir que estamos a un paso de darnos cuenta que ya es tarde. Tarde para ser democráticos y republicanos, y es que muy difícilmente pueda modificarse un ápice de esta realidad si no es a través de métodos similares a los empleados para llegar hasta adonde hemos llegado.

El atropello y el mal trato hoy son políticas de Estado.

El gobierno ha puesto a la oposición en la situación de padecer un mal mortal frente a una farmacia cerrada con el antídoto en la ventana.

¿Romper o no romper el cristal? Quizás ese sea el debate más urgente que se debe dar. Porque mientras los opositores esperan que reabra la farmacia, el kirchnerismo ya rompió y violó dos veces puertas y ventanas.

Mientras se juega a las respuestas éticas y correctas, el oficialismo borra toda norma y regla, y la sociedad guarda un silencio cada vez más parecido al de los cementerios.

El gobierno avanza por los cuatro puntos cardinales, no es ciego como muchas veces parece. Cuando toca un flanco débil no se retracta, pero tampoco persiste en su afán de vencerlo. El mentado 8N la gente le puso un tope al uso indiscriminado de la cadena nacional, recuérdese que se llegó a utilizar 4 veces en una semana y ese hito parecía no menguar.

De algún modo se comprueba entonces que el gobierno no hace sino aquello que se le permite. Y al kirchnerismo, esta visto, se le ha permitido mucho o todo quizás. Persistir en la permisividad no modificará lo que hay.

¿Qué falta? Aceptar mansamente un adelanto de calendario electoral, otro artilugio del estilo “testimoniales” como ser diputados “vocacionales” (léase: con vocación de quedarse) o similar, que termine dando quórum para el paso final: la reforma constitucional. “No se puede”, de acuerdo pero tampoco se podía prorrogar las facultades delegadas, ni usurpar los fondos de las AFJP, ni expropiar Ciccone calcográfica…

Cristina Kirchner no se frena frente al límite moral. Urge desesperadamente que los políticos de la oposición salgan del microclima donde ya hay pleno conocimiento de la perversidad oficial, y recorran el otro país, el asistido a perpetuidad. Muy interesantes los twitters de todos ellos pero no llega ni a un 50% la franja social que maneja esa herramienta digital.

Hay otra Argentina, postergada, mutilada de futuro y ajena en demasía a esta indignación nuestra de cada día. Sin tiempo para el análisis, hastiada, marginada y consecuentemente manipulada para ser llevada como rebaño al cuarto oscuro a votar.

Asombrarse luego con el documental que muestra la evidencia de ello es tan ingenuo como ruin. Esa película se ha pasado un sinfín de veces sin que se reaccione a tiempo. Y “a tiempo” no es un mes antes del acto electoral sino ya.

La mayoría, sino el total de quienes acceden a este análisis sabe perfectamente a quién no votará. No tiene idea, sin embargo, aquel que sólo puede depositar energías e interés en el plato de comida diario. Desde luego puede existir un grado de insatisfacción y hartazgo por cuanto son diez años de relato contrastando con la realidad, pero ese grado de malestar o hastío se corresponde con el existente para con toda la clase dirigente.

Se está instalando el “son todos iguales“, y de allí a la absoluta indiferencia a la hora de votar no hay distancia válida. Para muchos será lo mismo votar al nuevo que al que está, y si esta última opción amerita planes sociales o “ventajas” – que en rigor de verdad no son tales -, ¿por qué no se lo ha de votar?

Convengamos que para un porcentaje grande de la sociedad, la política aún es un enigma indescifrable. Son miserables hoy pero también lo fueron ayer, y sólo supieron de algún bienestar tan furtivo como efímero.

Si algo no ha aumentado con la gestión actual es la educación. Por el contrario, el retroceso en este sentido ha sido y es eximio. Si a este estado de cosas se suma la incorporación de un Marcelo Tinelli al circo mediático politizado, puede darse un paso más hacia atrás. Quienes creen que el pase de aquel de un canal a otro no afecta en nada, desconocen el poder de influencia que tiene la televisión. Estas negociaciones no se hacen en vano.

Ellos van sumando aún granos de arena, el resto permanece en la queja y en la creencia vana del “yo sé todo” y en la falsa inferencia que lleva a pensar que mi hartazgo es equivalente al de los demás. Y no. Así pensaba, lamentablemente, gran parte de la clase ilustrada ecuatoriana, idéntico razonamiento tuvo ese reducto venezolano. Hoy es caro el costo que están pagando por tamaña ingenuidad.

Se me dirá que las movilizaciones recientes por el aniversario de la tragedia de Once o la negativa al memorándum con Irán fueron más masivas de lo que se esperaba. Pero entonces se verá que sólo se está contemplando a la ciudad Capital. Y hay vida más allá… O habrá que aumentar el nivel de nuestras expectativas quizás.

El “éxito” del kirchnerismo en gran medida se nutre de esa inconsistencia en el pensar que todos reciben de igual manera lo producido en el laboratorio social.

La única forma de paliar esta desenfrenada carrera hacia lo que no tiene regreso, es asumiendo que el grado de operaciones políticas que lleva a cabo el gobierno sólo puede ser contrarrestado mediante un nivel de “adoctrinamiento” semejante. Si únicamente “adoctrina” el kirchnerismo está cantado el destino.

El rol que cumpliera en su momento el obispo Piña en Misiones para frenar la eterna reelección de Carlos Rovira, es el rol vacante todavía en el resto de Argentina. Y ese rol lo ocupa la oposición o arrasa la propaganda oficial.

El proselitismo no es tarea de una etapa de campaña, al menos no en este país mermado y diezmado en lo esencial. La ignorancia hace mella, y al populismo demagógico no se lo combate con una concepción elitista de la realidad.

Si amén de visitar pasillos de un canal de cable donde se emiten programas de interés político y frecuentar el microclima de Twitter y Facebook, no se va más allá y se embarra de barro los zapatos, lo que resta es despedirse ya ni siquiera de la democracia sino de la libertad y la paz.

Está claro que la última batalla debe darse en este escenario donde no hay reglamento que valga, y donde el gobierno utilizará todas sus artimañas. Habrá que analizar si la única solución no es utilizar, al menos, las mismas armas.


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