Por Roberto García |
La oposición hace la plancha. O espera los errores del
oficialismo para alimentarse. Como no son pocos los errores, algunos personajes
engordan. Ni advierten que, en algunos casos, estarán fuera de estado para la
batalla electoral de octubre, cada vez más fundamental con relación al 2015: es
que ciertos punteros políticos sostienen que ya es tarde para constituir una
alternativa, lo que ellos describen con el verbo “armar”. Al menos, tarde en
algunos distritos (Buenos Aires, por ejemplo) para “armar” ese polo de
fuerza, lo que significa –al margen de
acuerdos políticos– la imprescindible logística previa en las intendencias y,
sobre todo, la posterior.
Claro, uno se refiere a las eternas picardías que se
registran en todos los comicios, antes y después, trámites en los que el
justicialismo desborda experiencia. Tarde entonces, quizás, si se piensa que
entre mayo y junio deberá conformarse el esqueleto principal de las listas que
competirán en octubre. De ahí que ciertas dilaciones e indefiniciones personales
comiencen a ser sospechosas, como si la morosidad constituyera una política
encubierta para dejar afuera de la contienda a infinidad de voluntarios que
aguardan un líder. O algo parecido. Muchos ni se darán cuenta mientras se miran
en el espejo que ya tocó el timbre de la salida. De ahí la premura que exhibe
José Manuel de la Sota (en marzo lanza un acto como si este año se votara para
presidente), la reticencia de Daniel Scioli y Sergio Massa aguardando un mismo
premio de la dama, sea por delegación o por necesidad extrema y las últimas
apariciones de Jorge Capitanich y Juan Urtubey levantando la mano para
agraciarse con una bendición.
Este juego de gordos anónimos y ambiguos candidatos, heteros
u homos de la política según los casos favorece a la Casa Rosada, especialmente
en el distrito bonaerense, ya que en otras provincias clave (Córdoba, Capital,
Santa Fe) el oficialismo kirchnerista dispone de escasa adhesión. Como si el
mismo fenómeno de “armar” también fallara en ese sector o a causa de que Julio
De Vido sólo concentra gastos y atención en Buenos Aires, la madre de todas las
batallas, como repite el periodismo sin luces esta frase trajinada. Con ese
refugio de votos y la tendencia mundial a que los oficialismos hoy se mantengan
en el poder por la anomia de los habitantes con las propuestas políticas, para
Cristina una elección con el 40% de los votos no resulta un objetivo
complicado, sosteniendo luego desde el atril
que la acompaña el pueblo como primera minoría aun en elecciones de
medio tiempo. Todo un logro, podrá invocar, aunque ese porcentaje no garantice
el “vamos por todo”. Sí garantiza, en cambio, que sin Ella a otros candidatos
les resultará difícil imponerse. No les alcanza lo que tienen y ya es medio
tarde para “armar”.
Podría decirse que hacer la plancha, en todo caso, sería un
remanso apropiado para el Gobierno. Pero éste requiere, como esos obsesivos de
la limpieza, el orden o la puntillosidad, aun contra sus intereses, como los
piromaníacos –habitualmente detallistas al extremo– desarrollar una actividad
sin pausas, con escasa reflexión, voluntarista, hiperkinética. A pesar,
inclusive, de que se viva en vacaciones. Lo que implica esa manía, en
ocasiones, molestias a otros y equivocaciones mayúsculas ya que viene con el abecedario aquella
consigna de que moverse en la ciénaga apresura el hundimiento. Le pasa esa
penuria en una economía indomable y, ahora, inopinadamente le ocurre en la
fiesta de gala que había preparado para lucir el más preciado vestuario: el
memorándum, devenido tratado con Irán,
amenaza no concluir con un brindis, sino en la pesadilla menos deseada. Vivir
con resaca sin haber bebido.
Para las desventuras económicas –¿de qué otro modo habría
que calificarlas si a cada rato imponen medidas correctivas al mismo tiempo que
pregonan un mundo propio maravilloso y exento de la contaminación universal?–
todavía queda completar el recetario trillado de José Ber Gelbard, versión
Guillermo Moreno o las telarañas de Isaac Deustcher, versión Axel Kicillof. Tan
atrabiliarios que ni los recuerda History Channel. Aunque los protagonistas,
con razón, podrán afirmar que están a la vanguardia del pensamiento económico,
ya que hace 48 horas Paul Krugman le recomienda al mundo que emita más y que
gaste más (como el gobierno argentino) para impedir la recesión y el desempleo,
que si fuera necesario hasta que se apele a una guerra –es una inferencia de
sus teorías, claro– para construir luego lo que la destrucción produjo. Pequeño
Malthus ilustrado. Aunque todos saben que, en todo caso, el problema argentino
de este año no pasa por ese criterio doctoral sino por el infantilismo de una
cosecha estupenda, precios altos para la soja y el eventual fiado que pueda
brindar algún proveedor de energía (se evita mencionar el contagio favorable de
Brasil porque hoy pesa más que un mastodonte). Con esos elementos primarios y
hasta sin necesidad de funcionarios controversiales, tal vez el Gobierno salve
la ola. Y si le toca mojarse por fallos contrarios en los juzgados
norteamericanos por los acreedores, difícilmente esas aplicaciones sean
inmediatas, pasarán a otras generaciones y la Casa Rosada dispondrá de tiempo
suficiente para no inundarse antes de las elecciones.
Si el Gobierno en su hiperactividad complica la economía
como hasta ahora, más inaudito parece el esfuerzo físico en que puede derivar
el caso Irán. Se puede aceptar que, por salir del punto muerto de las pesquisas
por los atentados, de buena fe el Gobierno intentó una fórmula de negociación
semejante al caso Lockerbie (la bomba que explotó en un avión en el aire
colocada por terroristas libios), olvidando notorias diferencias con ese
episodio, entre ellas la persuasiva introducción de un misil en la casa del
finado Muamar Kadafi que hasta le arrebató un hijo. Hoy le cuesta al Gobierno
explicar y comunicar sus intenciones a buena parte del mundo, a los argentinos
en general y, en particular, a la comunidad judía que, después de ciertas
dudas, ahora milita contra esa iniciativa. De la cual, no se vislumbra ganancia
para la gestión oficial, menos para el país, quizás cierta ventaja en un
reconocimiento para la administración de Irán y, sobre todo, una vez que
comparezcan sus autoridades en ese tribunal informal, poder circular por
algunos sectores del Universo sin el reclamo de captura por parte de Interpol.
Es que por el sólo hecho de hablar, aunque no digan nada, más temprano que
tarde saldrán del código rojo que los inhibe.
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