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viernes, 8 de febrero de 2013

El realismo mágico de la economía argentina

La ciudadanía ya se dio cuenta de que las subas de sueldos no siempre significan mayor poder adquisitivo. Crecimiento mediocre y peor distribución.

Por Enrique Szewach
Los economistas llamamos “ilusión monetaria” a la sensación de mejora económica que genera el aumento nominal de los ingresos, cuando la gente “olvida” corregir, por la tasa de inflación, el monto que recibe. Así, un incremento de sueldos del 20% puede crear la ilusión, en quien lo recibe, de ser más rico, hasta que, al intentar transformar esos mayores ingresos nominales en más bienes y servicios comprueba que, ante una tasa de inflación, de, por ejemplo, 25%, lejos de un mejor ingreso, tiene ahora uno peor.

Obviamente, este fenómeno ilusorio resulta, por lo general, transitorio. De repetirse esta situación sistemáticamente, los perjudicados se “avivan” y pierden esa inocencia nominal.

En ese sentido, la vasta y prolongada experiencia inflacionaria de la Argentina ha dado lugar a una mayoría ciudadana libre de esta patología. Todos hacemos la cuenta “real” y no la nominal, cuando se trata de nuestros ingresos, nuestros ahorros, o nuestros gastos.

Por eso resulta, al menos curioso, que el relato oficial insista en vanagloriarse de incrementos nominales de diversas variables, como si el Gobierno estuviera integrado por ciudadanos crónicamente enfermos de “nominalidad”. Es tan extendida esta modalidad de anunciar con bombos, aplausos y vivas aumentos nominales de todo tipo que, más que ilusión monetaria, parecemos haber desarrollado nuestra propia versión del “realismo mágico” latinoamericano que, casualmente, tuvo su apogeo en los 60 y 70 del siglo pasado.

En efecto, no sólo los anuncios de aumentos salariales, de jubilaciones, o de transferencias o subsidios sociales se hacen sin tener en cuenta la tasa de inflación acumulada o esperada, sino que esta forma de ver la realidad incluye los balances de las empresas (que, al no estar ajustados por inflación, muestran ganancias que en muchos casos son pérdidas y se pagan impuestos, distribuyen dividendos o se premia a sus ejecutivos, sobre la base de datos ficticios); o la recaudación impositiva, que todos los meses bate récords nominales; o las utilidades del Banco Central (en este caso, hay otro realismo mágico al generar “ganancias por diferencias de cambio” en los “vales de caja” nominados en dólares que el Gobierno deja en el activo del Banco Central cada vez que retira dólares de las reservas, con la complicidad y anuencia de gran parte del arco opositor que aceptó este esquema). Ni qué hablar del supuesto Fondo de Garantía de Sustentabilidad de las jubilaciones que, pese a ser un supuesto fondo previsional, carece de cálculo actuarial alguno y que, lejos de crecer extraordinariamente, está cayendo. O de los rendimientos de las colocaciones en pesos en el mercado de capitales. O de los costos efectivos de los créditos, etc.

Lo grave de esta deformación de la realidad es que se traduce en conformismo y continuidad de una pésima política económica, cuyas consecuencias están a la vista. En materia macroeconómica, ya se refleja en el actual escenario de tasas de crecimiento mediocres (aunque, justo es reconocerlo, estancados en niveles altos de producción y ventas, en general) y creciente dependencia de variables exógenas (clima, política monetaria de la Reserva Federal, devaluación y crecimiento brasileño, etc.).

En materia sectorial, como no todos los precios se ajustan al mismo ritmo, y la estructura de los mercados depende de caprichos regulatorios o poder de lobby, las rentabilidades relativas no se mueven en función de ventajas competitivas y calidad de management, lo que afecta una eficiente asignación de recursos.

Y en aspectos distributivos, dado que, más allá de saber que los aumentos reales no son tales, como la capacidad de conseguir “ajustes por inflación” de los ingresos depende del poder de negociación y/o presión de cada sindicato, se da la paradoja de que el Gobierno termina tomando medidas que sólo favorecen, y por un ratito, a los asalariados que más ganan, financiados por los que menos ganan (prioridad a rebajas en el Impuesto a las Ganancias y no en los impuestos al trabajo). La buena noticia, sin embargo, es que todavía podemos dejar el realismo mágico en el exclusivo campo de la literatura y copiarle al resto de la región las políticas adecuadas para mejorar sustentablemente la calidad de vida de la sociedad.

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