Por Enrique Szewach |
Los economistas llamamos “ilusión monetaria” a la sensación
de mejora económica que genera el aumento nominal de los ingresos, cuando la
gente “olvida” corregir, por la tasa de inflación, el monto que recibe. Así, un
incremento de sueldos del 20% puede crear la ilusión, en quien lo recibe, de
ser más rico, hasta que, al intentar transformar esos mayores ingresos
nominales en más bienes y servicios comprueba que, ante una tasa de inflación,
de, por ejemplo, 25%, lejos de un mejor ingreso, tiene ahora uno peor.
Obviamente, este fenómeno ilusorio resulta, por lo general,
transitorio. De repetirse esta situación sistemáticamente, los perjudicados se
“avivan” y pierden esa inocencia nominal.
En ese sentido, la vasta y prolongada experiencia
inflacionaria de la Argentina ha dado lugar a una mayoría ciudadana libre de
esta patología. Todos hacemos la cuenta “real” y no la nominal, cuando se trata
de nuestros ingresos, nuestros ahorros, o nuestros gastos.
Por eso resulta, al menos curioso, que el relato oficial insista
en vanagloriarse de incrementos nominales de diversas variables, como si el
Gobierno estuviera integrado por ciudadanos crónicamente enfermos de
“nominalidad”. Es tan extendida esta modalidad de anunciar con bombos, aplausos
y vivas aumentos nominales de todo tipo que, más que ilusión monetaria,
parecemos haber desarrollado nuestra propia versión del “realismo mágico”
latinoamericano que, casualmente, tuvo su apogeo en los 60 y 70 del siglo
pasado.
En efecto, no sólo los anuncios de aumentos salariales, de
jubilaciones, o de transferencias o subsidios sociales se hacen sin tener en
cuenta la tasa de inflación acumulada o esperada, sino que esta forma de ver la
realidad incluye los balances de las empresas (que, al no estar ajustados por
inflación, muestran ganancias que en muchos casos son pérdidas y se pagan
impuestos, distribuyen dividendos o se premia a sus ejecutivos, sobre la base
de datos ficticios); o la recaudación impositiva, que todos los meses bate
récords nominales; o las utilidades del Banco Central (en este caso, hay otro
realismo mágico al generar “ganancias por diferencias de cambio” en los “vales
de caja” nominados en dólares que el Gobierno deja en el activo del Banco
Central cada vez que retira dólares de las reservas, con la complicidad y
anuencia de gran parte del arco opositor que aceptó este esquema). Ni qué
hablar del supuesto Fondo de Garantía de Sustentabilidad de las jubilaciones
que, pese a ser un supuesto fondo previsional, carece de cálculo actuarial
alguno y que, lejos de crecer extraordinariamente, está cayendo. O de los
rendimientos de las colocaciones en pesos en el mercado de capitales. O de los
costos efectivos de los créditos, etc.
Lo grave de esta deformación de la realidad es que se
traduce en conformismo y continuidad de una pésima política económica, cuyas
consecuencias están a la vista. En materia macroeconómica, ya se refleja en el
actual escenario de tasas de crecimiento mediocres (aunque, justo es
reconocerlo, estancados en niveles altos de producción y ventas, en general) y
creciente dependencia de variables exógenas (clima, política monetaria de la
Reserva Federal, devaluación y crecimiento brasileño, etc.).
En materia sectorial, como no todos los precios se ajustan
al mismo ritmo, y la estructura de los mercados depende de caprichos
regulatorios o poder de lobby, las rentabilidades relativas no se mueven en
función de ventajas competitivas y calidad de management, lo que afecta una
eficiente asignación de recursos.
Y en aspectos distributivos, dado que, más allá de saber que
los aumentos reales no son tales, como la capacidad de conseguir “ajustes por
inflación” de los ingresos depende del poder de negociación y/o presión de cada
sindicato, se da la paradoja de que el Gobierno termina tomando medidas que sólo
favorecen, y por un ratito, a los asalariados que más ganan, financiados por
los que menos ganan (prioridad a rebajas en el Impuesto a las Ganancias y no en
los impuestos al trabajo). La buena noticia, sin embargo, es que todavía
podemos dejar el realismo mágico en el exclusivo campo de la literatura y
copiarle al resto de la región las políticas adecuadas para mejorar
sustentablemente la calidad de vida de la sociedad.
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