Por Tomás Abraham (*) |
¿Por qué no hay publicidad comercial y tan sólo propaganda
gubernamental en Fútbol para Todos? Es de imaginar que la razón no se debe a la
exigencia de alguna cláusula en la Ley de Medios. Es muy probable que el costo
de la transmisión pueda ser solventado en gran parte sino en su totalidad por
firmas privadas. Si esto así ocurriera, tendríamos una nada desdeñable
contribución a la democracia por el hecho de que no se usa un canal público en
beneficio de los intereses corporativos de un sector político que ocupa
transitoriamente la Casa de Gobierno.
Y haría más creíble la intención de que la ley apunta a una mejor distribución de los medios masivos de comunicación.
Y haría más creíble la intención de que la ley apunta a una mejor distribución de los medios masivos de comunicación.
El fútbol televisado en las actuales condiciones, que
permiten la apropiación de su imagen por el Estado, tiene su público. No son
todos, son pocos. La mayoría de los argentinos hace otra cosa y ve programas
diversos sin abocarse a mirar tres o cuatro veces por semana los partidos de la
fecha. El 90% de los estadios está semivacío. Nos hemos habituado a que cante
una sola hinchada porque otra tiene prohibida la entrada. El amistoso entre
Rosario y Newell’s fue un caso extremo. Las hinchadas no se encontraron, los
equipos no se enfrentaron, y sin verse la cara ni jugar, la violencia explotó
en cada una de las canchas. Eso también es Fútbol para Todos.
Pero la palabra “todos” se usa mucho. Recordemos el ’78 y la
fiesta de “todos”. Los que dicen que tienen a todos por detrás es porque
quieren reventar a unos cuantos que se les ponen enfrente. El fútbol, todos lo
saben, interesa cada vez a menos. Que radio Rivadavia transmita Barcelona vs.
Getafe con su relator y el comentarista narrando en un estudio lo que ven por
televisión y se comuniquen en exteriores con un cronista que anuncia un gol de
Defensa y Justicia, muestra que el fútbol, antes que otras actividades lúdicas,
se encamina hacia el modelo de Titanes en el ring. No son pocos los programas
que hablan de fútbol en los que la puesta en escena es circense. No siempre
entretenida, a pesar de los gritos programados por simuladores a bajo costo.
Macri dice que con esa plata quiere hacer escuelas. La
Presidenta decía que con la 125 quería hacer hospitales. No van a hacer nada.
De todos modos, el fútbol es de las pocas cosas que quedan para evitar nuestro
mortal aburrimiento.
La tribuna popular es de adolescentes y patotas armadas. La
platea es de una clase media que se desgañita con insultos hacia el equipo contrario,
hacia el propio equipo, contra el referí, contra el técnico y contra el cuñado.
El fútbol ya no es popular. El referente pueblo no es más que un símbolo de
patanes de la cultura. Los llamados movimientos populares hace décadas que
dejaron de serlo. Quedan pequeños grupos armados a las órdenes de caciques.
Volvemos a la época anterior a la ley Sáenz Peña. El discurso nacional y
popular es un fenómeno netamente burgués. Ni siquiera nac & pop. Funciona a
puro pogo. Su “relato” chorrea resentimiento de clase media: envidia, venganza,
cola de paja. A ningún obrero, trabajador, cuentapropista, monotributista,
laburante en negro, le interesa lo que dicen Cristina, Abal Medina, Macri,
Solanas, ni siquiera Moyano o el periodismo político con sus estrellas. La
gente quiere laburo, que no la maten y que no la jodan. La única utopía de
masas realmente existente.
La política nacional es la farándula de la burguesía
mediatizada. Y el fútbol es parte de esa política. A los que nos gusta el
fútbol, seguimos al Barça, al Madrid, al Manchester United y al City, queremos
saber qué pasa con los jugadores de la Selección que juegan en Europa. Es el
fútbol de los ricos, y padecemos nuestro pobre fútbol. Pero rinde. Es lo que
nos queda.
Dicen que con la plata que se invierte en Fútbol para Todos
se podría hacer otra cosa. Mentira. Con esa plata, ni este ni otro gobierno
harían nada salvo “construir poder”; en argentino: distribuir prebendas. Es
posible que Fútbol de Primera, en el 13, fuera una mejor solución dominguera al
ver todos los compactos con sus comentarios en poco tiempo y con un ritmo,
aunque ficticio, más dinámico. Al menos no veríamos los interminables partidos
en los que se le pega a la pelota con la canilla. La calidad no importa. A
veces, cuanto peor es un partido más divertido resulta. No es culpa de los
jugadores, en su inmensa mayoría rehenes de contratos falseados, laburantes con
sueldo atrasado y promesas incumplidas. La corrupción de los dirigentes tampoco
importa. Es inclusiva. Parece que lo único importante es que le sacaron la
exclusividad a Clarín. Pase lo que pase, nadie quiere olvidar el fútbol. Es el
sueño de los que nada tienen. Los padres arremeten contra el técnico de
infantiles porque no hace jugar al hijo. Los entrenadores dicen que ninguno quiere
jugar de defensor. La meta es Messi. Etcétera.
Creo que en la Argentina nos hemos quedado sin tema. El
Fútbol para Todos apenas lo es. Cada semana hay que inventar algo para llenar
el vacío. A veces es una cosa truculenta, como el gambito jurídico con Irán, o
hechos siniestros, como ciertos asesinatos bien seleccionados que tienen que
ver con lo que se llama “tragedia” del Once. El resto es un verso hueco. Por
pudor y vergüenza ajena, no hablaré de la polémica sobre los árboles de la 9 de
Julio. A veces alguien nos despierta de este sopor rioplatense. Laura Ginsberg
vuelve a hablar después de años y, como aquella vez frente al edificio de la
AMIA, patea el tablero y desnuda nuestra hipocresía y nuestro conformismo bien
ajustados al fraude moral y la estafa ideológica. Habla de lo que no queremos
que se sepa: la conexión local. Pero el show debe continuar. Y continúa para
los futboleros. Sigo siendo hincha de fútbol. Primero del mismo fútbol. Luego
de la Selección. Después de mi club. Es una lástima que lo secuestre el Estado.
Lamentable imagen usada por la Presidenta pero reversible. Es posible que el
Gobierno no quiera que empresas que son parte del crecimiento económico del que
tanto se jacta no aparezcan con su nombre en la torta publicitaria. Le sería
insoportable que compitieran con la imagen redentora que da de sí mismo. No
quiere que se sepa que no hace más que recaudar y confiscar lo que sectores
productivos con sus obreros, técnicos, gerentes y empresarios generan cada día.
Debe ser por eso que no quiere correr el riesgo de que petroleras, gaseosas,
calzados deportivos, bancos, líneas aéreas, paguen el Fútbol para Todos con un
dispendio que puede ser varias veces inferior al conseguido por “Bailando” de
Tinelli. No quiere otros nombres junto al Fútbol para Todos. No lo quiere para
todos, lo quiere para sí. Ni quiere que el negocio, la organización y la
resonancia social del fútbol estén fuera de su tutela, manipulación y
vigilancia.
(*) Filósofo - www.tomasabraham.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario