miércoles, 6 de febrero de 2013

Como Putin: Alternativas para la eternización populista

Sólo el triunfo de una coalición opositora podrá impedir la autosucesión presidencial, plan que no necesita ni reformar la Constitución: alcanzaría con hacerlo "a la rusa", que Cristina sea la jefa de Gabinete del futuro gobierno.

Por Luis Gregorich
El ministro del Interior, Florencio Randazzo, acaba de declarar que "la reforma constitucional no está en la agenda de la Presidenta". ¿Por qué una afirmación tan taxativa? ¿Acaso se trata de una renuncia expresa a seguir con el "relato" kirchnerista a partir de 2015?

Los gobiernos populistas de Venezuela y la Argentina se ven enfrentados, aunque en el marco de circunstancias muy diversas, al problema de la sucesión. El caso venezolano no dispone, más allá de eventuales manipulaciones constitucionales, ni de tiempo ni de espacios políticos; depende estrictamente de la supervivencia física del jefe del régimen.

Por ello sus subordinados han tejido una red de protección y reemplazos, que parece asegurar, al menos por el momento, la continuidad de la experiencia populista.

La situación de Cristina Kirchner, con tres años de gestión presidencial por delante, es aparentemente más holgada, pero parece complicarla el hecho de no contar, dentro del marco constitucional, con una cláusula que autorice la reelección indefinida, lo que sí ocurre en Venezuela. También otros líderes populistas de la región, como Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua, han conseguido sucederse a sí mismos, o están a punto de hacerlo, siempre en comicios libres.

El populismo latinoamericano tiene las mismas fronteras ideológicas que su detestada socialdemocracia (mejor distribución de la riqueza, aunque sin cambios estructurales en la sociedad). Es más gritón y prefiere las movilizaciones al consenso, y se somete religiosamente a líderes carismáticos, con lo cual reincide en la tradición del caudillismo continental.

Mientras la socialdemocracia tradicional suele estar conducida por profesionales de clase media, los caudillos populistas pueden provenir de cualquier estrato social. Lo demuestra el entramado reciente de jefaturas populistas latinoamericanas, en las que no han faltado ni millonarios rentísticos ni militares de carrera ni sindicalistas ni ex guerrilleros francamente aburguesados.

El populismo dice necesitar décadas para solucionar los problemas sociales y económicos de los países en que gobierna. Y dado el sistema de personalismo autoritario que practica, requiere sucederse a sí mismo, porque la figura del líder representa, en teoría, la voz del pueblo y la unidad de los diferentes. Entre nosotros, el rechazo de la reforma constitucional cohesionó por un tiempo a los opositores y preocupó al Gobierno. Pero cabe preguntarse si el variopinto arco opositor aprovechó la coyuntura favorable sumando otros contenidos, y si la causa de la re-reelección, es decir, de la autosucesión de Cristina Kirchner, está definitivamente bloqueada, por más declaraciones ministeriales que haya.

Primer objetivo incumplido: la oportunidad de la oposición. Hace unos meses pensábamos que había empezado a salir de su letargo. Ningún acto posterior lo confirmó. En un año electoral, los opositores se disputan candidaturas, pero carecen de liderazgos.

A pesar de la mala gestión económica del Gobierno, con dilapidación de recursos, cepo cambiario, falta de inversión, pereza en proyectos de infraestructura (largo plazo en general), y graves errores en transportes y energía, la oposición no supo transmitir un contramensaje a la población. Binner quedó golpeado por la crisis narcopolicial de Rosario; Macri gastó mucho tiempo en (no) viajar en subte, y los radicales, ya se sabe, son buena gente, pero tienen sus límites. Ni Barletta, ni Cobos, ni Sanz, ni Ricardo Alfonsín han ido ganando el consenso que necesitan. Lilita Carrió, de gran temple ético, despreció por completo las estrategias políticas. Y eso se paga.

Cuando falta el carisma, no hay modo de fabricarlo, aunque una sustantiva exposición mediática modera las carencias. Y si la cultura de las individualidades no aporta, hay que darle lugar a la cultura de la coalición. En este contexto, frente a una poderosa y desprejuiciada coalición oficialista, lo más desafortunado resultan frases del tipo de "Mi límite es Macri?". Ningún dirigente opositor democrático, y menos el que aporta tropa propia, puede ser considerado un límite. La triste verdad es que los internismos estériles pesan más que las diferencias ideológicas. En cuanto a coaliciones en la región, el mejor ejemplo es el de la Concertación Democrática chilena, que ha reunido a partidos tan diferentes como el Socialismo y la Democracia Cristiana.

Las perspectivas de la oposición dependen de la inteligencia y generosidad de sus jefes. Si ellos quieren ser los que sucedan a Cristina Kirchner en 2015, están obligados a ganar dos elecciones: la del año actual, para evitar la reforma constitucional con re-reelección incluida, y la de 2015, igualmente (ya se verá por qué) para evitar la re-reelección, esta vez sin tocar la Constitución. Se sabe cómo debería llevarse la campaña, aunque es más fácil decirlo que hacerlo: los mejores candidatos a la cabeza de las listas en cada distrito, siempre bajo el paraguas de la coalición. Y un programa mínimo como bandera de campaña, acompañado por la silenciosa construcción de una innovadora plataforma de realizaciones, superadora del populismo.

Otro candidato a la sucesión, que ambiciona con convertirse en una especie de "mediador" entre oficialismo y oposición, es Daniel Scioli. Además, le gustaría ser el que convoque a los fragmentos dispersos del peronismo. Pese a su buena imagen popular, la tarea se le presenta ardua. Ya no puede ser el candidato de Cristina, genera fuertes rechazos del sector "progresista" y tiene poco apoyo legislativo. Su gestión en la provincia de Buenos Aires tiene más sombras que luces, sobre todo en materia de seguridad. Y, por fin, ni siquiera es de origen peronista: pertenece al grupo de personajes del deporte y la farándula (como Palito Ortega y Carlos Reutemann) que Carlos Menem trajo al partido.

Como se ve, las ofertas opositoras y cuasi opositoras son hasta ahora frágiles. No queda sino volver a analizar la autosucesión. Todos los sondeos indican que Cristina Kirchner no obtendrá los dos tercios del Congreso que necesita la reforma constitucional. Pero ¿realmente esa reforma le es indispensable para retener el poder? No se trata de soñar con la inesperada expansión de Máximo ni de imaginar jornadas épicas en las calles ni de llevar a cabo la instauración de una nueva institucionalidad. Todo puede ser más fácil.

Véase lo que hizo Vladimir Putin, el principal dirigente de la Rusia postsoviética. Tras cumplir dos períodos presidenciales (2000-2008), no pudo acceder a un tercero por razones constitucionales. Pidió entonces a uno de sus más íntimos colaboradores, Dimitri Medvedev, que fuera el candidato del partido de ambos a la presidencia. Medvedev aceptó y ganó. Y designó primer ministro (un cargo no electivo) a Putin. En 2012 Putin volvió a la presidencia.

La escena se ilumina con nitidez. En 2015 Cristina tiene, en principio, dos opciones: puede no presentarse a nada, o bien puede aceptar una candidatura testimonial en la provincia de Buenos Aires, acompañando en ambos casos a una fórmula del tipo de "soldados fieles", como Boudou-Alicia Kirchner (Boudou debería mejorar un poco). Una vez ganada la elección, Cristina dimite a cualquier otro cargo y asume como jefa de Gabinete, con amplia delegación de funciones. El "efecto Putin" vuelve inútil la reforma.Y a esperar 2019.

No habría nada ilegal; sólo una pequeña contravención ética. Y el aviso a los opositores de que el "no" a la reforma es bueno para sumar voluntades, pero no impide la eternización populista. Sólo la impediría -seamos realistas- una improbable pero no imposible victoria de una coalición opositora en las elecciones de 2015.

© La Nación

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