Por Roberto García |
Cuando Cristina, en jornadas como este fin de semana, decide
descansar, ver las florcitas, algún film, comentar el embarazo de su nuera,
olvidarse de los tacos y copiar a su marido difunto (que utilizaba los
mocasines como chancletas), quizás se interrogue sobre el sentido de una
profesión que la enciende pero la extingue y, al revés de lo que desean unos y
detestan otros, el dilema que la acosa –más que continuar en un nuevo ciclo
presidencial sobre el que tanto se conjetura– se reduce a la forma en que
concluirá su mandato.
Drama que acecha a otros mandatarios, a perder o prestar la
batuta, a desintegrarse antes de tiempo, pasar de la tapa a la página 27 de los
diarios, empalidecer en suma como diva mientras asoman otras que se prueban su
casi nunca repetido vestuario.
Y ni siquiera, en su caso, dispone hasta ahora de la garantía de un sucesor verosímil que defienda o proteja su modelo, según sus palabras, mientras sus opositores sostienen que la búsqueda de perpetuidad personal o de la herencia a dedo obedece a otras razones menos ideológicas.
Y ni siquiera, en su caso, dispone hasta ahora de la garantía de un sucesor verosímil que defienda o proteja su modelo, según sus palabras, mientras sus opositores sostienen que la búsqueda de perpetuidad personal o de la herencia a dedo obedece a otras razones menos ideológicas.
En materia sucesoria, Daniel Scioli –quien ayer reapareció
luego de su periplo italiano para agradecer a su equipo por la pertinacia en
defender su gestión–, además de indeseado, se ha vuelto una astilla lacerante.
Hasta pronunció declaraciones que la irritaron en lo personal, inolvidables (“Yo
no hice la plata con la política”, sostuvo antes de viajar teledirigiendo el
mensaje). Nunca antes se había expresado tan críticamente. Como si hubiera
llegado a un límite, luego de que Ella y El lo fastidiaran, lo disminuyeran y
jibarizaran durante años. En parte de ese ciclo de destrato, Scioli se tapaba
los oídos ante quienes le insinuaban la posibilidad de apartarse del
kirchnerismo, de tomar otra vía, de que podía ensayar aspiraciones por su
cuenta sin necesidad de Cristina, incluso enfrentándola. Se negó, pero
escuchaba. Y ahora, esa duda cambió de bando, se revirtió: es Cristina la
atribulada, quien discurre sobre la conveniencia de mantener a disgusto en su
grey al gobernador o apartarlo como la Iglesia hace con sus disidentes.
Cuidadosa, mientras piensa ante las plantitas, reclama que no lo insulten o
agredan; pero todos aquellos que le rinden culto a Cristina, que la acompañan
en las convocatorias con banderas y cánticos, a quienes Ella les habla en
particular al finalizar los actos, sólo aguardan un guiño para lanzarse contra
Scioli. En verdad, parece una cuestión de tiempo esta definición cristinista.
¿O acaso alguien imagina que esa muchachada creyente del “proyecto” acompañará
a Scioli, hará como los Montoneros que seguían con fe en Perón cuando sabían
que éste los había mandado liquidar?
Para colmo, además, nadie ignora que el gobernador y el
intendente de Tigre, Sergio Massa, los más odiados dentro de la pureza étnica
del oficialismo, mantienen entre ellos línea directa y cordial, frecuente y
defensiva. No usan celulares, tampoco teléfonos fijos, menos internet –a nadie
habría que explicarle la razón–, se reúnen presuntamente en secreto de vez en
vez y disponen de un correveidile hasta ahora insospechado por la Casa Rosada.
Se supone. Una astilla doble, entonces, casi conspirativa si la interpreta un
Mefisto del círculo, un edificio en construcción con entrega una parte en
octubre de este año y final de obra en 2015. Siempre y cuando no haya una
cautelar, por decirlo de algún modo, que paralice el emprendimiento.
Mientras deambula por esta prioridad, la Presidenta este
lunes lidiará con dos cuestiones de política exterior: Irán por un lado, Gran
Bretaña por el otro. Habrá quien acepte que, si hasta ahora nada se pudo hacer
por las acusaciones a funcionarios iraníes por los atentados a la embajada
israelí y a la AMIA, que países involucrados en la guerra como Israel, EE.UU. y
parte de Europa se desentendieron ya de esos asesinatos, una alternativa de
real politik podría ser este juicio sin valor de sentencia a realizarse en la
propia tierra de los imputados. Al margen de las objeciones de ciertos
expertos, habrá que recordar la habitual contumacia iraní para dilatar
cualquier problema. En Naciones Unidas, cuando George Bush condenaba a Irán como
“eje del mal” con pretensiones de invasión, las autoridades de ese país le
pidieron al canciller Carlos Ruckauf que les enviara una carta para que el
gobierno de Teherán atendiera los reclamos judiciales argentinos. Irán luego
sostuvo que Ruckauf había pedido perdón por las imputaciones de la Justicia
argentina, episodio que hubo de aclararse en dos ocasiones: una, cuando se
mostró la carta y, dos, cuando a través de distintos testimonios se desmintió
que había una segunda carta secreta. En el medio, alboroto, pérdida de tiempo y
cambio de líderes.
Quizás Cristina, con su real politik, logre algún resultado,
aun a riesgo de que en las declaraciones futuras Irán demuestre –siempre aludió
a los autoatentados– que la investigación argentina fue incorrecta, falsa,
desviada adrede. Sería un golpe tremendo para el Gobierno: el país ha
consagrado y consagra ingentes gastos en las dos pesquisas en todos estos años
transcurridos.
Menos real politik se observa, en cambio, en la cuestión de
los kelpers con Malvinas. Por el razonable temor de perder un gramo de
soberanía, el país no acepta a los habitantes de las islas en ningún tipo de
negociación. Así lo desea Gran Bretaña, tan experta como los iraníes en dilatar
y embarrar conflictos, particularmente interesada en continuar la porfía por
los intereses pesqueros en el archipiélago y por las desavenencias futuras
sobre la Antártida.
La Cancillería, como en el caso actual del debate con Irán,
debería mostrar un rasgo de imaginación al respecto, ya que la posición actual
es idéntica a la de un canciller del Proceso militar, quien orondo un día
declaró: “Los kelpers no interesan porque entran todos en el cine Opera”. No
sólo el pensamiento es el mismo a pesar del transcurso de las décadas, lo que
inquieta es la falta de iniciativa para modificar esa sepultura diplomática.
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