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Por Tomás Abraham (*) |
La ceremonia de la Fragata Libertad fue un manjar del cielo.
La propaganda anunciada con más bombos que platillos nos auguraba que la
Presidenta recibiría a la recuperada fragata en el puerto de Mar del Plata. Y
no fue así. La tripulación esperó durante horas hasta que la primera mandataria
descendió desde el firmamento sobre la plataforma de la nave. La música de
acompañamiento a esta aparición angelical disfrutada gracias a C5N y otros
canales públicos, combinaba las composiciones del Stabat Mater de Palestrina,
con variaciones de Haydn, Scarlatti, Vivaldi, Rossini, Liszt, Dvorak, Poulenc,
con arreglos corales y órgano comparables a la Cabalgata de las Walkirias de
Apocalipse Now.
Una vez en tierra y ya sobre las aguas, saludó a la mayoría
de los navegantes con un “lamento la espera” –suponemos que su movimiento de
labios cada vez que daba la mano expresaba este pedido de comprensión– (lamento
la espera… lamento la espera… lamento la espera…), no precisamente la espera de
tres meses en Ghana gracias a la habilidad de nuestros servicios exteriores,
sino la de las horas en formación inútil hasta que llegara la protagonista de
la jornada.
Todo aconteció al revés de lo esperado. En realidad, nadie
recibió a las víctimas de buitres y caranchos, sino que, por el contrario,
fueron los cautivos del mar quienes le dieron la bienvenida a la señora de
Kirchner, con el fondo bullanguero de los feligreses. El discurso fue de neto
cuño antiimperialista. La primera mandataria no tuvo medias tintas en su ataque
contra el menem-kirchnerismo que gobernó al país hace veinte años contrayendo
deuda, regalando YPF a cambio de regalías convertibles, y haciendo volar fuera
del cepo bonos en dólares desde Santa Cruz a la estratosfera.
La alocución fue muy festejada desde el muelle. No tanto por
los marineros que desde el raso al más prominente esperaban a sus familias que
a su vez ansiaban ver después de larga espera a sus hijos, padres, novios,
esposos y hermanos, cuando no amigos, que aunque un poco irritados por ser los
patos de la boda, lo hicieron con la conciencia militante de que la patria
primero, la parentela después. Finalmente, a pesar de la información dada por
los organizadores del espectáculo sobre ciertos cambios en la programación, no
faltó Fuerza Bruta, sino que, por el contrario, hubo suficiente.
Dilemas y
sacrificios. Propongo dejar de lado por un momento el teatro de comedias
propicio en esta temporada de verano, para pasar a otro tema. Nadie duda de la
importancia de las declaraciones de los hermanos Darín y de Maradona, o las que
puedan hacer Sebastián Estevanez y Piñón Fijo sobre la realidad nacional, pero
sugiero hablar aunque fuere un momento de política. Supongo que estaremos de
acuerdo en que la política no es una película de cowboys con John Wayne o Alfonso
Prat Gay de uniforme confederado y Lee Van Cleef u Horacio González de pieles
roja. Lo interesante de este tipo de práctica que tiene por objeto el poder, y
el saber del que es depositario, es que los problemas que plantea no tienen
solución. Las soluciones teóricas de acuerdo al paradigma demostrativo derivan
del lenguaje matemático como así también los enunciados de los problemas que
resuelven. Y no existe la ciencia política, ni la ciencia de la vida en
sociedad. No hablo de las hormigas. En el área correspondiente a las conductas
humanas las ramas del conocimiento como la neurología, la farmacología y la
ingeniería genética, no han podido aplicarse al dominio de la ética, ni al de
la economía o de la política, ni siquiera al de la psicología, al menos hasta
que el inconsciente pueda ser auscultado por un tomógrafo.
Los seres humanos hasta nuevo aviso no son artefactos a
pesar de los intentos por convertirlos en tales. Hasta que esta tentativa no
tenga un completo éxito, la política es interesante por los dilemas que plantea
y por el sacrificio que impone. No hay soluciones, hay decisiones, y se paga
por las mismas. Estamos en el dominio de lo conjetural, de lo probable y
contingente. No hay ciencia exacta en lo concerniente a estas cuestiones.
Esta es la dificultad que deberían aceptar kirchneristas y
antikirchneristas pasionales. Nadie les pide que para que su entusiasmo místico
o su indignación tengan algún grado de validez deberían ofrecer las razones de
su beatitud o la garantía de un programa alternativo de gobierno. No se trata
de gritar a viva voz en cuello patria sí colonia no para que no pensemos en
Jaime o Vandenbroele, o del otro lado, callar o proponer medidas positivas.
Sino la de resignarse a que los problemas argentinos no tienen solución. Al
menos esa solución por la que el mal puede eliminarse y el bien triunfa.
Tal lo dicho por Don Draper, el protagonista de Mad Men que
en el primer año de la serie, una noche en que lo humillaban unos jóvenes de la
contracultura sesentista por pertenecer al mundo de la publicidad y trabajar
para el sistema, respondió: “el sistema no existe, el universo es indiferente”.
La globalización también.
La política es un negocio y se hace lo que se puede. Duro y
cuadrado pragmatismo. Por supuesto que existen las ideologías, claro que sí.
Nadie lo niega. Hay gente que no tiene ningún problema en matar, o en mandar a
matar, o en apoyar que se mate, en nombre de la Justicia. Que la solución sea
levantar un paredón no es sólo una frase de taxista. El resto es relato, que no
deja de tener importancia, nadie lo duda, no sólo de pan vive el hombre, de
sueños y mentiras también.
Nuestro relato dominante, el que más gusta, el que más
rinde, es el llamado nacionalismo popular. Puede tener una vertiente fascista u
otra socialista, y, por lo general, gracias a sucesivos esfuerzos y con suerte
disímil, se ha logrado conciliar ambas perspectivas. Su enemigo principal es el
liberalismo, doctrina calificada de copetuda, paqueta y, por qué no decirlo,
gorila.
Hoy el nacionalismo popular nos dice que el Estado es bueno
y el mercado es malo. Por eso compramos vagones chinos y guardamos los belgas.
Para no ser repetitivos ni mascullar bronca, creo que no habría mucho más que
agregar a la historia de nuestras ideas que parecen no ser más que una. El
relato nacional es así, fue así, y será así. Una manía. Pero sugiero dejar de
lado por un momento nuestro sentimiento de haber sido permanentemente violados,
para elaborar otro tipo de diagnóstico, quizás menos pornoépico.
Estados fallidos.
Desde mi punto de vista que es falible, incierto, mutable, lo reconozco, las
dificultades nacionales van por otro camino.
Lo resumiré de este modo. En la década del noventa apareció
la doctrina por la cual se tomaba conocimiento de la existencia de estados
débiles. La visión del mundo del neoliberalismo luego de la caída del Muro,
sostenía que hay un centro imperial rodeado por municipalidades. Argentina era
concebida como un municipio. Recibía dinero de acuerdo a un porcentaje de la
coparticipación mundial. Esto hasta el 97, fecha de la caída de los mercados
asiáticos. Era débil por una razón sencilla: no tenía autonomía financiera ni
moneda propia y era sumamente frágil ante los intentos de vaciamiento en divisa
fuerte. La experiencia de Alfonsín como última fase de una historia
hiperinflacionaria era una prueba del hecho.
El mundo viró una vez más y emergieron nuevos obstáculos.
Luego de la caída de las Torres Gemelas, se lanzó al mundo la idea de la
aparición de los estados fracasados o fallidos. Esta vez el problema ya no se
sustentaba en los movimientos financieros y la endeble política fiscal de este
tipo de unidades políticas, sino de la falta de control sobre la violencia en
territorios propios. Por ejemplo, el terrorismo, el narcotráfico. Argentina era
proclive a convertirse de acuerdo a este vocabulario, en un Estado fracasado.
Estimo que Néstor Kirchner tenía absoluta conciencia de la
primera falencia y ninguna sobre la segunda. Su política económica estaba
dirigida a tener no sólo un sobrante de caja sino reservas suficientes para
resistir cualquier embestida del poder financiero.
Respecto a la segunda instancia, el hecho de descolgar el
cuadro de Videla y pregonar que no habría ningún muerto por represión en su
gobierno, pretendió acotar a estas dos loables medidas todo el problema de lo
que llamamos inseguridad. Es decir, mafias, grupos de tareas al servicio de
caudillos políticos, barras bravas armadas, personal policial fuera de toda
posibilidad de control estatal, etc.
Hoy en día se tiene la certeza de que moviendo un par de
piezas es posible tumbar en el futuro cualquier gobierno que no negocie con el
submundo de la violencia. La misma Presidenta confirmó, después de los últimos
saqueos, los antecedentes del caso en lo que atañe a las caídas de los
gobiernos radicales desde el inicio de la democracia. Nada dijo sobre el poder
de fuego y desestabilización contra próximos gobiernos no kirchneristas, si los
hay.
Hoy el Estado que Kirchner quiso fortalecer, está débil. Falta
el verde billete, y salva por ahora el verde poroto. Se le suma el problema de
la mal llamada “seguridad”, o la bien llamada protección del Estado sobre la
vida y bienes de las personas que viven en su territorio. Sin hablar de la
libertad, que no es sólo una fragata.
Por eso desde mi punto de vista, la gobernabilidad argentina
tan delicada por su debilidad y sus fallas, depende de cuatro variables. Vaca
muerta. Verde poroto. Auto brasileño. Ladrillo argentino. Los cuatro jinetes de
nuestra plusvalía.
Si brota gas en las rocas subterráneas de Neuquén. Si
Chicago sigue cotizando la soja a más de US$500 la tonelada. Si Dilma consigue
hacer despegar un poco la estancada economía del gran hermano. Si el cepo cede
y el ladrillo vuelve a ser negocio. Si esto sucede, la sociedad argentina, en
sus mayorías, querrá más de lo mismo. Si nada de esto sucede, querrá que se
vayan todos.
De ahí mi sugerencia a la pasionaria K y anti K. No busquen
pescado podrido en el otro estanque. Pesquen en aguas menos turbias. Y menos
aún pidan tolerancia y mayor cordura, porque no la sienten.
Basta con saber que no hay solución, hay posibilidades. No
es poco. Además existe la suerte, esa bendita suerte.
(*) Filósofo.
www.tomasabraham.com.ar
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