Por Armando Caro Figueroa |
Las responsabilidades
políticas
El primero de esos ámbitos se rige por principios políticos
que, por ejemplo, obligan al sospechado ponerse a disposición de los jueces,
facilitar la investigación y, llegado el caso dimitir sin perjuicio de ejercer
su defensa y ampararse en la presunción de inocencia. Por supuesto las citas
electorales son el gran tribunal donde se depuran las responsabilidades
políticas por delitos, por impericia o fracasos; en las urnas, los ciudadanos
tienen la oportunidad de castigar a ineptos y corruptos.
Sin embargo, hay que alertar contra las manipulaciones del
poder para descalificar a opositores y encubrir a los amigos. Una tarea
sencilla en aquellas naciones donde el poder del Estado controla los medios de
prensa y sus líderes -relegibles y carentes de escrúpulos- mienten para
destrozar la honra y las carreras políticas de sus adversarios.
La presencia de partidos políticos contribuye a mejorar la
selección de gobernantes y, también, a excluir de la vida cívica a quienes se
corrompen. Para lograrlo disponen de tribunales de conducta que prestan
señalados servicios a la moralidad pública. A su vez, los cuerpos de control
republicano (sindicaturas, auditorias, comisiones parlamentarias, consejos con
representación de las minorías) son otra barrera contra la criminalidad de los
gobernantes.
Adviértase entonces que quienes gobiernan despreciando la
ley y están dispuestos a enriquecerse, procurarán destruir a los partidos
políticos, bregarán por relecciones indefinidas, desatarán campañas
difamatorias, controlarán la información que pudiera afectarles y se esforzarán
por dominar o esterilizar a los órganos de control.
La responsabilidad
penal de los gobernantes
Dando por descontada la existencia de Códigos Penales sin
fisuras por donde puedan filtrarse impunidades, el castigo de los delitos
cometidos desde el gobierno depende de la existencia de jueces independientes y
dotados de los medios necesarios para investigar delitos complejos.
La independencia judicial es vital entonces no solo para
castigar a los culpables, sino también para absolver a los inocentes y romper
las mallas de protección que desde el poder suelen tejerse para ocultar los
delitos propios. Existe, no obstante un problema que es necesario abordar para
lograr sentencias justas y rápidas: la injerencia de los gobiernos sobre los
jueces. Una intervención, ciertamente perversa, que se ejerce unas veces
controlando los órganos de nombramiento, superintendencia y disciplina del
Poder Judicial, y otras, lanzando campañas para influir en la opinión pública,
bien desacreditando a los jueces, bien poniéndolos en la encrucijada de tener
que absolver o condenar a quienes ese mismo poder, antes y en sus discursos
públicos, condenó o absolvió.
La responsabilidad
ética
Las democracias adelantadas abrieron el camino de este orden
de responsabilidades creando Tribunales de Ética. Un camino que siguió la
Argentina (y que debieran seguir la Provincia de Salta y el Municipio de la
Capital) al promulgar, al final de los años 90, la Ley 25.188, que sin embargo
nadie se atrevió a profundizar poniendo en marcha la Comisión Nacional de Ética
Pública, un ente que debería funcionar en el ámbito del Congreso de la
Nación, con participación de las minorías, y cuya ausencia priva a nuestro país
de una poderosa herramienta de control con capacidad para emitir sanciones
ético-políticas.
Estos graves problemas se vincula estrechamente con otro de
gran envergadura: El financiamiento de la política y de las elecciones que,
también en la Argentina y en Salta, demandan cifras multimillonarias que, en
muchas ocasiones, sobre todo en casos de debilidad de los partidos políticos,
se obtienen de fondos oscuros que proveen la delincuencia política o común, o
personas interesadas en lograr retornos y tratos de favor.
La criminalidad de los gobernantes es un problema en donde
se juega la viabilidad de la democracia. Pero es buen advertir que la vieja
costumbre de “meter la mano en la lata” viene hoy amparada y potenciada por
nuevas redes y cerebros que saben que la mejor manera de lograr impunidad es
sembrar la sospecha de que todos quienes frecuentan la política son malvados y
delincuentes.
© armandocarofigueroa.blogspot.com.ar
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