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Por Gabriela Pousa |
Para muchos no significa nada. Los más
perjudicados por la inflación, los sectores postergados no se movilizan los
fines de semana largos. La clase media obra siempre de idéntica manera: primero
el estupor y la queja por los decretos antojadizos de la jefe de Estado, y
luego a preparar el bolso y los autos…
Son las contradicciones características del
argentino medio, precisamente las mismas que nos trajeron a este presente
decadente si no en todos los aspectos, en la mayoría de ellos. Desde ya
que las generalidades son injustas, excepciones hay. De no haberlas sólo
restaría encaminarse a Ezeiza o resignarse a una eterna mediocracia regida por
diferentes o iguales satrapías.
Pero volvamos a ese hecho que parece nimio frente
al resto de los acontecimientos que son del dominio público. Enero
termina con un día no laborable (poco importa a los fines de este análisis que
sea por única vez) Febrero se inicia con los carnavales, “redimidos” en el año
2010 por la Presidente en una de sus tantas decisiones populistas y demagógicas.
Así consta en el Boletín Oficial a través de los decretos 1584 y 1585, firmados
por Cristina Fernández y todos sus ministros.
Qué el 2013 coincida con el bicentenario de algunas
batallas y combates emblemáticos de nuestra historia, sirve también de excusa
para sumar días no laborables. Lo peculiar del caso fue que, no hace mucho tiempo,
la mismísima mandataria argentina se dignó “retar” al Premier inglés por
conmemorar la última batalla de Malvinas. “Las batallas y las guerras no
se celebran”, dijo.
Cristina hizo estas declaraciones ante el Comité de
Descolonización de Naciones Unidas en Nueva York, en Junio último.
Contradicciones acorde a la metodología kirchnerista.
Todas estas nuevas recordaciones de actos patrios
protagonizados por las FFAA, no se condicen sin embargo, con el respeto
institucional que el gobierno ha tenido y tiene para con los uniformados.Tampoco
parecen tener demasiada relevancia en las cátedras de historia nacional. Hoy
por hoy, la mayoría de los chicos en edad escolar no pueden identificar fechas
claves como ser el día de la independencia, o el día de la bandera, por citar
apenas dos entre las más relevantes.
Esta situación se ha agravado gracias a la colaboración del gobierno nacional y popular que establece para cualquier tipo de hecho histórico o acontecimiento patrio, idénticas organizaciones: recitales y festivales donde el protagonismo lo tienen los grupos de rock (siempre y cuando comulguen con el modelo), y multitudes llevadas en micros, previo “vale” para el choripan. No hay diferencia entre conmemorar y celebrar.
Ni siquiera el 20 de
Junio pudo recordarse a Manuel Belgrano y ver flamear la bandera celeste
y blanca pues, predominaron trapos colorados y el discurso presidencial
enfatizó las “hazañas” de “Él”, y el “vamos por todo” de
ella.
Como fuera, hay fiesta y show se trate de recordar
tragedias, fechas patrias o caprichos de la Presidente. Ni siquiera varía la audiencia:
aplaudidores oficiales, y jóvenes embanderados detrás de La Cámpora, Kolina,
Unidos y Organizados, en definitiva, un nombre que no diferencia ni identifica.
Ahora bien, ¿por qué insistir en un tema así con
todo lo que está pasando? Justamente por eso: por todo lo que está pasando. ¿Es malo que el pueblo se
entretenga? Aquí la respuesta es más compleja. Si no se analiza con un poco de
profundidad, se dirá que nada mejor que la alegría popular. El problema radica
en el costo de esa algarabía.
En primer lugar, ninguno de esos
conciertos, actos o como se los prefiera llamar, son “gratuitos” como pretenden
hacerle creer a quienes van. No sólo se pagan con fondos públicos
(léase: dinero de todos y todas) sino además conllevan intereses partidarios de
naturaleza ruin y vulgar. Tampoco obedecen exclusivamente al fomento
del turismo.
A su vez, al vaciar a los verdaderos héroes,
próceres, y hacedores de la Argentina que alguna vez fuera potencia y
competencia para otras naciones, queda espacio para entronar líderes populares
de poca monta. De
ese modo, hoy Néstor Kirchner resulta ser un benefactor, prácticamente artífice
de todo lo magno que se puede rescatar.
Caudillos del mismo estilo cobran trascendencia
inusitada, y los modelos y referentes para los adolescentes pasan a ser figuras
de barro, subidas a un falso pedestal. La proliferación de las remeras
del Che no es sino un caso cabal de lo expuesto. La conversión del ex
mandatario en “El Eternauta” es otro ejemplo. El burdo himno a José Luis Gioja
suma a todo ello.
Pero los Kirchner tampoco han inventado este
artilugio de mantener al pueblo entretenido para propio beneficio. La diversión
vista como maniobra política viene siendo debatida desde tiempos inmemoriales. Recuérdese
los anfiteatros romanos, y las discusiones entre las posturas de Diderot,
Rousseau, Calvino y otros tantos.
En los comienzos, se debatía acerca de la
influencia del teatro (hoy se lo hace en torno a las fiestas públicas en
general, programadas intencionalmente por el gobierno nacional)
Entre 1755 y 1757, el filósofo francés D’Alembert
escribió en la “Enciclopedia”, sobre la ausencia de teatros y actividades de
esparcimiento en Ginebra. Las
tradiciones calvinistas justificaban que así fuera. Rousseau salió en defensa
de esa ausencia, pues estimaba que la actuación pública de ciertos personajes
influiría en los jóvenes, a punto de corromper sus conductas. Otros
tiempos, otras realidades. Sin embargo, desde entonces se supo que podía
hacerse del entretenimiento público, una herramienta de manipulación de los
pueblos.
El historiador Johan Huizinga define la diversión
programada por los gobiernos como “una liberación de lo económico, por la
cual significa una actividad que trasciende el mundo de las necesidades
cotidianas, de las tareas y deberes de la supervivencia“. Es un modo de
evasión de la realidad.
En ese sentido, Rousseau tenía razón: esas
prácticas confunden. “En un estado de permanente ocio, los hombres
desarrollan costumbres similares a las de los actores. La gravedad de la
pérdida de independencia está enmascarada porque la gente cree que también está
actuando: experimentan placer al perderse a sí mismos“, sostenía. Con
el tiempo, el autor de “Emilio” fue variando su visión respecto al tema, pero
permaneció la creencia de la manipulación de masas a través del entretenimiento
popular.
De un modo u otro, a esto se nos está sometiendo, a
mantenernos distraídos con feriados, circo, y nimiedades afables al debate
fácil, en el marco de un año electoral en el que, el oficialismo está dispuesto
a forzar toda legitimidad en busca de su objetivo de máxima: perdurar.
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