viernes, 25 de enero de 2013

Feriados y algo más…

Por Gabriela Pousa
En medio de hechos significativos, de polémicas banales, cruces inauditos y especulaciones preelectorales de todo tipo, hay un dato que pasa prácticamente inadvertido: 19 feriados a lo largo del año

Para muchos no significa nada. Los más perjudicados por la inflación, los sectores postergados no se movilizan los fines de semana largos. La clase media obra siempre de idéntica manera: primero el estupor y la queja por los decretos antojadizos de la jefe de Estado, y luego a preparar el bolso y los autos…

Son las contradicciones características del argentino medio, precisamente las mismas que nos trajeron a este presente decadente si no en todos los aspectos, en la mayoría de ellos. Desde ya que las generalidades son injustas, excepciones hay. De no haberlas sólo restaría encaminarse a Ezeiza o resignarse a una eterna mediocracia regida por diferentes o iguales satrapías.

Pero volvamos a ese hecho que parece nimio frente al resto de los acontecimientos que son del dominio público. Enero termina con un día no laborable (poco importa a los fines de este análisis que sea por única vez) Febrero se inicia con los carnavales, “redimidos” en el año 2010 por la Presidente en una de sus tantas decisiones populistas y demagógicas. Así consta en el Boletín Oficial a través de los decretos 1584 y 1585, firmados por Cristina Fernández y todos sus ministros.

Qué el 2013 coincida con el bicentenario de algunas batallas y combates emblemáticos de nuestra historia, sirve también de excusa para sumar días no laborables. Lo peculiar del caso fue que, no hace mucho tiempo, la mismísima mandataria argentina se dignó “retar” al Premier inglés por conmemorar la última batalla de Malvinas. “Las batallas y las guerras no se celebran”, dijo.

Cristina hizo estas declaraciones ante el Comité de Descolonización de Naciones Unidas en Nueva York, en Junio último. Contradicciones acorde a la metodología kirchnerista.

Todas estas nuevas recordaciones de actos patrios protagonizados por las FFAA, no se condicen sin embargo, con el respeto institucional que el gobierno ha tenido y tiene para con los uniformados.Tampoco parecen tener demasiada relevancia en las cátedras de historia nacional. Hoy por hoy, la mayoría de los chicos en edad escolar no pueden identificar fechas claves como ser el día de la independencia, o el día de la bandera, por citar apenas dos entre las más relevantes.

Esta situación se ha agravado gracias a la colaboración del gobierno nacional y popular que establece para cualquier tipo de hecho histórico o acontecimiento patrio, idénticas organizaciones: recitales y festivales donde el protagonismo lo tienen los grupos de rock (siempre y cuando comulguen con el modelo), y multitudes llevadas en micros, previo “vale” para el choripan. No hay diferencia entre conmemorar y celebrar.

Ni siquiera el 20 de Junio pudo recordarse a Manuel Belgrano y ver flamear la bandera celeste y blanca pues, predominaron trapos colorados y el discurso presidencial enfatizó las “hazañas” de “Él”, y el “vamos por todo” de ella.

Como fuera, hay fiesta y show se trate de recordar tragedias, fechas patrias o caprichos de la Presidente. Ni siquiera varía la audiencia: aplaudidores oficiales, y jóvenes embanderados detrás de La Cámpora, Kolina, Unidos y Organizados, en definitiva, un nombre que no diferencia ni identifica.

Ahora bien, ¿por qué insistir en un tema así con todo lo que está pasando? Justamente por eso: por todo lo que está pasando. ¿Es malo que el pueblo se entretenga? Aquí la respuesta es más compleja. Si no se analiza con un poco de profundidad, se dirá que nada mejor que la alegría popular. El problema radica en el costo de esa algarabía.

En primer lugar, ninguno de esos conciertos, actos o como se los prefiera llamar, son “gratuitos” como pretenden hacerle creer a quienes van. No sólo se pagan con fondos públicos (léase: dinero de todos y todas) sino además conllevan intereses partidarios de naturaleza ruin y vulgar. Tampoco obedecen exclusivamente al fomento del turismo.

A su vez, al vaciar a los verdaderos héroes, próceres, y hacedores de la Argentina que alguna vez fuera potencia y competencia para otras naciones, queda espacio para entronar líderes populares de poca monta. De ese modo, hoy Néstor Kirchner resulta ser un benefactor, prácticamente artífice de todo lo magno que se puede rescatar.

Caudillos del mismo estilo cobran trascendencia inusitada, y los modelos y referentes para los adolescentes pasan a ser figuras de barro, subidas a un falso pedestal. La proliferación de las remeras del Che no es sino un caso cabal de lo expuesto. La conversión del ex mandatario en “El Eternauta” es otro ejemplo. El burdo himno a José Luis Gioja suma a todo ello.

Pero los Kirchner tampoco han inventado este artilugio de mantener al pueblo entretenido para propio beneficio. La diversión vista como maniobra política viene siendo debatida desde tiempos inmemoriales. Recuérdese los anfiteatros romanos, y las discusiones entre las posturas de Diderot, Rousseau, Calvino y otros tantos.

En los comienzos, se debatía acerca de la influencia del teatro (hoy se lo hace en torno a las fiestas públicas en general, programadas intencionalmente por el gobierno nacional)

Entre 1755 y 1757, el filósofo francés D’Alembert escribió en la “Enciclopedia”, sobre la ausencia de teatros y actividades de esparcimiento en Ginebra. Las tradiciones calvinistas justificaban que así fuera. Rousseau salió en defensa de esa ausencia, pues estimaba que la actuación pública de ciertos personajes influiría en los jóvenes, a punto de corromper sus conductas. Otros tiempos, otras realidades. Sin embargo, desde entonces se supo que podía hacerse del entretenimiento público, una herramienta de manipulación de los pueblos.

El historiador Johan Huizinga define la diversión programada por los gobiernos como “una liberación de lo económico, por la cual significa una actividad que trasciende el mundo de las necesidades cotidianas, de las tareas y deberes de la supervivencia“. Es un modo de evasión de la realidad.

En ese sentido, Rousseau tenía razón: esas prácticas confunden. “En un estado de permanente ocio, los hombres desarrollan costumbres similares a las de los actores. La gravedad de la pérdida de independencia está enmascarada porque la gente cree que también está actuando: experimentan placer al perderse a sí mismos“, sostenía. Con el tiempo, el autor de “Emilio” fue variando su visión respecto al tema, pero permaneció la creencia de la manipulación de masas a través del entretenimiento popular.

De un modo u otro, a esto se nos está sometiendo, a mantenernos distraídos con feriados, circo, y nimiedades afables al debate fácil, en el marco de un año electoral en el que, el oficialismo está dispuesto a forzar toda legitimidad en busca de su objetivo de máxima: perdurar.

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