sábado, 1 de diciembre de 2012

Solución china

Por Roberto García
Para el Gobierno sería tóxico otro martillazo semejante al del juez Griesa. Devastador el cambio de vida. De ahí que ahora se detenga en ese proceso y observe otra espada torturante que oscila sobre su cabeza. Porque, se supone, hay otra Cristina desde que –alelada por el impacto judicial de Griesa– debió poner marcha atrás a un vehículo que juraba viajar a 200 kilómetros por hora. Después de tantos disgustos en noviembre y, en particular, de ese fallo que la petrificó en su bosque encantado, en la escalofriante estación “Vivir con lo nuestro”, aún le resta atravesar un áspero campo judicial, en obligado silencio y acosada por otras maldiciones pendientes.

“¿Qué habré hecho para merecer tanta persecución?”, se preguntará inocente y en queja, como una esposa que ha cargado con hijos, cocina, mandados y quehaceres sin que el marido se lo reconociera. Claro, destino de mujer de clase media.

Y afectada no sólo por los avatares del trámite judicial en Nueva York, que genera una deuda no resuelta con distintos fondos que la retórica oficial bautizó como “buitres”, macabra denominación que sin embargo no los inhibe de cobrar. Ocurre que, para la segunda quincena de diciembre –y evitando la cultura importada de titular cualquier acontecimiento con el día y el mes (el 17D, en este caso), con lo cual la gente se jibariza y habla como si escribiera un tuit–, el país aguarda otra inquietante definición: entonces, el Fondo Monetario Internacional deberá expedirse sobre la fiabilidad científica del Indec, y quizás su pronunciamiento crítico habilite a nuevos juicios por parte de otra variedad zoológica a determinar, a la que también se le imputará alimentarse con basura cuando en verdad había ahorrado en moneda soberana sin saber que ese acto implicaba comer basura.

Aparte de la discusión sobre nutrientes y pájaros, el no menos carroñero FMI podría impugnar el Indec de Cristina, asegurar que el Gobierno no cumple la palabra y abrir la puerta judicial para significativas demandas por fraude estadístico.  Pero tal vez no todo esté podrido en Dinamarca. Por ahora.

En principio, sorprende que un gobierno con abogados –exitosos como Cristina y no tanto, como Carlos Zannini o Hernán Lorenzino– se desayunara estupefacto con el fallo de Griesa y se aterrorizara con las eventuales consecuencias económicas si éste hubiera llegado a confirmarse en la Cámara de Apelaciones. Como si no supieran lo que es el default en cualquiera de sus variantes, experiencia en la que nadie ha acompañado a la Argentina en los últimos años. Sólo cierta desidia, la no atención debida al estudio contratado en los Estados Unidos (curiosamente, alguna vez defendió a Clarín, y viene sirviendo y prosperando desde los tiempos de Domingo Cavallo) y el abandono de la causa a una intermediaria empeñosa pero con escaso poder de fuego como la procuradora del Tesoro, Angelina Abbona –lindera su casa a la que Zannini tiene en Río Gallegos, una dama de confianza para Cristina, quien privilegia esa condición como máxima categoría– pueden explicar el ingrato resultado, ese fulminante rayo que paralizó a la Presidenta y luego la forzó a cambiar de conducta.

Repentinamente. Del inflexible “no pagar” saltó al capítulo “hablemos de pagar”, reparando la necedad de indignar a Griesa cuando no le precisaron que el Gobierno aceptaría lo que dictaminara la Justicia norteamericana. Como corresponde a quien ya había asumido ese compromiso. ¿Por qué no confirmarlo cuando más tarde, ruborizados, sí lo hicieron? Inexplicable. Como no advertirle al embajador en Estados Unidos, Jorge Argüello, que se reabría el canje cuando éste declaraba que no les pagarían ni un centavo a los fondos buitre, repitiendo un mensaje histérico con 24 horas de atraso como si la comunicación entre la Casa Rosada y la embajada se produjera a través de tardías señales de humo.

De esa tontería a otras innúmeras fallas en la negociación y en las manifestaciones, como el operativo de prensa que esparcía la repetida versión de que son antipatria quienes aceptaron la jurisdicción de los Estados Unidos para reglar la emisión de bonos, cuando ese consentimiento –además de una exigencia ineludible de los que prestan el dinero– es una ventaja para el deudor porque obtiene una tasa más barata para su crédito. Por esas razones, gente como Néstor Kirchner y Amado Boudou –cuyo patriotismo el Gobierno no debe tener en duda– en su momento se sometieron o se beneficiaron con el reglamento de la Justicia estadounidense.

Tentado por la ciénaga pasada, a veces uno se distrae de lo que puede suceder con la decisión del FMI, que para más de un conocedor tal vez no trastorne a la economía argentina. Según el rumoreo, no habría aceite al fuego (tampoco, se supone, la constancia de que el Indec es un organismo serio), sino más bien una elusión diplomática forzada por uno de los países clave para evitarle sanciones al país: China. De acuerdo con los datos, la nación oriental impediría a modo de veto una admonición flagrante del organismo, casi una condena. Como se sabe, la Argentina –vía Boudou– prometió hace un año y medio confeccionar un índice nacional y fundamentar el sospechoso Indice de Precios actual, dos emprendimientos en los cuales no aportó casi nada técnicamente. Sí logró, negociaciones mediante, que no hubiera reprimendas y obtuvo un waiver de tres meses (vence el 17D) para presentar documentación. Si el Gobierno logra otra postergación trimestral, los bonistas acechantes por el engaño en los números deberán ingresar a un nuevo limbo temporario.

Aparte de la colaboración china, otro elemento posible para zanjar la fecha es que el FMI prefiera más una vía política que la técnica, se exima de complicaciones; ya el mundo lo excede. Quedaría entonces sin conocerse todavía la naturaleza del agradecimiento a la colaboración oriental. Petróleo, YPF para la merienda o la cena, tecnología agraria, habilitaciones mineras, flexibilidad en el visado (es recordada la corrupción que ha existido con respecto a los inmigrantes) y liberación importadora son, por supuesto, los fáciles temas en los que incurre quien imagine un convenio entre el favor de China en el FMI y una respuesta solidaria de la Argentina.

Buena parte de estos ingredientes ya se mencionaban cuando Kirchner, en uno de sus sueños no cumplidos, creyó que la asistencia financiera china lo liberaría de la agobiante deuda externa. No resultó, a pesar de que él suponía que la solución estaba consumada –incluso la anunció–, ya sea por culpa de intermediarios insolventes, mala traducción del idioma, manifiesto engaño de algún espontáneo o la soberbia insular de quien cree haber inventado el mundo. Quizás ahora no ocurra lo mismo, ya sea porque los chinos son más precisos, viajan y fijan condiciones, y empiezan además a expandirse como lo hacen en otros países de la región. O tal vez porque, de acuerdo con su tradicional actitud, al lento movimiento de sus actos diplomáticos ha decidido ayudar a una nación y a un partido con el que en otras épocas hubo conatos de simpatía, cuando Perón alardeaba de cierta amistad epistolar con Mao Zedong y se interesaba en su revolución.

Para quienes van y vienen de China, una devolución de atenciones no sería improbable en su repertorio cultural, al margen incluso de los negocios. Aunque también para ellos resulta una curiosidad graciosa que el General salve a Cristina y Ella viva de sus derechos de autor. Al menos por unos meses podría durar la usurpación.

© Perfil

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