Por Gabriela Pousa |
Es cierto que para el gobierno no son siquiera una
estadística. De relegarlos a porcentajes abyectos se ha pasado directamente a
no reconocerlos. “Aquello que no beneficia, niéguese”, parece ser
la orden impartida por Cristina Fernández. “Ojos que no ven, corazón que
no siente”, nunca como ahora es tan útil para la Presidente esta
consigna.
¿Cómo hacer para mantener entretenida a la gente?
Es la única respuesta que se ha buscado denodadamente en este año. La solución
de problemas ni siquiera estuvo en la agenda. De haberlo estado, se hubieran financiado
políticas públicas en lugar de asistencias. A su vez, la puja con el grupo
Clarín tampoco tendría razón de ser.
¿De qué manera mostrar por TV, la miseria si no es?
Pero la pobreza existe y no requiere intrincadas pruebas. La evidencia es
contundente. Un canal muestra lo que es.
Ni los microclimas sobrevivientes en ciertos
sectores pueden hacer caso omiso a ella. En Barrio Norte y Recoleta sin ir más lejos, un
38% de casas y edificios han tenido que cobrar expensas extra o recaudar más
para costear algún método o medida tendiente a evitar que se instalen personas
en “situación de calle” a dormir en zaguanes.
A nadie escapa lo que sucede. Quienes nada tienen
desde tiempos inmemorables, han visto incluso menguar su resistencia. Antes
había dignidad en la pobreza, hoy en vastos márgenes, aflora una mendacidad
ultrajante.
La inflación no ataca proporcionalmente a todos,
quienes están amarrados a una pobreza perpetua, asidos a la engañosa soga de la
asistencia ven hoy disminuido su consumo, y reciben bolsas de alimentos donde
priman productos de calidad cada vez menos recomendables. No hay
balance entre proteínas, carbohidratos y grasas destructivas. No hay nutrición,
hay apenas ingestión.
Al margen, o no tan al margen, la reciente actitud
de la Presidente deja a las claras hasta qué punto la gente, su “todos y
todas”, no le importa un ápice. El desprecio se siente y lamentablemente, se
contagia.
La tradición del saludo navideño no es un capricho
ni es algo nuevo. Al llegar la Navidad los diferentes presidentes, primeros
ministros, reyes, Papas e incluso dictadores del mundo ofrecen a la población
su mensaje institucional. Si bien no hay un origen unánime, los
ingleses atribuyen a Jorge V ser pionero pues, a través de la “BBC Imperial
Service” en 1932 se dirigió a ciudadanos aislados por temporales de nieve.
Por su parte, los norteamericanos otorgan el mérito
a Franklin Delano Roosevelt que en su primer año en la Casa Blanca, dio un
discurso radiofónico con motivo de la Nochebuena. Ya en 1939, en plena Segunda
Guerra Mundial y esta vez si a cargo del Presidente Roosevelt, llegó el primer
mensaje navideño a través de la televisión.
Lo que quedará sin discusión en la historia será el
nombre de Cristina Kirchner, primera mandataria que decidió vivir las fiestas
con absoluto desinterés hacia su pueblo. Ni en las buenas ni en las malas. Su
mudez es inexplicable pero su indiferencia habla y pone en evidencia su
desprecio y su desdén.
Eso sucede mientras estamos presenciando el auge de
la sociedad sin modelos ni referentes. El paradigma a imitar es el del
vándalo, la consigna es el no límite. Así se comprende el ir por todo sin
contemplar el derecho y la propiedad del otro. En palabras más
poéticas pero igualmente duras podría decirse que se perpetúa el Cambalache de
Discepolo. “Lo mismo un burro que un gran profesor”
Por otra parte, la maniquea discusión en torno a
los saqueos no aporta nada para estudiar los mecanismos tendientes a ponerle
freno. Enfrascarse en la creencia ciega de que son actos organizados
por opositores al gobierno o destituyentes agazapados en las huestes del
sindicalismo es de un simplismo burdo, peligroso y grosero.
Atribuirlos únicamente al hambre y al hartazgo es
también una ingenuidad no admisible a esta altura del año. Ni una cosa ni la
otra. Sin duda, el surgimiento de hordas destruyendo supermercados y comercios
acarrea un trasfondo de intereses oscuros. Pero el agregado de
carenciados aprovechando el desborde no puede ser negado.
En ese marco, los saqueos no son consecuencia
directa de la pobreza, sino de la profundización del asistencialismo estatal,
una herramienta opresiva que en época electoral hace mella. Y esa etapa
electoral está más cerca de lo que quizás muchos creen. No es nuevo el artilugio
presidencial de alterar almanaques cuando las cosas van mal.
Creer que no se modificará la fecha del comicio
legislativo es una actitud ingenua, máxime cuando a la vista está que los
números no dan.
Ese as tiene la Presidente en la manga, lo que
resta es prever en que momento lo sacará, y si acaso la oposición está
preparada para una ofensiva de esa categoría. ¿O sigue asombrándose por la capacidad de
oratoria de la mandataria?
Lo cierto es que el 2012 se va con una
característica inexpugnable: la ausencia del Estado desde el comienzo mismo, en
febrero, cuando un “accidente” en Once dejó 52 muertos…
Desde entonces todo fue más de lo mismo. Desear
un 2013 distinto con los mismos actores en el Ejecutivo es absurdo y fútil. Son
conocidos sus métodos y sus porfías, nada diferente saldrá de sus filas.
Quizás por eso, el 2013 dependa de todos y cada
uno. Y más que un deseo, lo que deba acunarse en estos días sea fuerza y
coraje.
¡Hasta el año próximo donde los protagonistas
seamos finalmente nosotros y no los otros…!
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