Por Alfredo Leuco |
El año 2012 será recordado en la historia como el año de la
oportunidad perdida. La confirmación de que la generación del 70 fue capaz de
chocar dos veces con la misma piedra. De aquella soberbia armada a ésta,
desarmada. Pero con el mismo elitismo antipopular de vanguardia iluminada que termina
como patrulla perdida. La ideologitis que tiñó cada paso llegó a la desmesura
de colocar al mismísimo Papá Noel al servicio del imperialismo y la oligarquía.
Cristina termina su quinto año de gobierno dilapidando gran parte del inmenso
poder que supo construir.
En forma incomprensible se refugió en su aislamiento, casi
no dejó error de gestión por cometer ni sector por castigar y no pudo construir
un liderazgo dentro de sus filas que intente llenar el gigantesco agujero negro
que deja la prohibición constitucional de presentarse a la reelección en 2015.
La confesión de que el justicialismo fogoneó los saqueos
destituyentes contra Alfonsín y De la Rúa, sin explicar cuál fue su posición en
esos momentos o por qué tiene entre sus seguidores a muchos que encabezaron
aquellos destrozos, fue otro cachetazo oportunista al peronismo. El
engañapichanga de la confiscación de los terrenos de La Rural muestra intacta
su voluntad de venganza y la incomprensión de la nueva realidad de la
agricultura más competitiva del mundo que debería ser potenciada porque es el
máximo motor de crecimiento del país. El consignismo vacío que ubica en ese
lugar a la vieja oligarquía ganadera golpista se niega a registrar una notable
renovación generacional, tecnológica y democrática.
Es sólo un ejemplo de los cientos que demuestran que los que
hoy tienen entre 55 y 65 años y llegaron al poder con los sueños de los 70 no
aprendieron de los errores ni de los horrores. En lugar de recuperar lo bueno
(la pasión por la igualdad social y el trabajo de base) y desterrar lo malo
(las desviaciones militaristas y el desprecio por la experiencia democrática),
se insiste en glorificar en forma encubierta el infantilismo foquista y en esa
altanería de dictar cátedra de peronismo a los peronistas. Entrismo, se llamaba
en aquella época cruel.
La primera condena por corrupción a la ministra de Economía
del kirchnerismo es todo un símbolo de esa decadencia. Formada en el marxismo y
su vocación por construir “el hombre nuevo”, Felisa Miceli termina asociada al
dinero sucio de su baño, pero también a esa gigantesca estafa coprotagonizada
por Hebe de Bonafini y Sergio
Schoklender en la fundación de las Madres de Plaza de Mayo. Hasta el
esposo de Miceli también debió irse del Enargas, salpicado por el Caso Skanska.
La caricatura de aquella militancia combativa es la gerencia
rentada de La Cámpora, que genera la bronca hasta de sus propios compañeros del
cristinismo.
Los jóvenes formados en esa misma matriz marxista, como
Martín Sabbatella o Axel Kicillof, circulan fugazmente por el corazón de Cristina,
pero nadie logra dar el piné de candidato. Su gran problema es que el pueblo no
los conoce, sólo las elites.
En la otra punta del espectro ideológico, Amado Boudou
también está herido de muerte política por algo mucho más grave de lo que hizo
Felisa Miceli, pero que contó con la protección de un poder autoritario que ni
pestañeó a la hora de tirar por la ventana a un camporista auténtico como
Esteban Righi.
Boudou se estará lamentando porque las encuestas demuestran
que el péndulo va hacia dirigentes forjados, como él, en la fragua neoliberal
de los años 90. Los mejor posicionados, por edad y por formación, están muy
alejados del clasismo jurásico. Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa
fueron paridos en la política por el menemismo y parecen haber aprendido a la
hora de administrar sus distritos a no repetir los aspectos más cuestionables
que tanto daño le hicieron a la Argentina. Todos incorporaron dosis de
peronismo básico respecto al rol del Estado que no debe permitir la depredación
del mercado o un desarrollismo que privilegia la gestión productiva y la
habilidad mediática para mostrarla. Escapan de los dogmas y prefieren conceptos
tan sencillos como la felicidad. Esa de la que hablaba Perón o incluso el ex
presidente chileno Ricardo Lagos, que define la democracia como la obligación
de llevar la mayor cantidad de felicidad posible a la mayor cantidad de gente.
Esos proyectos de presidente, en muchos aspectos, son la
contracara de Cristina. Scioli termina uno de los años más complicados de su
vida mucho mejor parado que la Presidenta. Todo lo que no lo mata lo fortalece.
Superó la ofensiva comandada por su propio vice que casi intervino de hecho la
provincia, salió de la asfixia económica a la que lo sometieron y hoy, sin
pegar portazos, logró disciplinar a la Legislatura y votar el 80% de las leyes,
pagar aguinaldos en tiempo y forma e incluso lograr elogios de Gabriel
Mariotto, quien planteó que sólo lo separan del gobernador estilos distintos,
“él es más fresco y nosotros, más dogmáticos”.
Scioli hizo reuniones de gabinete y conferencias de prensa
(bicho raro), desafió a Cristina al hablar hasta con sus enemigos, como Hugo
Moyano, Mauricio Macri, Roberto Lavagna, Alberto Fernández, Francisco de
Narváez, José Manuel de la Sota, y no modificó en nada su definición original:
quiere ser presidente.
Massa siguió creciendo fiel a sí mismo. Y hasta el propio
Facundo Moyano, tan cristinista hasta hace poco, se manifestó a favor del
intendente e incluso sugirió que Massa estaría dispuesto a romper con Cristina
antes que Scioli, quien prefiere mantener los pies dentro del plato hasta
último momento. Macri está entre los primeros en las encuestas. Pero mantiene
el gran obstáculo de no pertenecer al peronismo, que es el partido del poder y
el laboratorio donde estallan los cambios de era. Por eso otros jóvenes que
tienen respaldo territorial, como Juan Manuel Urtubey en Salta o Jorge
Capitanich en Chaco, siguen expectantes.
Para completar el rompecabezas que se viene en 2013/15,
queda ese amplio espacio republicano y socialdemócrata que representan Hermes
Binner y el radicalismo, entre otros. Su principal activo son la honradez y la
defensa de las libertades. Pero necesitan encontrar nuevos modelos de gestión
que ahuyenten los fantasmas de la ingobernabilidad y que reemplacen ese norte
que fueron las experiencias europeas de socialismo: demasiado tibias y
permeables a los intereses de los más poderosos. Tal vez Bachelet, Lagos, Pepe
Mujica, Dilma, Lula sean los nombres que les permitan superar a los Rodríguez
Zapatero y no caer en los Hugo Chávez, como parece encarar Cristina frente a
las nuevas ilusiones que se encienden cada año.
© Perfil
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