Por Roberto García |
Para las fiestas, los disturbios sociales y los saqueos a
supermercados se han convertido en otra de las ofertas turísticas de la
Argentina, como las Cataratas o el glaciar Perito Moreno, productos únicos tipo el dulce de leche, la birome o el
colectivo. Se pueden incorporar a la
agenda exótica de las agencias de viajes, como las guías en su momento para ir
a villas miseria o escraches a algún enemigo del régimen. Esta cínica
descripción parece burlarse –o no respetar al menos– a los muertos, heridos, el
robo y la violencia de las últimas horas, pero esos crudos episodios son
innegables y constituyen parte del mapa territorial del subdesarrollo, aunque el Estado insiste en desconocerlos. Desde el 200l, claro.
Muchos,
desde entonces, saben, esperan y se preparan
ante el eventual vandalismo programado, como si fuera un juego siniestro, como
pingüinos esperando al depredador en la orilla. No así el Estado cada vez más abarcativo y protector,
el Gobierno en rigor, que se niega a digerir ese previsible hábito bajo el
criterio de que “nunca estuvimos mejor” (Juan Manuel Abal Medina dixit) como
respuesta inexplicable al rosario de
asaltos que acompañan a la Navidad como el pan dulce, la sidra o el champagne.
No le alcanza tampoco con transferir la responsabilidad
política a otros (gobernadores o intendentes poco dúctiles) o a la ahora CGT
demandante que unifican Moyano, Barrionuevo y Micheli. Si estuvieran en lo
cierto, ¿por qué ese trío no logró que los autores de los saqueos también
hubieran concurrido al último acto en la Plaza de Mayo el día anterior?
Tremendo error cristinista: habilitaron al trío para montar otra escena e
ironizar como nunca ayer sobre la propia Presidenta.
Poco talento oficialista: sólo le queda por señalar que los
fenómenos recurrentes a lo largo del país son obra de grupos minúsculos,
desclasados y aprovechadores. Algo así uno escuchó en el pasado. De ahí la poco
feliz expresión de Daniel Scioli (“no roban por hambre los que se llevan
televisores”, olvidando en todo caso que un LCD sirve para canjear más comida
que la que se puede extraer de una góndola), algo desorbitado por las presiones
como el día que para defenestrar el paro del campo señaló que “con la comida no
se jode”.
Tres gobiernos de un mismo signo pasaron en los que la palabra
inseguridad no se pronunciaba, oculta en el Indec, asociando ese silencio a los
ricos, a la derecha, a los militares gerontes y a los que denunciaban
violaciones en los medios. Como si pobres, trabajadores o cuentapropistas no
atravesaran la misma penuria cotidiana. Esa palabra omitida, sin embargo,
retrata los últimos saqueos, la inseguridad oculta es la expresión inequívoca
del momento, probada cuando intendentes de Bariloche o San Fernando
públicamente clamaban por un policía más
(en algunos casos, sin éxito).
A la censura oral o escrita de esa palabra infamante la
acompañó otra distracción; ha faltado o fallado una política sobre el tema. Por
más que en los últimos años se duplicó en gente a la Gendarmería (40 mil), se
la nutrió de costosos elementos y parecía erigirse en la fuerza que sostendría
el sistema. Algo no salió como se pensaba, ya que si el propio encargado de
Seguridad del país, Sergio Berni, encabezó de urgencia vuelos especiales con
400 agentes para mitigar asaltos en un paraje localizado de Río Negro, ayer la
ministra Nilda Garré debió calzarse chaleco y casco para disuadir a los
vándalos que asaltaron supermercados, atacaron vecinos, automóviles y
amedrentaron en distintos puntos de Buenos Aires. Pero no cometió ese acto de
intrepidez, podrá ser responsable de los fracasos del área, pero evita los
excesos de protagonismo de un militar en suspenso que no entiende la vigencia
del celular y la internet para cualquier militante revoltoso, imbuido además
por aquella consigna guevarista de los 60 a favor de los “muchos Vietnam”. ¿O
carecía Berni de información de inteligencia sobre lo que iba a ocurrir en
muchas partes del país –lo cual es impensable por el presupuesto consumido en
esa materia– o neciamente creyó que el control de las operaciones diseminadas
lo podía controlar desde un barrio de los altos de Bariloche?
Con demasiada facilidad, el Gobierno le endosó a otros la
promoción de los saqueos, insinuando el propósito ulterior de voltear a
Cristina. Quizás, como en buena parte de sus actos, se estimulan con el
recuerdo del pasado, con los acontecimientos del 200l, cuando connotados
peronistas –más algún radical– se ataron las manos o inspiraron el golpe contra
el congelado Fernando de la Rúa. Se previenen ante una repetición, tal vez porque
algunos fueron partícipes de ese pasado.
Con la misma facilidad, la CGT y otros imputados sostienen
que el propio Gobierno ha desatado el vandalismo para generar zozobra y
gobernar, ante la crisis, con estado de sitio. Dos máximas pretensiones, fantasiosas
quizás, cuando el saqueo de fin de año está en la cabeza de los argentinos –no
sólo en los que salen a robar– desde hace tiempo.
Hay una cronología y datos para esta impresión general: por
un lado, se acentúa un derecho, más bien la obligación, de que los más
pudientes deben dar, repartir lo propio y trabajado, de la relatividad de la
propiedad privada que la propia administración cuestiona y confisca; y, por el
otro, crece la evidencia de que la mayor parte de los actos ilegales provienen
de una marginalidad que el Gobierno no ha sabido integrar, a pesar de que en su
discurso se ufana de vivir sólo para los excluidos.
A estas realidades inocultables habrá que agregar otro dato:
la incompetencia oficial. Un combo para muchos inquietante, ya que más de uno
recuerda lo que ocurrió hace apenas 15 días. Entonces, las autoridades
confesaron su incapacidad técnica para neutralizar, enfrentar y disolver dos
acontecimientos basílicos que explotaron al mismo tiempo y a escasos metros de
distancia en la Capital. Uno, el de los
hinchas de Boca celebrando su día en el Obelisco arrasando calles y negocios y,
otro, cuando núcleos de izquierda
asolaron la Casa de Tucumán por un fallo absolutorio de los acusados por la
desaparición de Marita Verón en un caso de trata de personas.
Esta aproximación a los hechos quizás no explique del todo
los saqueos escandalosos de las últimas horas, sólo acerca pistas y una prueba:
no todos los vivos están al frente del Gobierno. Mal dato cuando se hace
conciencia.
© Perfil
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