Por Alfredo Leuco |
El verdadero cachetazo político que recibió el oficialismo
vino de todo el Poder Judicial. Cristina y sus muchachos humillaron tanto,
durante tanto tiempo y a tantos magistrados que lograron el milagro: por
primera vez, jueces y fiscales de todo el país emitieron sendos documentos para
poner el grito en el cielo. Allí básicamente, dijeron: no nos presionen más.
Basta de mojarnos la oreja y de degradar nuestro rol institucional.
A esta altura del desplome de la imagen de la Presidenta es
difícil encontrarle sólo una razón ideológica. La guerra popular y prolongada
contra todo lo que se ponga adelante que propone Ernesto Laclau es menos grave,
en términos prácticos, que los caprichos de Cristina resumidos en un dicho
popular: no hay peor sordo que el que no quiere oír.
Por eso el Gobierno se llevó por delante la misma pared por
segunda vez. Igual que durante la 125. No hubo aviso ni advertencia que fuera
escuchada. Quienes se atrevieron a hacerlo, fueron acusados de cobardes,
traidores o cómplices.
Aquel voto no positivo fue un límite que Julio Cobos y el
Poder Legislativo le puso a la desmesura que nos hubiese llevado a graves
encontronazos. Este freno de la Justicia evitó que llegara a la meta una
carrera desbocada rumbo al precipicio. Frenó un magnicidio contra la Justicia,
según Luis Alberto Romero.
En la pelea contra el campo, además de la derrota en el
Congreso, el oficialismo perdió la pulseada en las calles con dos
concentraciones masivas, en Rosario y en Palermo y también en las urnas. En el
2009, casi un recién llegado en términos históricos, como Francisco de Narváez
derrotó a una boleta encabezada por Néstor y Daniel Scioli.
En esta ocasión, la participación de la gente hay que
buscarla en los dos cacerolazos multitudinarios y en el paro de los
trabajadores organizados. Falta comprobar si en las elecciones del año que
viene, también se impondrá el voto castigo. Es muy probable, pero está por
verse. La soja y Brasil le dan nuevas oportunidades todos los días a Cristina.
Su gran problema es que necesita tomar por el único camino que se niega a
tomar, el del sentido común.
El cristinismo se caracterizó por acusar de golpistas a
todos los sectores que se atrevieron a expresar alguna disidencia. Faltaba
meter a la Justicia en la misma bolsa y es lo que hicieron en estos últimos
días. La estrella fue Carlos Kunkel. ¿Quién puede creer que la Corte es
antidemocrática? ¿Cómo puede pensar que Ricardo Lorenzetti conspira para ser
presidente y reemplazar a Cristina? El kirchnerismo no solamente inventa
fantasmas con su visión conspirativa. Lo grave es que, además, se los cree. Es
la misma Corte que Néstor Kirchner supo anotar en la columna de sus virtudes.
¿Alguien en su sano juicio puede sospechar de la honradez
intelectual y ética de Carmen Argibay o Elena Highton de Nolasco? Sólo algún
fanático fundamentalista puede poner en duda los pergaminos de ambas mujeres
ejemplares de la Corte que tienen la misión de coordinar la Comisión Nacional
de Protección de la Independencia Judicial. Los reclamos de los jueces y
fiscales de todo el país, dejaron descolocado ante sus pares a Raúl Eugenio
Zaffaroni porque negó que hubiera presiones, para él, sólo hay “alegatos de
oreja”. Zaffaroni, además acompañó en el escenario al presidente Rafael Correa,
uno de los mas feroces combatientes contra la libertad de prensa que fue
premiado por lo contrario. Y como si esto fuera poco, a su lado estaba en
posición de descanso Fernando Esteche, el comandante en jefe de Quebracho,
sentenciado a tres años y ocho meses de prisión e integrante del grupo de
voceros de Irán en estas pampas. Zaffaroni demuestra que tiene más ganas de ser
militante que juez. Debería darse el gusto. Ni hablar del ventilador encendido
por Hebe de Bonafini, quien comparó a estos jueces “con los asesinos de la
dictadura” y les vaticinó “el mismo banquillo de los acusados”. Vale recordar
que el kirchnerismo gobierna desde hace casi una década.
Nadie podría acusar a Humberto Tumini de integrar la derecha
corporativa. Es jefe de Libres del Sur y fue integrante del Ejército Revolucionario
del Pueblo. El resumen que hizo de estos días fue contundente: “El Gobierno
piensa en una República con dos poderes… y manejados por ellos”. Miguel
Bonasso, ex integrante de Montoneros y de la línea fundadora del kirchnerismo
en el Grupo Calafate escribió en su blog que “las palabras desnudan la
verdadera ideología. Uno puede andar por la vida disfrazado de progre, pero en
algún momento el lenguaje lo traiciona y deja entrever el fascista, el
arribista que lleva adentro. En las últimas horas hemos visto cumplirse este
aforismo con rigurosidad matemática”. Bonasso utilizó esta introducción para
cuestionar a la Presidenta por llamar “buitres y caranchos a los jubilados”, a
Correa por “haber agraviado la memoria de los mártires de la AMIA” y en general
a un gobierno que utiliza como escudo el siguiente concepto: “No nos critiquen
porque viene la derecha”.
El diputado Eduardo Amadeo utilizó la figura tenebrosa de
Fujimori para tratar de explicar esa amenaza. Alberto Fujimori hoy está preso
por delitos de lesa humanidad y corrupción, pero como presidente de Perú
sepultó la democracia desde el poder. El fujimorazo clausuró violentamente el
Congreso, intervino la Justicia, tomó por la fuerza varios medios de
comunicación, persiguió ferozmente a los opositores y, finalmente, dio un
autogolpe. Deberíamos rogar que Eduardo Amadeo se equivoque. Que sólo haya sido
una exageración producto de la calentura del debate. Porque si Amadeo tiene
razón, a los argentinos nos esperan días turbulentos. La negación de la realidad
produce ceguera. Y la prepotencia de Estado, resistencia.
© Perfil
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