Por Esteban Peicovich |
Y ahora, a lo mío. Por lo que mi experiencia canta, cada
noche, en cada cual, aflora, inocuo, un "fin de mundo". Una versión
íntima, plácida o no (según hayamos actuado el día) que horas más tarde
reciclará en la más importante noticia para humanos. La que dice "el sol
asómase a las 6.52". Y asoma. Desde ese mínimo renglón metereológico (no
de los títulos de tapa) es que retomamos la posta, damos cuerda al cuerpo y
evitamos se nos detenga el mundo.
Lo más "fin del mundo" que existe (sea en especie,
o al menudeo, digo del uno en uno) somos nosotros. Ser los bichos elegidos y
enviados a protagonizar la Tierra y compartir con flores y animales tamaño
Paraíso es el regalo mayor que pudiera pretenderse en Universo tan baldío. Pero
seguimos ninguneando su maravilla. Cada tanto, en vez de remodelar Génesis y
aggiornar Arcas preventivas echamos a rodar el cuento del fantasma finmundista.
Una actitud que, por síntomas que se huelen, está cabreando a los dioses de todas
las religiones e incluso a los ateos. Vaya lo que darían Marte o Venus por una
chance como le fue dada a la Tierra. (Por lo visto, Dios le da el planeta azul
al que quiere perder...)
Sea como fuere, salmónidos que somos (hasta Cristina se autodefinió
salmona en ejercicio) se nos dio la chance de inventar espejismos: de aquel
vulgar borrador moral titulado Génesis obtuvimos una película fallida a la que
llamamos Historia. Mal nos tuvo (y aun nos tiene) la influencia del Capítulo 6,
versículo 14, de sus primeros travellings. Noé se dió en tablear cedros en su
astillero de urgencia y tras millones de días aquel Arca nos fue trayendo de tormenta
en tormenta hasta arribar al Infierno. La sevicia de Auschwitz e Hiroshima. La
hambruna familiar de Angola o Formosa. La esclavitud adolescente. La pedofilia
impune. (Esta lista es sin fin)
Este es "el fin del mundo" que nos viene
sucediendo mientras hablamos del fin del mundo que los mayas podrían, tal vez,
quizás, dejado escrito, insinuaron, que, etc. habría de suceder. Vaya novedad.
Si hasta que la especie no cambie, la historia seguirá a rajatabla el mismo
protocolo instituido en Las Vegas y en la ONU. Todo o nada. Sin día ni noche ni
derecho a apelación. Esto es, el espantoso fin del mundo in progress que
tenemos frente a nuestras caras cada día mientras nos debatimos "entre
sonidos y furias" a los que nadie consigue descularles el sentido.
Perdido el primer Paraíso ningún sueño fue más grande que el
Paraíso Bis que imaginamos de repuesto. Su fantasía produjo milagros de
consuelo. Moisés abrió el Mar Rojo. Cristo multiplicó peces y panes. Mahoma
subió al cielo a caballo. Buda se desapegó tras atracón de sobremesa. Esa
ilusión de regreso sigue intacta. Para el arte (religión individual) se trató
de alzar un Edén personal al borde de la realidad de cada yo. Para la política,
arribar (tras reyes shakespearianos, guillotinas, hoces y martillos) a una
renta per cápita cercana a la sueca. Desde que bajamos del Arca no arrimamos ni
un metro a lo que pudiera ser el comienzo de una película "para todos los
públicos". Importa más parlotear sobre el Fin del Mundo que abocarse a
diseñar un novísimo Guión apto para todo primate, digital o no. Y por ahora,
este primer paso no lo da ninguno.
--Es que los últimos
pasos arrancaron antes y se lo llevarían puesto.
--No es óbice. Cada
generación debe intentar una estrategia nueva.
--¿Y usted cree que
todavía...?
-- Sí, claro. Yo
estoy en eso. Y aceptamos sugerencias. Ya.
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