Por Christian Sanz |
En los casos mencionados —y en muchos otros— el periodismo
vernáculo creyó a pie juntillas en fuentes poco fidedignas y se dejó llevar por
“historias oficiales”. Pero ese no es el trabajo del hombre de prensa, ¿o
alguien acaso cree que sí?
El periodista debe desconfiar de todo y de todos,
permanentemente. Buscar otras fuentes que contrasten con las oficiales.
Manejarse a través de la inducción y la deducción, sin dejar de chequear de
manera permanente todo lo que va descubriendo a su paso.
Todo esto viene a cuento de lo sucedido con el fallo que
dejo en libertad este martes a los 13 acusados por la desaparición de María de
los Ángeles “Marita” Verón, una decisión judicial que sorprendió a todos por
igual… Menos a los que trabajamos en este portal.
Yo fui uno de los tantos que en un principio creyó en la
historia de Susana Trimarco, tan comprometida ella en la siempre elogiable
pelea contra la trata de personas. En TDP incluso se publicaron notas al
respecto, muchas de las cuales son claras denuncias contra ese repudiable
delito.
Sin embargo, un día alguien me hizo un comentario que me
sacudió: “No creas todo lo que dice la mamá de Marita, la historia no es real.
No me creas a mí, investigá por tu cuenta”. Quien me dijo esas palabras era una
fuente de información calificada: Julio César Ruiz, titular de la valiente
Fundación Adoptar de Tucumán.
Así y todo, no me quedé con sus dichos, sino que inicié una
extensa y agotadora investigación, que me llevó a los lugares más insólitos de
la provincia de Tucumán. Hablé con no menos de 50 fuentes de información a lo
largo de tres años, algunas de las cuales eran familiares y amigos de Marita
Verón.
Salvo dos personas, todos los demás me confirmaron que la
historia oficial era falsa, de toda falsedad. No se trató solo de sus
testimonios personales sino también de evidencia concreta que me entregaron y
que intenté en vano aportar a la justicia tucumana. Paradójicamente, parte de
esas pruebas ya aparecen en el expediente de marras, pero nadie se tomó el
trabajo de prestarles atención.
Solo mencionaré una de ellas: está comprobado que Susana
Trimarco se comunicó con su hija poco después de que desapareciera; el teléfono
desde el cual se hizo la comunicación pertenece a su otro hijo, quien vive en
Santa Cruz. La madre de Marita lo admitió en un principio y luego trató de
negarlo, pero no contó con un dato clave: el irrefutable peritaje judicial.
Ello es solo una postal de todas las contradicciones que se
dan a lo largo del expediente. Se lo hice notar a no pocos colegas, pero todos
me dijeron lo mismo: “No se puede publicar nada contra Susana Trimarco, es
políticamente incorrecto”.
¿Políticamente incorrecto? ¿Decir las cosas como son es
incorrecto? ¿Eso es entonces periodísticamente correcto? Quedé pasmado ante esa
respuesta, y entendí por qué el periodismo en la Argentina está tan
desacreditado.
Luego, cuando publiqué las dos partes de mi investigación
sobre Marita Verón, fui duramente atacado. El abogado de Trimarco, Carlos
Varela Álvarez, llegó a decir que yo era funcional a los acusados “por dinero”.
Eso sí, cuando ofrecí declarar judicialmente en Tucumán hizo todo lo posible
porque esto no sucediera. ¿Qué temía el letrado que se revelara? ¿Por qué no me
dejó subir al estrado para luego destrozarme si tenía pruebas contra mi
persona?
Es imposible defender a los acusados que hoy fueron
absueltos. Son una manga de hijos de puta, lo digo con todas las letras y me
hago cargo. Sin embargo, nada tienen que ver con el supuesto secuestro de
Verón.
Por las dudas aclaro que yo mismo denuncié a los mismos
personajes en 2005, señalando su complicidad con el gobernador José Alperovich
en la trata de personas. Pero esto, insisto, nada tiene que ver con el caso que
nos convoca.
¿Deberían estar presos los 13 acusados? Desde ya, junto a
los policías que les dan protección, pero no por este expediente, sino por
tantos otros que sí abundan en evidencia contra ellos. ¿Por qué esas causas
judiciales no avanzan? Esa es la pregunta que hay que hacerse.
Para finalizar, solo diré una cosa más: la única persona que
jamás me quiso dar entrevista para esta investigación tiene un nombre y
apellido muy conocidos: se llama Susana Trimarco.
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