Por James Neilson (*) |
Para más señas, lejos de dejarse convencer por la elocuencia
apasionada de Cristina en defensa del gran relato nacional, algunos extranjeros
comprometidos con la despreciable ortodoxia imperante han comenzado a
reaccionar como si se supusieran personalmente agraviados por sus declaraciones
“inflamatorias”.
Habrá sido por este motivo que Thomas Griesa, el magistrado
neoyorquino que tiene el privilegio dudoso de ser el encargado de encontrar una
solución permanente para el embrollo descomunal que fue provocado por el
default más festejado de la historia del género humano, terminó fulminando a la
Presidenta, y al país, con un fallo que difícilmente pudo haber sido más
doloroso. Según Griesa, el juez que a través de los años habrá aprendido más
que cualquier otro jurista vivo acerca de las excentricidades políticas,
diplomáticas y económicas del kirchnerismo militante, el Gobierno tendrá que
pagarles todo cuanto están pidiendo a los reacios a resignarse a la pérdida de
la plata que es, dicen, legalmente suya. Caso contrario, la Argentina se
precipitaría en un default “técnico”, desgracia que, en opinión de algunos,
tendría un impacto terrible en la economía planetaria.
Para el Gobierno, el fallo de Griesa se produjo en el peor
momento concebible. A poco más de un año de aquel triunfo electoral épico, la
Presidenta se ha visto desafiada por una serie de cacerolazos cada vez mayores
y por un paro sindical paralizante que fortaleció al desdeñado caudillo
camionero Hugo Moyano. Por lo demás, Cristina tiene que intentar minimizar los
costos políticos de la captura por los fondos buitre del buque insignia de la
Armada, la Fragata Libertad, que desde hace casi un par de meses está amarrada
en un puerto africano, de los escándalos ya rutinarios protagonizados por
personajes como el vicepresidente Amado Boudou, y, lo que es aun peor, del
derretimiento rápido del “modelo” económico.
La Presidenta no
puede sino entender que ella misma fue responsable de la indignación que se
apoderó del juez veterano cuando le oyó decir que el gobierno argentino
desconocería cualquier fallo que se apartara de sus propias preferencias.
Griesa se habrá informado que en la Argentina es considerado perfectamente
normal que Cristina y sus seguidores se mofen de las decisiones de los jueces
locales, pero parecería que no está dispuesto a permitirles tratar con
prepotencia a la Justicia de Estados Unidos. Tampoco lo estarán sus
compatriotas. Aunque muchos norteamericanos han discrepado con el fallo por
temer que tenga connotaciones internacionales muy peligrosas, no quieren que
los gobiernos de otros países se crean facultados para pisotear la ley con
impunidad.
Huelga decir que Griesa dista de ser la primera eminencia
extranjera a sentirse desconcertada por la forma de proceder, a su juicio
inaceptable, de quienes mandan en la Argentina. Bien antes de tocarle coronar
su carrera como jurista mediando entre los abogados alquilados por el gobierno
kirchnerista y los contratados por distintos grupos de acreedores, una serie
interminable de políticos, empresarios, antropólogos y otros ya habían llegado
a la conclusión de que la Argentina era un país muy diferente de los demás, uno
en que, por una combinación insólita de motivos históricos, geográficos y
psicológicos, muchos dirigentes se comportaban como si estuvieran convencidos
de que, fronteras adentro, no funcionaban las leyes de la matemática, y ni
hablar de las que rigen la conducta de otros pueblos de cultura presuntamente
parecida.
Con frecuencia, el código de valores de la elite política
nacional ha dejado tan perplejos a estudiosos procedentes de otros lugares que,
luego de una visita, han procurado justificar su incapacidad para comprenderlo
afirmando que la Argentina es un misterio insondable, el mayor del siglo XX y
lo que va del XXI, parecer que, para algunos, es motivo de orgullo. Pero los
extranjeros, entre ellos el juez Griesa, no son los únicos que se sienten
confundidos por las costumbres locales. Cuando un peronista dice que el
movimiento en que milita es “un sentimiento”, confiesa que él tampoco entiende
muy bien el galimatías ideológico que reivindica pero que así y todo está
resuelto a serle fiel cueste lo que costare.
Algunos opositores han criticado al gobierno de Cristina con
vehemencia por no haberse rebelado mucho antes contra el “colonialismo
judicial” supuesto por la voluntad de dejar en manos foráneas un asunto que
según ellos debería ser privativo de la Justicia argentina. Es una linda idea,
pero sucede que a ningún inversor extranjero en potencia se le ocurriría
confiar en un sistema judicial que cree subordinado a un Poder Ejecutivo
notoriamente inescrupuloso. En cuanto a la ley Cerrojo que supuestamente
imposibilitaría cualquier negociación con “los buitres”, desde el punto de
vista del resto del mundo se trata de algo meramente decorativo a lo que no se
puede recurrir para desautorizar a Griesa, ya que el Gobierno ha reconocido
formalmente su jurisdicción. Asimismo,
ciertos opositores –es de suponer progresistas– insisten en que una parte
sustancial de la deuda es “ilegítima” y que por lo tanto habría que
investigarla detenidamente antes de pagarla; tal actitud tiene su lógica, pero
puesto que aquí las investigaciones judiciales suelen durar décadas, sería
inútil exigirles a los acreedores de otras latitudes esperar a que los
presuntamente politizados contadores e inspectores locales llegaran a una
conclusión definitiva en torno a los miles de millones de dólares que están en
juego.
Ahora, una corte de apelaciones optó por otorgar al gobierno
argentino más tiempo para defender su actitud.
Sea como fuere, el paso del tiempo no ha ayudado del todo a
aclarar el neblinoso panorama político nacional. Antes bien, se hace más
brumoso por momentos. En la actualidad, el país se ve gobernado, por decirlo de
algún modo, por una señora que dice hablar con su marido difunto, un hombre
que, según sus admiradores más entusiastas, post mortem se metamorfoseó en un
buzo para frecuentar las profundidades del alma nacional. En su honor, ya se ha
construido un mausoleo, se celebran torneos deportivos y se proyectan películas
laudatorias. Mientras tanto, las calles de las ciudades se llenan de centenares
de miles de personas que baten cacerolas y otros utensilios domésticos. ¿Qué
buscan? Nadie sabe: quienes se manifiestan de esta manera quieren otra
realidad, pero son conscientes de que nunca la encontrarán. Atrapados como
están en la telaraña pegajosa hilada por el populismo corporativista
consentido, a pocos les será dado esquivar la gran crisis sociopolítica que
está aproximándose. Aun cuando el Gobierno logre persuadir a la corte de apelaciones
de Nueva York de suavizar el fallo de Griesa, los problemas tanto internos como
externos continuarán amontonándose sin que Cristina pueda hacer nada para
impedir que alcancen una masa crítica.
La Presidenta sigue contando con la solidaridad incondicional
de sus dependientes: la gente de La Cámpora, ciertos pingüinos y algunos
políticos sueltos, pero los demás están alejándose. El peronismo parece estar
por experimentar otra de sus mutaciones periódicas; en adelante, tratará de
destacarse por la moderación, pragmatismo y sentido común de sus dirigentes que
esperan heredar el poder aunque les aguardara “un país en llamas”.
En el plano interno, Cristina está aislada, pero merced en
buena medida a sus esfuerzos, también lo está el país en el escenario internacional.
Los norteamericanos, demócratas y republicanos por igual, están hartos de la
negativa “principista” del Gobierno a respetar los fallos adversos de
tribunales como el CIADI, del Banco Mundial: en el Congreso de Estados Unidos,
podría prosperar una iniciativa destinada a privar a la Argentina del acceso al
financiamiento externo. Comparten el fastidio por la conducta del gobierno
kirchnerista muchos europeos y asiáticos.
Con la excepción del
líder venezolano Hugo Chávez y sus amigos, los gobiernos de los países vecinos
se limitan a mirar con indiferencia lo que está ocurriendo aquí; no les
convendría en absoluto que la mala imagen argentina deslustrara aquella de la
región en su conjunto, puesto que últimamente se ha difundido por el mundo la
impresión de que, por fin, América latina está evolucionando de manera
sumamente positiva. Para contrarrestar la coalición “antiargentina” informal
que está plasmándose, el gobierno de Cristina ha intentado forjar una alianza
estratégica con Angola y, con el propósito de complacer a Chávez, acercarse a
la sanguinaria teocracia iraní, lo que, por supuesto, no lo ha ayudado a romper
el cerco sino que, por el contrario, ha servido para que sea aún más evidente
la soledad del país en un mundo que parece decidido a dejar que se cociera en
su propia salsa.
(*) PERIODISTA y analista político, ex director de
“The Buenos Aires Herald”.
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