sábado, 1 de diciembre de 2012

Adiós, mundo cruel

Por James Neilson (*)
En diversas ocasiones, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha dado a entender que no le gusta para nada el mundo. Parecería que en su opinión se trata de un lugar inhóspito lleno de gorilas que se resisten a prestar atención a sus consejos bien intencionados, razón por la que Europa se ha hundido. Lo que más molesta a la señora es que, además de caérsenos encima, aplastando una economía inclusiva de matriz diversificada que de otro modo seguiría siendo una fuente inagotable de alegría, el mundo se niega a reemplazar sus antipáticas verdades neoliberales por las alternativas llamativamente superiores que reivindican los herederos espirituales de la maravillosa juventud peronista de hace casi medio siglo.

Para más señas, lejos de dejarse convencer por la elocuencia apasionada de Cristina en defensa del gran relato nacional, algunos extranjeros comprometidos con la despreciable ortodoxia imperante han comenzado a reaccionar como si se supusieran personalmente agraviados por sus declaraciones “inflamatorias”.

Habrá sido por este motivo que Thomas Griesa, el magistrado neoyorquino que tiene el privilegio dudoso de ser el encargado de encontrar una solución permanente para el embrollo descomunal que fue provocado por el default más festejado de la historia del género humano, terminó fulminando a la Presidenta, y al país, con un fallo que difícilmente pudo haber sido más doloroso. Según Griesa, el juez que a través de los años habrá aprendido más que cualquier otro jurista vivo acerca de las excentricidades políticas, diplomáticas y económicas del kirchnerismo militante, el Gobierno tendrá que pagarles todo cuanto están pidiendo a los reacios a resignarse a la pérdida de la plata que es, dicen, legalmente suya. Caso contrario, la Argentina se precipitaría en un default “técnico”, desgracia que, en opinión de algunos, tendría un impacto terrible en la economía planetaria.

Para el Gobierno, el fallo de Griesa se produjo en el peor momento concebible. A poco más de un año de aquel triunfo electoral épico, la Presidenta se ha visto desafiada por una serie de cacerolazos cada vez mayores y por un paro sindical paralizante que fortaleció al desdeñado caudillo camionero Hugo Moyano. Por lo demás, Cristina tiene que intentar minimizar los costos políticos de la captura por los fondos buitre del buque insignia de la Armada, la Fragata Libertad, que desde hace casi un par de meses está amarrada en un puerto africano, de los escándalos ya rutinarios protagonizados por personajes como el vicepresidente Amado Boudou, y, lo que es aun peor, del derretimiento rápido del “modelo” económico.

 La Presidenta no puede sino entender que ella misma fue responsable de la indignación que se apoderó del juez veterano cuando le oyó decir que el gobierno argentino desconocería cualquier fallo que se apartara de sus propias preferencias. Griesa se habrá informado que en la Argentina es considerado perfectamente normal que Cristina y sus seguidores se mofen de las decisiones de los jueces locales, pero parecería que no está dispuesto a permitirles tratar con prepotencia a la Justicia de Estados Unidos. Tampoco lo estarán sus compatriotas. Aunque muchos norteamericanos han discrepado con el fallo por temer que tenga connotaciones internacionales muy peligrosas, no quieren que los gobiernos de otros países se crean facultados para pisotear la ley con impunidad.

Huelga decir que Griesa dista de ser la primera eminencia extranjera a sentirse desconcertada por la forma de proceder, a su juicio inaceptable, de quienes mandan en la Argentina. Bien antes de tocarle coronar su carrera como jurista mediando entre los abogados alquilados por el gobierno kirchnerista y los contratados por distintos grupos de acreedores, una serie interminable de políticos, empresarios, antropólogos y otros ya habían llegado a la conclusión de que la Argentina era un país muy diferente de los demás, uno en que, por una combinación insólita de motivos históricos, geográficos y psicológicos, muchos dirigentes se comportaban como si estuvieran convencidos de que, fronteras adentro, no funcionaban las leyes de la matemática, y ni hablar de las que rigen la conducta de otros pueblos de cultura presuntamente parecida.

Con frecuencia, el código de valores de la elite política nacional ha dejado tan perplejos a estudiosos procedentes de otros lugares que, luego de una visita, han procurado justificar su incapacidad para comprenderlo afirmando que la Argentina es un misterio insondable, el mayor del siglo XX y lo que va del XXI, parecer que, para algunos, es motivo de orgullo. Pero los extranjeros, entre ellos el juez Griesa, no son los únicos que se sienten confundidos por las costumbres locales. Cuando un peronista dice que el movimiento en que milita es “un sentimiento”, confiesa que él tampoco entiende muy bien el galimatías ideológico que reivindica pero que así y todo está resuelto a serle fiel cueste lo que costare.

Algunos opositores han criticado al gobierno de Cristina con vehemencia por no haberse rebelado mucho antes contra el “colonialismo judicial” supuesto por la voluntad de dejar en manos foráneas un asunto que según ellos debería ser privativo de la Justicia argentina. Es una linda idea, pero sucede que a ningún inversor extranjero en potencia se le ocurriría confiar en un sistema judicial que cree subordinado a un Poder Ejecutivo notoriamente inescrupuloso. En cuanto a la ley Cerrojo que supuestamente imposibilitaría cualquier negociación con “los buitres”, desde el punto de vista del resto del mundo se trata de algo meramente decorativo a lo que no se puede recurrir para desautorizar a Griesa, ya que el Gobierno ha reconocido formalmente su jurisdicción.  Asimismo, ciertos opositores –es de suponer progresistas– insisten en que una parte sustancial de la deuda es “ilegítima” y que por lo tanto habría que investigarla detenidamente antes de pagarla; tal actitud tiene su lógica, pero puesto que aquí las investigaciones judiciales suelen durar décadas, sería inútil exigirles a los acreedores de otras latitudes esperar a que los presuntamente politizados contadores e inspectores locales llegaran a una conclusión definitiva en torno a los miles de millones de dólares que están en juego.

Ahora, una corte de apelaciones optó por otorgar al gobierno argentino más tiempo para defender su actitud.

Sea como fuere, el paso del tiempo no ha ayudado del todo a aclarar el neblinoso panorama político nacional. Antes bien, se hace más brumoso por momentos. En la actualidad, el país se ve gobernado, por decirlo de algún modo, por una señora que dice hablar con su marido difunto, un hombre que, según sus admiradores más entusiastas, post mortem se metamorfoseó en un buzo para frecuentar las profundidades del alma nacional. En su honor, ya se ha construido un mausoleo, se celebran torneos deportivos y se proyectan películas laudatorias. Mientras tanto, las calles de las ciudades se llenan de centenares de miles de personas que baten cacerolas y otros utensilios domésticos. ¿Qué buscan? Nadie sabe: quienes se manifiestan de esta manera quieren otra realidad, pero son conscientes de que nunca la encontrarán. Atrapados como están en la telaraña pegajosa hilada por el populismo corporativista consentido, a pocos les será dado esquivar la gran crisis sociopolítica que está aproximándose. Aun cuando el Gobierno logre persuadir a la corte de apelaciones de Nueva York de suavizar el fallo de Griesa, los problemas tanto internos como externos continuarán amontonándose sin que Cristina pueda hacer nada para impedir que alcancen una masa crítica.

La Presidenta sigue contando con la solidaridad incondicional de sus dependientes: la gente de La Cámpora, ciertos pingüinos y algunos políticos sueltos, pero los demás están alejándose. El peronismo parece estar por experimentar otra de sus mutaciones periódicas; en adelante, tratará de destacarse por la moderación, pragmatismo y sentido común de sus dirigentes que esperan heredar el poder aunque les aguardara “un país en llamas”.

En el plano interno, Cristina está aislada, pero merced en buena medida a sus esfuerzos, también lo está el país en el escenario internacional. Los norteamericanos, demócratas y republicanos por igual, están hartos de la negativa “principista” del Gobierno a respetar los fallos adversos de tribunales como el CIADI, del Banco Mundial: en el Congreso de Estados Unidos, podría prosperar una iniciativa destinada a privar a la Argentina del acceso al financiamiento externo. Comparten el fastidio por la conducta del gobierno kirchnerista muchos europeos y asiáticos.

Con la excepción del líder venezolano Hugo Chávez y sus amigos, los gobiernos de los países vecinos se limitan a mirar con indiferencia lo que está ocurriendo aquí; no les convendría en absoluto que la mala imagen argentina deslustrara aquella de la región en su conjunto, puesto que últimamente se ha difundido por el mundo la impresión de que, por fin, América latina está evolucionando de manera sumamente positiva. Para contrarrestar la coalición “antiargentina” informal que está plasmándose, el gobierno de Cristina ha intentado forjar una alianza estratégica con Angola y, con el propósito de complacer a Chávez, acercarse a la sanguinaria teocracia iraní, lo que, por supuesto, no lo ha ayudado a romper el cerco sino que, por el contrario, ha servido para que sea aún más evidente la soledad del país en un mundo que parece decidido a dejar que se cociera en su propia salsa.

(*)  PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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