domingo, 30 de diciembre de 2012

2012: al populismo le llegó el largo plazo

Por Enrique Szewach
Cierra un año complicado para la economía argentina. Y fue un año complicado, no sólo porque la sequía, la preferencia brasileña por enfriar la economía y bajar el riesgo inflacionario por sobre el crecimiento, y la insistencia local por abusar del impuesto inflacionario y, simultáneamente, elevar al récord la presión impositiva, para financiar el gasto público, afectaron el nivel de actividad, el empleo, y el salario real, sino porque al populismo económico vernáculo, disfrazado con títulos rimbombantes y épicas de fantasía, le llegó el largo plazo. Y respondió “profundizando” en lugar de cambiar.

Los populismos económicos sólo pueden ser exitosos transitoriamente. Estos esquemas tienen que introducirse en momentos de buenos stocks acumulados y “colchones” de todo tipo y lograr que, por limitaciones constitucionales, alguna catástrofe o alguna nefasta alteración del orden institucional, sean interrumpidos antes de que los stocks se agoten y los colchones desaparezcan. Cuando los períodos populistas se prolongan demasiado, tarde o temprano se encuentran con el dilema de cambiar o fracasar.

A ese dilema se enfrentó el Gobierno hacia fines de 2011,  cuando quedaron a la intemperie la mayoría de los problemas acumulados. El sector energético explicitaba su decadencia, después de años de mala política, con precios artificialmente bajos, que desincentivaron la oferta, cambiaron el signo de la balanza comercial de combustibles pasando a un violento déficit e hicieron explotar el gasto público, por el mecanismo de subsidios, para financiar la generación y distribución, mientras, paradójicamente, se llevaba a la quiebra a la mayoría de los participantes del sector. También quedó claro, lamentablemente con 52 muertos, el agotamiento del stock vinculado a transporte público, y a infraestructura de todo tipo. El colchón cambiario y salarial –que durante años disimuló la baja competitividad de la economía argentina– desapareció, no sólo de la mano de un ajuste del tipo de cambio debajo de la inflación y de aumentos salariales bien por encima de dicha tasa y no siempre en línea con mejoras de productividad, sino porque  las monedas regionales frenaron su apreciación. Lo mismo sucedió con la capacidad productiva de vastos sectores, ya en su techo.

Frente a esta encrucijada se prefirió la profundización y no el cambio. La respuesta a la crisis energética, fue la estatización de YPF, y una confusa política de marchas y contramarchas en una mezcla aleatoria de más intervencionismo por y más precio en algunos temas marginales, e indefinición creciente en torno al quebrado sector eléctrico que sigue siendo emparchado, coyunturalmente. Lo mismo ocurre con la infraestructura en general, se hace lo muy urgente, muy poco de lo importante, lento y mal.

La respuesta a los problemas de competitividad sistémica, fue el cierre de la economía,  que sirvió tanto para juntar los dólares que se requieren para importar energía y pagar deuda externa, como para darles mercado y rentabilidad a los que no podían competir con las importaciones, en algunos casos exageradamente, con un  escandaloso costo fiscal y para los consumidores. Los exportadores “no soja”, en cambio, fueron los claros perdedores del sector externo. Los problemas fiscales, por su parte, se enfrentaron con otra mezcla extraña de “ajuste” trasladado a las provincias y a ciertos programas asistenciales, más presión impositiva, y más impuesto inflacionario que, para poder cobrarlo en su plenitud y reducir los efectos secundarios de la inundación de pesos, llevaron a la épica de la “pesificación cultural”, que prohibió atesorar dólares, pero que frenó también cualquier ingreso posible: les impidió a los argentinos repatriar sus ahorros.

Ninguna de estas medidas es la “solución” al fracaso populista. Al contrario, más allá de mejoramientos transitorios, de cambios marginales positivos en algunos rubros, y que una mejor cosecha y un Brasil más dinámico, ayuden en 2013, este intento por prolongar artificialmente la vida a un modelo que hace rato terminó, consolida un escenario de crecimiento mediocre que convierte a la política económica en simple divisora de la sociedad entre pagadores netos y cobradores netos. Con cada vez más de los primeros y menos de los segundos.

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