Por Roberto García |
En rigor, no había humor en la acusación –al respecto ha
escrito bastante el austríaco Sigmund Freud–, sino más bien un aprovechamiento
de la endeblez política del gobierno santafesino y de quien salió segundo
frente a CFK en los últimos comicios por la escandalosa complicación de la Policía provincial en el
tráfico de estupefacientes. Sal sobre la herida, claro; goce libidinoso sobre
el candor y la inoperancia de un partido opositor al cual subrepticiamente
escuchaban e interferían desde hace más de un año.
Aparte del buen o mal gusto de la frase, lo cierto es que el
episodio ocurre cuando un funcionario en ascenso como el militar Sergio Berni
–a quien Cristina hasta lleva en su avión alquilado– sale a explicar por TV y
no sólo por Canal 7 (lo que constituye un acontecimiento novedoso del hermético
Gobierno, al igual que la habilitación de un debate entre López Murphy y
Feletti por 6,7,8) la captura de un gigante de los carteles del narcotráfico.
Loable el intento de Berni, aunque el maleante hace meses que se desarrollaba
en la Argentina ,
había ingresado sin dificultades y vulnerado las fronteras al mismo tiempo que
las cadenas de distribución, unas que ingresan por el norte con la cocaína y
otras por el Litoral con la marihuana. Es vox pópuli. Justo también cuando el
kirchernismo, desde 2002 a
la fecha, no ha podido impedir el despliegue y la expansión de la droga en el
país y la multiplicación del sicariato, esa formación especial de criminales a
sueldo que se han instalado sin reservas y que, por su número, en cualquier
momento fundan un sindicato.
Fenómeno del cual el país fue advertido desde que los
norteamericanos impusieron el Plan Colombia, anunciando al resto de los países
de la región: “Vamos a apretar Colombia como si fuera un globo, por lo tanto
habrá escapes hacia naciones vecinas”. La Argentina no lo tuvo en cuenta o, tal vez, no
dispuso de capacidad suficiente para enfrentar esa invasión. De ahí que tampoco
resulta atinada la explicación de Berni cuando ensaya una excusa frente a la
evidencia: “Narcotraficantes hay en todas partes”. Olvida, finalmente es un
militar, el precepto económico –hasta ahora poco exitoso– que domina el modelo
económico del Gobierno con relación a las inversiones: van adonde hay mercado.
Y agregan: de ahí la necesidad de regular los mercados. Esto que es una verdad
de a puño para el oficialismo, sin embargo, no se ha aplicado para el negocio
de la droga, sea cualquiera la jurisdicción política a cargo o la policía
designada para tutelarlo. De ahí que la burla de Larroque a los socialistas
también conmueve a sus conmilitones del kircherismo, por no avanzar en la
cultura del consumo, de la siembra orgánica de la marihuana en el fondo de
ciertas casas o los poco felices agravios que desparramaron, sin conocerse
siquiera, un diputado del PRO y el ahora redimido gobernador de Santa Cruz,
Daniel Peralta.
Si cuesta entender el exabrupto, justo al discutirse la madurez
de los adolescentes cuando entre los cuarentones diputados no se advierte esa
condición, menos se comprende a la oposición en bloque: para explicar su
deserción del recinto adujo que la provocación de Larroque obedeció al
propósito de quedarse en exclusividad con los derechos de autor del voto para
los jóvenes y así ganarse esa voluntad. Del mismo modo que, en el relato
oficial, se quedaron con la propiedad de la Asignación Universal
por Hijo cuando, como se sabe, a Néstor Kirchner hubo que convencerlo con todo
tipo de presiones de la iniciativa del partido de Elisa Carrió. No porque se
negara a conceder el favor social, sino porque entonces los números del
Presupuesto se le podían desmoronar. Pero, si realmente lo de Larroque fue una
táctica oficialista observada y declarada, casi obvia, ¿cuál fue la razón de
los opositores para retirarse y no compartir el proyecto si también se deseaba
seducir a una franja imberbe del electorado?
Enigma del cuarto amarillo, igual que la gratuidad
momentánea de la ofensa del legislador perteneciente a dos clubes, el de La Cámpora y el de Unidos y
Organizados. Sin retorno y con la venia presidencial agravió al socialismo, que
por tradición y compromiso quizás fuera la única fracción política en
condiciones de acompañar al cristinismo para modificar la Constitución e
incorporar la re-re (difícilmente se evadiera de un pacto previo en el cual,
como Menem a Alfonsín, le garantizara la incorporación de ciertos derechos
sociales en la reforma).
Se podría entender si el Gobierno se hubiera bajado de su
aspiración continuista, pero la sintomatología oficial revela que persiste en
esa pretensión. Sea porque forzaron el trasvasamiento de un legislador en
Mendoza que se resistía a la reforma en la provincia o porque en las negociaciones
con Daniel Scioli le exigen la designación cristinista de todos los diputados
nacionales, mientras podrían concederle al gobernador la nominación de algunos
provinciales. Buscan número. Y tampoco les falta música: la siempre joven Diana
Conti volvió con su canción de Cristina Eterna, tal vez porque imagina una
cuota de Juvencia para sí misma en el caso de que se concrete.
Tanta alquimia y matemática con los propios requería de
alguna captación extraña. La socialista, por ejemplo, eventuales socios para
una reforma. Pero se levantaron los puentes. Y aunque falta tiempo, será arduo
para Binner y Cía. descargarse de la afrenta pública del “narcosocialismo”
esparcido en el Congreso y multiplicado por los diversos canales oficiales, un
giro idiomático en el cual Larroque y su grey han consumido bastante tiempo
para elaborarlo. Curioso: Larroque nunca hablaba, se pensaba que guardaba
combustible para una espectacular aparición. Ya la tuvo, un flash quizás
inolvidable, estrella por un día.
© Perfil
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