Por Roberto García |
Aludían esos intelectuales –en su versión primaria y bien
repetida por los imberbes o por los imberbes que no buscan alimentos y se
nutren sólo con lo que les vuelcan en la boca– a la diferencia entre esos manifestantes
urbanos y pudientes, alojados en un indeseable rincón de la sociedad, frente a
los desposeídos, humildes y mal entrazados que se reparten por todo el país, la Argentina profunda, que
el escudo de la Casa
Rosada dice proteger. Para ponerlo en colores, y como si uno
fuera un devoto de Courrèges, una minoría blanca y una mayoría negra,
entendiendo por ésta a los negritos, a mis negritos, como diría Eva.
Ocurre que en menos de un mes los negritos también se
rebelan, protestan como los blanquinosos. ¿O son de colección francesa los
modelos de la Prefectura
y de la Gendarmería ,
los suboficiales que progresivamente y en masa se amotinaron para pedir una
reparación en el faltante de sus salarios? Son los mismos hijos de los cuales
Evita creyó apropiarse con la generosidad del Estado, a los que seguramente
dignificó y a los cuales el gobierno actual educó para una función determinada,
en el río o en la frontera, y los terminó desviando para que controlaran el
asfalto o les pidieran documentos a los automovilistas. Mudos, discretos,
aceptaron esas nuevas funciones, esa dilapidación de dinero y responsabilidad
(como poner a Maradona de arquero en el equipo del barrio) mientras parecían
convertirse en el baluarte armado (por equipamiento y cantidad de elementos
nuevos) elegido por el Gobierno por si una eventualidad calamitosa lo
desbordara. En lugar, claro, de las decadentes tres fuerzas –Ejército, Armada y
Aeronáutica– a las cuales se les desconfía por nefastos acontecimientos que
empezaron en 1930.
Pero en lugar de engendrar generales o almirantes golpistas,
han producido inocentes y tozudos sindicalistas que ni saben de modelos
perversos y antidemocráticos, como lo fue, por ejemplo, en el subdesarrollo
caribeño, la experiencia de Fulgencio Batista con sus subalternos. En lugar de
admitir que la humanidad aprende a convivir –una lectura de Norbert Elias no le
viene mal a nadie, ya que hoy aludimos a los alemanes–, incluyendo a los
militares, el Gobierno se dejó arrastrar por añosos miedos y peores vicios autoritarios.
Curioso que así ocurra con quienes enarbolan progresismo.
Eran, Gendarmería y Prefectura, un nuevo poder al cual se
adornaba falsamente con ingresos no retributivos –una metáfora para no decir
que el Estado es negrero–, los cuales casi inopinadamente se decidió
recortarles como si los beneficiarios fueran gordos burgueses de la sociedad
blanca, bien vestidos, tapados en dólares, regodeándose en esta tierra sin
inflación.
Ante la queja, fue siniestro el intento por inculpar al
periodismo concentrado o a un contador general por la baja salarial cuando es
público que de la
Presidenta (advertida por su ministro Puricelli y el
secretario de Seguridad Berni) hacia abajo todos conocían la afeitada obligada
en los haberes por un dictamen de la Corte Suprema relativo al blanqueo de los
ingresos (en rigor, un segundo forzado dictamen –caso Zanotti– ya que el
primero –caso Salas– la
Casa Rosada se negó a aplicarlo porque suponía mayores
podas). O, no menos sórdido, desflorar a la cúpula de las fuerzas como
culpables de la insubordinación cuando, también es público, fueron esos
jerarcas dóciles entrenados con todos los ritos y relatos del oficialismo los
que cumplieron un seguidismo extremo. Salvo que, a la hora de comer, alquilar o
mandar a los chicos al colegio, la disciplina o subordinación se tornen menos
prioritarias en los sectores menos favorecidos.
Le toca a Sergio Berni empalmar, corregir y dar –sobre todo,
dar– en la cadena de suboficiales indignados. Una responsabilidad que su
presunta mandante (Nilda Garré) no supo exhibir y que al geronte Puricelli
nadie le quiere conceder (ya supo entregarse a las protestas con una
irregularidad: no descontar la mitad de la obra social al sector castrense).
Otra vez, como en el Indoamericano y en las represiones de impacto mínimo,
aparece este Berni, teniente coronel con licencia, médico, terrateniente, poco
afecto al folclore izquierdista, cercano a Alicia Kirchner, apasionado por sus
tareas tanto como para abandonar otras pasiones, casi un delfín a tomar en cuenta
entre los cercanos a la
Presidenta.
Raro y paradójico que el protagonismo le toque a un militar
en este gobierno, pero en los peronistas –y aun entre kirchneristas– siempre
hay una debilidad sentimental con los herederos gremiales del General.
© Perfil
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