Por Jorge Altamira |
Si bien Chávez vio reducido su apoyo en siete puntos
porcentuales en relación con las presidenciales de 2006, la concurrencia masiva
de votantes compensó esa disminución en el número absoluto de los votos. Chávez
dio vuelta los resultados, en relación con las parlamentarias de 2010, en dos
estados claves como Miranda y Zulia, y solamente perdió en los occidentales
Táchira y Mérida.
Por más que Capriles contrató el asesoramiento de estudios
vinculados con el gobierno brasileño, lo que se tradujo en un lenguaje ‘social’
y a favor de la “unión nacional”, la campaña demostró que la divergencia básica
entre los dos campos enfrentados sigue como en el primer momento. En su
programa de gobierno, Capriles declaró que pondría a PDVSA a producir petróleo
y abandonar “la cría de pollos o la construcción de viviendas sociales”, que es
el núcleo de la asistencia social con la que el chavismo pretende defender “la
redistribución de los ingresos”. PDVSA representa la mitad del producto interno
de Venezuela y el 95% de sus exportaciones y divisas. El planteo opositor
mantiene el objetivo fundamental de la derecha, de internacionalizar a PDVSA y
convertir a sus actividades en objeto de beneficio de los fondos financieros
internacionales. Chávez desplegó una propaganda enorme para destacar esta
diferencia, y hasta se empeñó en una crítica detallada del programa de
Capriles.
En honor a la verdad, Chávez inició su gestión, en 1999, con
un programa similar al de sus adversarios, con la llamada “apertura petrolera”
y un programa de “estabilidad” que podía provocar la envidia del más pintado de
los ‘neoliberales’. Pero dio luego un giro radical cuando el precio del barril
pasó de 8 a
100 dólares y cuando la movilización popular que derrotó el golpe de abril de
2002 creó un nuevo marco histórico de gobierno. La “redistribución de los
ingresos”, que elogia incluso el Banco Mundial, cuando apunta a la menor
desigualdad que hay en Venezuela respecto del resto de América Latina; esa
“redistribución de ingresos” no ha modificado la estructura de clases de
Venezuela ni ha hecho avanzar la industrialización del país que, en realidad,
ha retrocedido. Tres semanas antes de los comicios, Chávez convocó a la misma
derecha (textualmente) a votar por él, para evitar la guerra de clases y poder
conservar sus privilegios.
Bloqueo político
La otra conclusión de fondo de las elecciones venezolanas es
el agudo bloqueo político en que se encuentran las masas. No solamente porque
el voto a Chávez implica, hasta cierto punto, ‘más de lo mismo’
(desorganización económica, inflación, delitos, empobrecimiento). Una grandísima
parte de la clase obrera y del movimiento sindical, que enfrenta la
regimentación del gobierno y el congelamiento y manipulación de las
convenciones de trabajo, votó en masa por la derecha, en función de su discurso
‘democrático’. Impera la división y por sobre todo la desorientación.
Se está pagando el precio del larguísimo período de
seguidismo de la izquierda y el sindicalismo combativo al chavismo. Esta
situación es muy pedagógica para comprender la situación en Argentina, donde el
Partido Obrero ha llevado adelante una empecinada diferenciación política del
kirchnerismo y logrado, sobre esta base precisamente, una fuerte penetración en
el movimiento obrero, la juventud e incluso la ‘opinión pública’ en general.
El bloqueo de la situación política venezolana se manifiesta
en el extremo que ha alcanzado la ausencia de una sucesión política de Chávez.
De aquí en más están previstas diversas elecciones parciales (gobernadores,
municipales, parlamentarias) donde son previsibles derrotas de oficialismo,
algo que seguramente neutralizará el alcance político de los resultados del
domingo pasado. Chávez advirtió que “profundizaría la revolución”, en alusión a
aumentar la jurisdicción legal de las juntas comunales, que operan al margen de
las autoridades municipales e incluso los gobernadores. Aunque defienda la Constitución Bolivariana ,
cada vez que abre la boca, Chávez anuncia un conflicto constitucional de peso.
Consciente de su lugar único en la política de Venezuela, Chávez ha limitado la
sucesión política de su gobierno a una situación de crisis, que podría ser
causada por su incapacidad para gobernar como consecuencia de su enfermedad. En
ese caso, el árbitro de la sucesión no será el partido de gobierno, ni las
juntas comunales, ni cualquier otra encarnación ‘militante’, sino las fuerzas
armadas.
Chávez ha establecido para esto, recientemente, un Consejo
de Estado, que se haría cargo del gobierno en esos casos. Capriles procuró,
vanamente, acercarse a las fuerzas armadas, cuando anunció que nombraría, en
caso de ganar las elecciones, a un general en actividad como ministro de
Defensa. Fue el ejército -más precisamente, la brigada de paracaidistas- el que
zanjó la crisis provocada por el golpe de Estado de abril de 2002. Desde
entonces, el chavismo homogeneizó la cúpula militar, pero es menos claro el
impacto que podría estar teniendo la desorganización económica en los escalones
inferiores de las fuerzas armadas.
Estabilidad política
La victoria de Chávez no hizo fruncir el ceño al
establishment capitalista internacional. Y con razón. A partir del ingreso de
Venezuela al grupo de países que colaborará con las negociaciones de paz entre
el gobierno de Colombia y las Farc, el gobierno de Chávez se ha convertido en
una pieza de estabilidad política para el conjunto de intereses capitalistas
que operan en la región. Lo mismo vale para su ingreso al Mercosur, que somete
a Venezuela a reglas capitalistas inconfundibles. Los conflictos
internacionales en los que está involucrado el gobierno de Chávez no dependen de
lo que ocurra en Venezuela sino de una vasta negociación internacional, que
involucra a China y Rusia, y que tiene dividido al establishment
norteamericano.
Las contradicciones del ‘modelo’ bolivariano y el avance de
la crisis mundial, podrían minar a corto plazo la gobernabilidad del país.
PDVSA se encuentra en situación de semi-quiebra: uno, como consecuencia de una
deuda externa creciente; dos, por un déficit operativo debido al desfasaje del
tipo de cambio, que deberá llevar a una nueva devaluación de la moneda
nacional. Esta situación podría verse fuertemente afectada por el desarrollo,
por ejemplo, de la crisis en China, gran demandante de petróleo, y del ingreso
de Irak como oferente al mercado petrolero mundial; de un modo general,
pareciera que las mineras y combustibles estarían enfrentando un nuevo ciclo
bajista.
El estudio de la experiencia venezolana refuerza la
conclusión que señala la necesidad imperiosa de una enérgica diferenciación
socialista respecto del nacionalismo y por la emancipación de la tutela
política de este nacionalismo sobre la clase obrera y los explotados. La
preminencia del nacionalismo, en la medida en que bloquea la intervención
independiente de las masas, empuja a muchos sectores de ellas, en
circunstancias económicas desesperantes, a la derecha. La tarea de la izquierda
revolucionaria es desarrollar y potenciar la tendencia de los explotados a una
acción histórica independiente.
© Prensa Obrera
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