Por Roberto García |
Pero si fuera cierto lo que dicen que dijo Cristina, aparte
de la extrema depresión que ahogará a sus seguidores que gastaban a cuenta, en
otros espíritus menos sometidos también habrá cierta decepción: abandonar por
extenuación no era el final que merecía la historia legislativa de la Presidenta , esa a la
que podía invocar señalando que cumpliría exactamente con el catecismo
constitucional, al que había contribuido y jurado en el ’94, sin reformas ni
cambios y sin dejar –parafraseando a su difunto marido– los principios en la
escalinata de la Casa
de Gobierno.
Se le había impuesto, desde que ejerce la Presidencia , otra
historia paralela: la del poder, menos transparente y lúcida, ya que no es lo
mismo funebrero que empleado de boutique y, se supone, introducir las manos en
el barro todos los días no puede compararse con la visita impecable al Congreso
una o dos veces por semana. Huis clos, Jean-Paul Sartre, por si alguien quiere
abundar.
Con perspectiva, resultó más feliz aquella evasiva “no se
hagan los rulos” –expresada por la mandataria cuando empezó la novela de la
renovación y la reforma– que la actual excusa del agotamiento brindada por
algún bien informado, aunque este tema siempre planeará en sus diálogos (por
ejemplo, con la fueguina gobernadora Fabiana Ríos, otra que dice estar cansada
como Julio Grondona al frente de la
AFA , ya que esas manifestaciones no son exclusivas de un
género).
Este otro epílogo, físico en apariencia, subalterno con lo
que Ella forjó de sí misma, librepensadora pero católica creyente, hegeliana y
napoleónica, anticipado además por terceros, aparece como una exigencia de
minorías, esos núcleos sin conducción ni partidos que nutren ahora con el
rechazo al Gobierno todas las encuestas, una inanimada multitud que se conecta
como hormigas para impedir el propósito de Cristina Eterna y, luego, cuestionar
la confiscatoria política económica, también el bloqueo a ciertas libertades
individuales que se consideran malversadas. Para resumir, es una respuesta al
genérico y amenazador “vamos por todo” que Ella misma inspiró alegremente desde
el palco, comparable al indiscriminado “todo va mejor con Coca-Cola”, pero que
algunos sectores han imaginado con menos dulzura que la propaganda de la
gaseosa.
La confesión, de ser cierta, no se encuadra con otros
proyectos nacidos a su vera. Para escandalizar a quienes la objetan, basta a
veces la simple fotografía de algunos que atraviesan la alfombra roja de Olivos
y no cesan con la iniciativa de la continuidad. Más: impulsan variantes
políticas como la de Milagro Sala en Jujuy, cooperativista, indigenista,
originaria; tal vez poco integrada a otros sectores en la provincia y, sin
duda, notablemente alejada de la “pampa gringa” (Santa Fe, Mendoza, la Capital ). Y, por supuesto,
de la clase media, de otros núcleos urbanos más pudientes. Una experiencia
nueva, casi autonómica (como una Cataluña subdesarrollada en España) que tiende
a divisiones territoriales impensadas o, en todo caso, si lo fueron, provenían
de provincias ricas y disconformes con un Gobierno nacional que les rebana
parte de sus ingresos. Es de imaginar que a un subordinado gobernador como
Eduardo Fellner le provoca ictericia que desde la Rosada , a la cual rinde
culto, algunos de los visitantes de la mandataria estimulen el modelo de “la
flaca” Sala. Es una muestra quizás de amor no correspondido, de afecto mal pago
a ciertas cabezas provinciales: no es Fellner el único gobernador que puede ver
fantasmas.
Y si a Cristina no le alcanzan los números para repetirse,
como le faltan los dólares a Kicillof, al margen de declaraciones inciertas
habrá que indagar en lo que también sus cercanos agregan: una presunta falta de
solidaridad con los propios. Y en ese aspecto establecen diferencias básicas
entre Ella y El. Néstor, recuerdan, se preocupaba por la suerte de los escasos
dueños de sus secretos. Por ejemplo, reseteó con un cargo en el exterior a un
asesor como Alfredo McLoughlin, a quien habían salpicado con el olvidado
affaire Grecco; pasó a la oscuridad de los medios el declarado amigo de Hugo
Chávez y más confidente de los gobernantes argentinos, Claudio Uberti,
transportador de Antonini Wilson y aquella valija con 800 mil dólares; mismo
cono y piadosa sombra judicial para Daniel Varizat, feligrés santacruceño que
atropelló a un gentío; incluso se recicló la ex ministra de Economía Felisa
Miceli, caracterizada por el olvido de un bolso con plata de certero origen en
su propio baño. La lista es más amplia, y si bien nadie jura que El intervino
en esos procesos, le otorgan autoría intelectual.
Al revés de Ella, que según las versiones sacude el árbol
apenas siente un temblor. El hermano de la Garré es el último ejemplo, junto con el jefe de la Armada , apartados como
chivos expiatorios de dos crisis distintas y por discutibles responsabilidades.
Con la Gendarmería
ocurrió algo semejante: de fuerza preferida pasó a réproba sólo por demandar
que no les bajaran el salario. Al ex procurador Righi lo expulsaron por la
puerta trasera como a un empleado infiel cuando –se sabe– enmendó con
sugerencias de todo tipo los amateurs enredos familiares en la Justicia. Ni qué
hablar del presunto juez modélico Daniel Rafecas, quien brotó como ejemplo para
la corporación (hasta cosechaba requiebros el hermano cineasta), según el
relato kirchnerista y, por una desavenencia con el favorito vice Amado Boudou
lo mandaron al descenso. Con riesgo aun de perder otra categoría si, en el
juicio por las coimas en el Senado (De la Rúa & Cía.), le imputan mala praxis, la misma
que seguramente no desconocía la
Casa de Gobierno.
Tampoco es el único juez que ha descubierto, como Fellner y
otros chivos expiatorios, que la vida cambia, y hasta quizás radicalmente, aun
si Cristina Fernández, como dicen que dijo, se aparta de la reelección como si
fuera un cáliz.
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