sábado, 20 de octubre de 2012

¿No va a la re-re?

Por Roberto García
Les ha confesado a sus íntimos, si es que los tiene, que está cansada para intentar la re-reelección, para seguir después de cumplir este áspero mandato que le resta. Como nadie de su cercanía habla, mucho menos sin permiso previo, se sospecha del trascendido sobre su retiro, que hizo correr un falso influyente, más bien como una distracción temporaria en épocas de chaparrones intensos, nunca vistos durante los nueve años de kirchnerismo.

Pero si fuera cierto lo que dicen que dijo Cristina, aparte de la extrema depresión que ahogará a sus seguidores que gastaban a cuenta, en otros espíritus menos sometidos también habrá cierta decepción: abandonar por extenuación no era el final que merecía la historia legislativa de la Presidenta, esa a la que podía invocar señalando que cumpliría exactamente con el catecismo constitucional, al que había contribuido y jurado en el ’94, sin reformas ni cambios y sin dejar –parafraseando a su difunto marido– los principios en la escalinata de la Casa de Gobierno.

Se le había impuesto, desde que ejerce la Presidencia, otra historia paralela: la del poder, menos transparente y lúcida, ya que no es lo mismo funebrero que empleado de boutique y, se supone, introducir las manos en el barro todos los días no puede compararse con la visita impecable al Congreso una o dos veces por semana. Huis clos, Jean-Paul Sartre, por si alguien quiere abundar.

Con perspectiva, resultó más feliz aquella evasiva “no se hagan los rulos” –expresada por la mandataria cuando empezó la novela de la renovación y la reforma– que la actual excusa del agotamiento brindada por algún bien informado, aunque este tema siempre planeará en sus diálogos (por ejemplo, con la fueguina gobernadora Fabiana Ríos, otra que dice estar cansada como Julio Grondona al frente de la AFA, ya que esas manifestaciones no son exclusivas de un género).

Este otro epílogo, físico en apariencia, subalterno con lo que Ella forjó de sí misma, librepensadora pero católica creyente, hegeliana y napoleónica, anticipado además por terceros, aparece como una exigencia de minorías, esos núcleos sin conducción ni partidos que nutren ahora con el rechazo al Gobierno todas las encuestas, una inanimada multitud que se conecta como hormigas para impedir el propósito de Cristina Eterna y, luego, cuestionar la confiscatoria política económica, también el bloqueo a ciertas libertades individuales que se consideran malversadas. Para resumir, es una respuesta al genérico y amenazador “vamos por todo” que Ella misma inspiró alegremente desde el palco, comparable al indiscriminado “todo va mejor con Coca-Cola”, pero que algunos sectores han imaginado con menos dulzura que la propaganda de la gaseosa.

La confesión, de ser cierta, no se encuadra con otros proyectos nacidos a su vera. Para escandalizar a quienes la objetan, basta a veces la simple fotografía de algunos que atraviesan la alfombra roja de Olivos y no cesan con la iniciativa de la continuidad. Más: impulsan variantes políticas como la de Milagro Sala en Jujuy, cooperativista, indigenista, originaria; tal vez poco integrada a otros sectores en la provincia y, sin duda, notablemente alejada de la “pampa gringa” (Santa Fe, Mendoza, la Capital). Y, por supuesto, de la clase media, de otros núcleos urbanos más pudientes. Una experiencia nueva, casi autonómica (como una Cataluña subdesarrollada en España) que tiende a divisiones territoriales impensadas o, en todo caso, si lo fueron, provenían de provincias ricas y disconformes con un Gobierno nacional que les rebana parte de sus ingresos. Es de imaginar que a un subordinado gobernador como Eduardo Fellner le provoca ictericia que desde la Rosada, a la cual rinde culto, algunos de los visitantes de la mandataria estimulen el modelo de “la flaca” Sala. Es una muestra quizás de amor no correspondido, de afecto mal pago a ciertas cabezas provinciales: no es Fellner el único gobernador que puede ver fantasmas.

Y si a Cristina no le alcanzan los números para repetirse, como le faltan los dólares a Kicillof, al margen de declaraciones inciertas habrá que indagar en lo que también sus cercanos agregan: una presunta falta de solidaridad con los propios. Y en ese aspecto establecen diferencias básicas entre Ella y El. Néstor, recuerdan, se preocupaba por la suerte de los escasos dueños de sus secretos. Por ejemplo, reseteó con un cargo en el exterior a un asesor como Alfredo McLoughlin, a quien habían salpicado con el olvidado affaire Grecco; pasó a la oscuridad de los medios el declarado amigo de Hugo Chávez y más confidente de los gobernantes argentinos, Claudio Uberti, transportador de Antonini Wilson y aquella valija con 800 mil dólares; mismo cono y piadosa sombra judicial para Daniel Varizat, feligrés santacruceño que atropelló a un gentío; incluso se recicló la ex ministra de Economía Felisa Miceli, caracterizada por el olvido de un bolso con plata de certero origen en su propio baño. La lista es más amplia, y si bien nadie jura que El intervino en esos procesos, le otorgan autoría intelectual.

Al revés de Ella, que según las versiones sacude el árbol apenas siente un temblor. El hermano de la Garré es el último ejemplo, junto con el jefe de la Armada, apartados como chivos expiatorios de dos crisis distintas y por discutibles responsabilidades. Con la Gendarmería ocurrió algo semejante: de fuerza preferida pasó a réproba sólo por demandar que no les bajaran el salario. Al ex procurador Righi lo expulsaron por la puerta trasera como a un empleado infiel cuando –se sabe– enmendó con sugerencias de todo tipo los amateurs enredos familiares en la Justicia. Ni qué hablar del presunto juez modélico Daniel Rafecas, quien brotó como ejemplo para la corporación (hasta cosechaba requiebros el hermano cineasta), según el relato kirchnerista y, por una desavenencia con el favorito vice Amado Boudou lo mandaron al descenso. Con riesgo aun de perder otra categoría si, en el juicio por las coimas en el Senado (De la Rúa & Cía.), le imputan mala praxis, la misma que seguramente no desconocía la Casa de Gobierno.

Tampoco es el único juez que ha descubierto, como Fellner y otros chivos expiatorios, que la vida cambia, y hasta quizás radicalmente, aun si Cristina Fernández, como dicen que dijo, se aparta de la reelección como si fuera un cáliz.

© Perfil

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