martes, 2 de octubre de 2012

La política detrás de la inflación

Por Enrique Szewach
Aunque la Presidenta la niegue y los ministros la minimicen, la elevada tasa de inflación que caracteriza hoy a la economía argentina está adquiriendo mayor preponderancia entre las preocupaciones de la sociedad.

Y esto es así pese a que desde hace años tenemos una inflación anual de dos dígitos que empiezan con 2, porque mientras esta elevada inflación convivía con crecimiento económico, el Gobierno pudo “vender” el falso dilema de que la inflación es un costo a pagar para crecer y mantener el pleno empleo. Pero, ahora que la economía no crece ni genera empleos, le cuesta más sostener este discurso, mientras que aquellos que compensaban el impuesto con ingresos provenientes de sus ahorros tampoco pueden en esta instancia “defenderse”, dadas la tasa negativa y la dificultad para atesorar dólares.

Sin embargo, el Gobierno ha decidido seguir usando el Banco Central y el impuesto inflacionario para financiar un gasto público creciente y concentrado en metas políticas.

Para evitar que los tenedores de pesos eludan dicho impuesto se prohíbe vender esos pesos para atesorar cualquier otra moneda. En ese sentido, la “pesificación forzada” no es más que una “estafa” disfrazada de batalla cultural.

Pero, como no podía ser de otra manera, un contexto en el que conviven una inflación elevada, diferentes grados de indexación, subsidios al consumo de ciertos bienes y servicios, controles de precios, restricciones a la importación, etc., genera un esquema de “impuestos inflacionarios diferenciales”, dependiendo de la particular situación de cada uno.

Los salarios del sector sindicalizado, en especial los más bajos, más o menos se ajustan con la inflación real –aunque algún costo inflacionario se paga, dado el rezago que tienen los aumentos paritarios–. Es decir, pagan un impuesto inflacionario relativamente bajo si se tiene en cuenta, además, que utilizan escuela pública, o privada subsidiada, salud pública o a través de las obras sociales sindicales, transporte subsidiado, energía subsidiada y alimentos y bebidas con cierto grado de control de precios.

Los sindicalizados con salarios más elevados pagan más impuesto inflacionario, dado el retraso en la actualización del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, y por el hecho de que consumen en su canasta bienes y servicios con menos componente de subsidio en sus precios (esparcimiento, educación privada, transporte privado, etc.). Los trabajadores no sindicalizados de bajos ingresos, por su parte, no pueden indexar sus salarios, pero consumen servicios subsidiados, de manera que también pagan un impuesto inflacionario diferente.
 Los jubilados, a partir de la movilidad legal de sus haberes, pagan menos impuesto inflacionario, aunque su nivel de ingresos tiene un punto de partida –en general– tan bajo que el aumento “no luce”, y además consumen bienes y servicios con relativo menor componente de subsidios, en particular en el área de la salud y la vivienda.

Finalmente, hay que considerar a empresarios, profesionales o cuentapropistas con ingresos más altos, que pagan más o menos impuesto inflacionario dependiendo del mercado en que actúan, de su capacidad para fijar precios o trasladar costos, y del grado de consumo de servicios subsidiados. Asimismo, como se mencionó, todos los que tienen cierta capacidad de ahorro sufren el deterioro de los mismos en términos reales al no poder atesorar en moneda extranjera.

Como se puede apreciar, sólo con estos ejemplos parciales la inflación no es la misma ni afecta por igual a todos los ciudadanos. Y ésa es la apuesta “política” del Gobierno. Mantener un elevado impuesto inflacionario, en promedio, pero afectando “diferencialmente” al padrón electoral. Favoreciendo a sus votantes –el próximo año puede elevar el mínimo no imponible, y/o actualizar más los subsidios directos–. Y haciéndoles pagar más a los que no lo votan, considerando que éstos se mantendrán divididos en un amplio, desordenado y atomizado espectro opositor.

Si, además, en el 2013 hay algo de crecimiento, a lo mejor capta algunos votos que hoy se han ido, volviendo al falso argumento de inflación vs. crecimiento.

Pero, desde la economía, el riesgo que se corre es enorme. Mantener la droga de la inflación acumulándose en el cuerpo económico por tanto tiempo, distorsionando precios e ingresos relativos, siempre termina mal.

© Perfil

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