Por Luis Gregorich |
Es cierto que los virtuales amotinados proclamaron en todo
momento su claro compromiso con la democracia. Se trataba, simplemente, de un
planteo sindical por parte de quienes no pueden estar sindicalizados.
Integrantes de las fuerzas de seguridad, instituciones verticales por excelencia,
deliberaron sin tener derecho a deliberar.
Tenían razón, pero se vieron obligados a utilizar caminos
vedados para demostrarlo. Y recibieron algunas sospechosas adhesiones. No hay
duda de que el sistema de pagos no remunerativos (es decir, en negro) es una
pésima práctica gubernativa, que debería ser gradualmente eliminada.
La creciente inseguridad que vivimos hace especialmente
sensible la gestión de las fuerzas que el Estado democrático destina para
protegernos.
Deben ser retribuidas con salarios dignos y estables, que
estén en relación con los riesgos que corre su integridad física y los
desarreglos sociales y familiares que puede implicar la índole de su tarea.
Por eso deben ser condenadas sin vacilar, en este episodio,
las torpezas del Gobierno, que no se solucionan con el simple trámite del
cambio de cúpulas. La ministra Nilda Garré y el secretario del área, Sergio
Berni, deberían reflexionar acerca de su papel en esta pequeña crisis.
Hay dos tentaciones que deben ser desechadas drásticamente.
Una, quizá la más importante, es negarse a juzgar al conjunto de las fuerzas de
seguridad por el pasado dictatorial y atender racionalmente sus reclamos, como
los de cualquier otro sector de la sociedad. La otra, más infrecuente, pero
igualmente peligrosa, es la de los nostálgicos de los viejos tiempos, que se
ponen contentos apenas ven a un grupo de uniformados protestando en las calles.
Los que tenemos más que suficiente edad para recordar nos
estremecemos cuando escuchamos ruidos de armas, aunque estén bien enfundadas,
en nuestras ciudades. Dentro de la democracia y la ley todo está permitido,
incluso la protesta de los que no deberían protestar, incluso la deliberación
de los que no pueden deliberar. Pero nada, por favor, fuera de la democracia y
la ley, nada al margen del frágil y a la vez consistente compromiso que hemos
contraído en 1983.
Hay que apoyar, en ese sentido, los acercamientos y las
actitudes compartidas de Gobierno y oposición en el Parlamento. Habrá tiempo
para que la oposición critique duramente al Gobierno y para que el Gobierno se
despache a gusto con la oposición.
Debemos, mientras tanto, hacer un esfuerzo de unidad al
menos por esta vez y juramentarnos para que la democracia, instrumento concreto
de la convivencia, no resulte ni mínimamente vulnerada.
© La Nación
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