Por Alfredo Leuco |
Si los principales voceros de Cristina contra los
imaginarios golpistas son Edgardo Depetri, Hebe de Bonafini, Luis D’Elía y Juan
Cabandié, y si sus soportes culturales son Fito Páez y José Pablo Feinmann, se
confirma que hay una preferencia presidencial por los que expresan el 10% de
los votos.
Tal vez Cristina haya pretendido mejorar al peronismo.
Convertirlo en un partido menos corrupto y corporativo y más republicano era
una buena acción. Pero lo que está logrando es reemplazar el justicialismo por
una fuerza propia temerosa de cuestionarla, infinitamente más débil, inexperta
e ingenua, que todo lo explica como un complot de Magnetto. La política, la
administración de las diversidades y el disciplinamiento de las corporaciones
son algo mucho más complejo y sofisticado que el blanco y negro como única
bandera. El verso conspirativo se vació de contenido, se agotó. Sólo produce
risa cuando llega al paroxismo de Julio Alak, que atribuyó la rebelión
“caradespintada” a Clarín. Ni hablar de los papelones con nombre y apellido:
Leandro Despouy y el juez Raúl Tettamanti.
¿Se han erosionado aquellos históricos 12 millones de votos
de la reelección? Es difícil asegurarlo. Sólo las urnas tienen la verdad, y
para eso hay que esperar hasta 2013. Pero la fortaleza de un gobierno también
se mide por lo que es capaz de construir y destruir. La fragilidad actual no ha
logrado siquiera poner en caja a Daniel Peralta, que los desafía tal como está
desafiándolos medio mundo. Ocurrió lo que tenía que ocurrirle a un gobierno que
atacó con inédita ferocidad a sus adversarios. Apenas tuvo un tropiezo, todos
los maltratados le saltaron a la yugular. Ya utilizaron la más vigorosa batería
de operaciones contra el gobernador de Santa Cruz y ahí está, vivito y
coleando, chicaneando al mismísimo Máximo Kirchner, que es la segunda persona
más poderosa del país. El Gobierno sigue castigando como siempre, pero ahora
sus golpes casi no duelen.
Pocos han dañado tanto a la Presidenta como los que
le hicieron el regalito del Decreto-Mamarracho 1.307. Son los que parieron un
motín tan inédito como peligroso. No porque la intención de los prefectos y los
gendarmes sea derrocar a Cristina. Jamás se manifestaron como golpistas, pero
su sola presencia insubordinada fue un alerta inquietante que destruyó la
cadena de mando, la columna vertebral de toda fuerza jerárquica. Ellos reclaman
mejor trato y más salario. Pero es riesgoso para el sistema democrático porque
algunos grupúsculos fascistas se montaron sobre esa protesta y reaparecieron
dinosaurios del terrorismo de Estado como Cosme Beccar Varela, Alejandro
Biondini, o el apellido Seineldín como pancarta.
Se necesita ahora una operación quirúrgica muy prudente para
recomponer lo que el Gobierno dinamitó con impericia y soberbia. Es correcta la
idea de que los jefes sean los encargados de satisfacer algunas demandas de sus
subordinados. Todo lentamente y con mucho cuidado, para no contagiar la
protesta a otra fuerza y sin sanciones brutales que multipliquen la cantidad de
uniformados indignados.
Es incorrecta la intención de patear la pelota hacia delante
para deshilachar los planteos de las fuerzas de seguridad. En lo físico y
anímico son muchachos que no se desgastan fácilmente. Están acostumbrados a la intemperie
territorial y afectiva. Pero es una bomba de tiempo que gente que no sabe
negociar y no tiene tradición de debate y asamblea se sienta acorralada. Puede
salir un tiro para cualquier lado, y nunca para el lado bueno. Esta es una
alerta roja que supieron ver Julián Domínguez y los diputados opositores que
dejaron por escrito lo básico: dentro de la democracia, todo; fuera de ella,
nada.
La sucesión de torpezas oficialistas nace de la
imposibilidad de reconocer el mínimo error o escuchar alguna crítica. El
senador Luis Juez dijo, escatológico pero eficaz, que “los cristinistas parecen
bioquímicos: siempre están analizando las cagadas ajenas y nunca las propias”.
Conoce el tema: es hijo de un suboficial del Ejército que murió sin la
sentencia de la Justicia
que certificara la ilegalidad de los pagos en negro. Otra vez: ¿cómo combatir
la ilegalidad del trabajo informal desde un Estado que es el que más negro
utiliza?
Esa presunta picardía de gambetear o directamente violar las
normas es uno de los grandes fracasos del Gobierno. Todo por izquierda y no “de
izquierda”. Siempre la trampita. Dividir todo lo que se mueve, “puentear” a
gobernadores, poner doble comando en todos los organismos, desconocer los
fallos de la Corte.
¿De que le sirvió al Gobierno pagar con el eufemismo encubridor de los aumentos
no remunerativos? El resultado fueron juicios por todos lados y una distorsión
en las nóminas salariales que potenció la bronca entre integrantes de la misma
fuerza, donde uno cobraba el doble que el otro con iguales tarea y cargo. El
fin de ahorrarse unos pesos y castigar a los retirados porque “son todos
golpistas” fue un remedio peor que la enfermedad. Lo mismo ocurrió en varios
planos. ¿O la piolada del que se las sabe todas y malversa las estadísticas del
Indec dio algún beneficio a Cristina?
¿Y la ficción de decir que la Ley de Medios es para democratizar la palabra
cuando en realidad es para monopolizarla? La farsa se evaporó en el aire el día
del cacerolazo que el amigopolio ignoró, y eso produjo que TN trepara hasta los
diez puntos de rating. En lugar de diversificar las voces, hasta ahora
achicaron todos los espacios de la libertad de expresión. Ir por todo es arriesgarse
a quedarse sin nada. No se puede pedir respeto por la autopista de la ley si el
Gobierno es el primero que va por la colectora y todo el tiempo busca atajos
que rompen las reglas. Hay que ayudar a Cristina y rogar que se deje ayudar.
© Perfil
0 comments :
Publicar un comentario