Por Gabriela Pousa |
gestión. (Del lat. gestĭo,
-ōnis). 1. f. Acción y efecto de gestionar. 2. f. Acción
y efecto de administrar.
gestionar. (De gestión). 1. tr. Hacer
diligencias conducentes al logro de un negocio o de un deseo cualquiera.
Real Academia Española ©
En un país donde la ficción se oficializa a punto tal de
pretender reemplazar a la realidad, todo intento por definir lo que pasa es
una afrenta a la razón. Ninguna regla, ningún método de la ciencia política
sirve como parámetro.
Ni siquiera los calendarios marcan coyunturas. Hoy puede ser 19 de
Octubre de 2012 o 24 de Agosto de 2007. ¿Qué cambia? Releo un informe de aquel
entonces, y su vigencia sigue exacta. Es como si nada se hubiera alterado,
cuando en rigor todo se alteró no por acción sino por omisión. No hacer es también
una manera de errar, de fracasar.
En los últimos días, varios analistas han reparado en los problemas de
gestión del gobierno. Pero si bien se mira, el problema que ahora
gravita se debe a la no gestión, al haber barrido bajo la alfombra los temas. No
se instrumentaron jamás políticas de Estado concretas con miras a perdurar.
El cortoplacismo impuso la metodología del día a día: un
escándalo hoy tapa a la ignominia de ayer, y mañana ambos quedarán sepultados
bajo un nuevo desatino que cambie radicalmente las portadas de los diarios.
En esa concatenación de hechos aislados con un común motor: la
impunidad y la inacción, se perdieron 10 años. El desguace de las
FFAA que encaró Néstor Kirchner al llegar al poder es un ejemplo. No
fue una estrategia en materia de Defensa, ni un cambio en la política de estas.
Fue un capricho, una destrucción a medias, un oportunismo. En consecuencia, las
FFAA y las de seguridad hoy vuelven a ser tema.
Veamos lo acontecido con la Fragata Libertad. Tal
vez no tiene tanta trascendencia quién dio la orden de anclar en Ghana, pero sí
la tiene indagar por qué no puede amarrar en un puerto cualquiera. El sólo
hecho de tener que esquivar amarraderos debería dar vergüenza. Tampoco se
trataba de elegir mejor la ruta, sino de saber a dónde se iba. Pero la deriva
fue la única guía.
A punto tal se ha llegado que un país prácticamente ignorado, como lo
es aquel situado en el oeste de África, se nos anima, nos jaquea como si fuera
potencia. Y al lado de esta Argentina seguramente lo sea… El resto es anécdota, parafernalia para
justificar lo injustificable después de 10 años de lavarse las manos, y librar
inexcrupulosas internas en un área donde el respeto debería ser ley primera.
Este episodio a su vez, deja al descubierto la dinámica de la jefe de
Estado para “solucionar” problemas. Lejos de “cortar” las cabezas responsables
del dislate, remueve cúpulas y repite viejas fórmulas. En otras palabras, podría
decirse que no soluciona nada, por el contrario tensa la situación fomentando
fuegos cruzados, internas ministeriales, y moviendo algunos peones, pero jamás
las piezas claves.
Mientras, se imponen temas que en países serios no se mencionan desde
hace décadas. Ya no es sólo la economía que en todos lados, cíclicamente
tambalea. Se trata de asuntos que en el mundo civilizado están homologados por
la lógica de la época.
En pleno siglo XXI nadie discute la esclavitud, ni el mercado de
siervos, mucho menos se debate la libertad de prensa. A decir verdad,
los países razonables debaten, mientras acá el debate en sí mismo es la
polémica… Detenidos en un escenario de dichos y des-dichos, la
credibilidad se ausenta. La incertidumbre reina. El escenario se desdibuja en
un grisáceo que va oscureciendo. En ese marco, los límites no se
perciben y el “vale todo” adquiere ribetes impensados.
Si dos o tres años atrás hubiéramos advertido (como advertimos) que hoy
estaríamos discutiendo la posibilidad de ejercitar el juicio crítico, o el
futuro de la propiedad privada, y predecíamos que estaría en peligro la
libertad inherente a la democracia se nos habría tildado (en rigor se nos
tildó) de agoreros y apocalípticos.
Pocos hubieran tomado en serio una proyección de ese tenor (pocos lo
hicieron). Y sin embargoacá estamos, temiendo perder lo poco que va
quedando: el ser individuos en lugar de autómatas fabricados en serie,
amaestrados.
Encontrarnos preocupados porque el Poder Judicial no es independiente
del Ejecutivo es un retroceso inédito en este suelo. ¿De qué se habla en los
países desarrollados, en vías de progreso o medianamente serios?
Europa es sabido que está abocada a encauzar su economía. Estados
Unidos nos sopapea mostrando a su Presidente, sin privilegios, debatiendo de
igual a igual con otro candidato presidencial, frente a un público que pregunta
y sacia sus dudas. En esta geografía pensar apenas una conversación entre la
mandataria y un aspirante a sucederla resulta una utopía.
De hecho pasamos cuatro años observando si durante algún acto patrio o
ceremonia política, la
Presidente saludaría a su Vice. Más aún, hace exactamente dos
años, los reporteros gráficos trataban en vano de conseguir la foto: Cristina
Kirchner recibiendo el pésame de parte de Julio Cobos. No
fue posible. El séquito de la viuda impidió hasta un gesto de humanidad o
cortesía, solicitándole al mendocino que no asista.
Así se vive en Argentina, entre antinomias y dicotomías. Lo sucedido en
el Consejo de la
Magistratura es una fotografía del país: escindido, crispado,
donde subsisten los unos y los otros, en una especie de batalla definitiva. En
las trincheras, los oficialistas rompen reglas para imponer su conveniencia, y
la resistencia cierra filas para evitar la consagración de una tiranía.
Lo cierto es que el kirchnerismo representa hoy dos polos conflictivos: como
sistema económico y como cultura. En el primer caso, instrumentando el
parche momentáneo como política económica, y acentuando el poder del Estado
devenido en amoral negociado. Culturalmente, anulando toda norma, habilitando
el “vale todo”, y recreando un lenguaje de eufemismos que confunden e
idiotizan.
En ese contexto, Clarín representa la causalidad única. Es la
salvación cuando se agota la razón. Si no existiera habría que inventarlo, ¿si
no, dónde descargar las propias culpas? La “Corpo” opera como la central de
blanqueo de pecados y derroteros.
Toda dictadura busca mostrarse como perseguida para perpetuarse,
Cristina no es excepción a esa regla. En ese sentido, Clarín ni
siquiera es culpable por lo que hace sino por lo que es.
Si bien el poder de los medios y su influencia es innegable, a esta
altura de las circunstancias ya nadie compra merluza compactada por trucha
ahumada. El diario de mañana puede anunciar que la Argentina está
convirtiéndose en la panacea universal acorde al relato oficial, que
difícilmente alguien se haga eco de ello. Mientras a la ficción te la cuentan,
a la realidad se la experimenta…
No se trata de defender a un determinado grupo sino de entender el por
qué millones de argentinos estamos perdiendo el tiempo y las oportunidades. Ya
se han atacado todas las corporaciones y desmantelado las
instituciones. Creer que un medio de comunicación es el origen de todos
los males es una simplificación que podía entenderse en épocas antiguas. Supongamos
que mañana, TN no trasmite y Clarín desaparece: ¿Se convencerá la gente de que
no hay alza de precios, ni inseguridad, ni miseria? Poco serio.
En la Argentina
toda controversia se presenta como un Boca – River, y el enfrentamiento Héctor
Magnetto – Gobierno no escapa a ello. Lo importante de este caso – que atañe a
un porcentaje ínfimo de los ciudadanos, y del cual la mayoría es ajeno por lo
complejo y maniqueo -, es la demostración desesperada por ocultar la debilidad
y el fracaso. La verdad, en definitiva, no está en el diario ni en el
atril sino en el hartazgo de cada ciudadano.
Sin saberlo quizás, los Kirchner están a punto de lograr un
milagro: que los argentinos estén cada vez más cerca de votar por el orden, la
dignidad y el respeto que les fue arrebatado, más que por el bolsillo y el
electrodoméstico en cuotas o barato.
Amén
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