Por Esteban Peicovich |
Si será obscena la mordaza que rigen leyes impidiendo
revelar lo actual hasta que no haya pasado al menos medio siglo. Por perforar
esas barreras el Espartaco sueco Julián Assange debió salir huyendo por los
mapas. Ahora está oculto en la embajada ecuatoriana en Londres. Lo tienen en la
mira y lo tratan como leproso. Solo Lady Gagá (sic) acudió está semana a darle
aliento. Almorzó con él. Charlaron cinco horas.
Lanata, Assange de
cabotaje, marchó a desenterrar actualidad oculta en Caracas y se la
decomisaron al salir. ¿Quiénes? Los "servicios" que lo siguieron y
los aduaneros de turno. Lo llevaron a un cuarto del subsuelo, y en otro, le
pegaron más que un susto al buenazo y excelente hurón junior de su equipo: Nicolás Wiñazki. Tal la capa primera de
la cebolla de los hechos. Pero hay más. Quien siga pelando topará con la cara
monaguilla de Zelig Timerman y la
del presunto embajador nuestro que dice llamarse Carlos Cheppi. Para el momento de esta chapuza diplomática (sic) ya
se sabía de la victoria correcta de Chávez ante un Capriles que también la
aprobó. ¿Qué traían Lanata y su equipo que pudiera motivar tal abuso a su
trabajo de periodistas? Actualidad. ¿Y eso qué? Eso, mucho. Pasa que cualquier
parecido con la actualidad local no es pura coincidencia y es previsor no avivar giles. Y también pasa que nunca falta el
imbécil que sugirió "aprovechar la volada" para castigar a Lanata por
su striptease dominical. A "Sangre en el ojo" le siguió
"Venganza habemus". Los "servicios" y aduaneros actuaron
por control remoto. El zarpazo de Zelig Timerman y su empleado caraqueño quedó
probado por ellos mismos al referirse a la chapuza. Sus declaraciones sobre
"el hecho" prueban a qué
niveles de infantilismo llega el Poder cuando solo se lo ejerce de modo verbal
y no legal.
Lo sucedido en el aeropuerto de Caracas es una fantochada de
las tantas que suceden a cada instante en el mundo. La mayoría de las
"novedades" que estremecen lo cotidiano tienen carozo dentro. Los
medios monopólicos privados o estatales no los registran en su categoría real
sino en sus subterfugios. Internacional, Finanzas, Comercio, Televisión,
deberían llevar (al igual que los paquetes de cigarrillos) la obligada
advertencia sobre sus contenidos. Si se llamasen, por caso, Crueldad, Mafia,
Avaricia y Banalidad (respectivamente), primero sonaría a desvarío y muy pronto
a una lectura más próxima a nosotros mismos. Claro que pretender se sincere el
titulaje es por ahora iluso: quienes fogonean la Historia Oficial
de las 200 Tribus del Mundo y sus Mercaderes de Contenido nos prefieren con
perfil ingenuo antes que proclives a hurgar.
A la censura ejercida sobre Lanata y su equipo se agregó un
hecho tan bajo, o más. Algunos empleados de medios que pasan por periodistas
(sus nombres se conocen) optaron por el
"algo habrán hecho" tan mentado durante la dictadura militar. A
este bochorno se agrega otro que los sociólogos deberían descular. La elección
de Venezuela mostró no solo la fragilidad de nuestra clase política sino de
nuestra salud política. A diferencia del interés normal que tuvieron por la
elección de Venezuela los chilenos, uruguayos brasileños y otros, aquí el
oficialismo lo vivió como triunfo y loa opositores como decepción. Que en su
significado real no fue ni lo uno ni lo otro. Más allá de la simpatía personal
de los dos presidentes, ambos procesos politicos se diferencian tanto como la
planta de soja que nos ayuda a salir del paso del chorro de petróleo que
sostiene la economía venezolana.
¿Entonces?
Entonces las pelotas.
Aquí lo que nos hace falta es un sueño enorme y un gobierno idóneo y una ley
actuante. En tres años se puede hacer mucho. No perdiendo sensibilidad social.
Eligiendo a los mejores técnicos en Administración del Estado. Parando la mano
a los que se les fue la mano. Y dándose la Primera de los 40 millones de mandatarios (que
todos los somos) un baño de humildad genuina, y con amable tono, por su
mismísima cadena nacional.
© Perfil.com
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