viernes, 12 de octubre de 2012

El zarpazo de Zelig Timerman

Por Esteban Peicovich
Son muchas las veces al día en las que nos cuesta creer que pertenecemos a un país. O que estemos en el pico más alto de lo que (solemnes) llamamos "la civilización". Tal como se desbandó, el progreso es un oxímoron. Un consuelo inmoral pregona que siempre fue así pero que ahora "lo sabemos”. No es cierto. Nunca (ni ahora) supimos nada de la actualidad en la que estábamos. Apenas un murmullo, algún chisme, una fecha, unos ecos. No más. "¡El pueblo quiere saber de qué se trata!" es frase que nos embuchó Billiken. Y bien que hizo. Por lo general, poco trasciende cuando la historia se cocina entre paredes.

Si será obscena la mordaza que rigen leyes impidiendo revelar lo actual hasta que no haya pasado al menos medio siglo. Por perforar esas barreras el Espartaco sueco Julián Assange debió salir huyendo por los mapas. Ahora está oculto en la embajada ecuatoriana en Londres. Lo tienen en la mira y lo tratan como leproso. Solo Lady Gagá (sic) acudió está semana a darle aliento. Almorzó con él. Charlaron cinco horas.

Lanata, Assange de cabotaje, marchó a desenterrar actualidad oculta en Caracas y se la decomisaron al salir. ¿Quiénes? Los "servicios" que lo siguieron y los aduaneros de turno. Lo llevaron a un cuarto del subsuelo, y en otro, le pegaron más que un susto al buenazo y excelente hurón junior de su equipo: Nicolás Wiñazki. Tal la capa primera de la cebolla de los hechos. Pero hay más. Quien siga pelando topará con la cara monaguilla de Zelig Timerman y la del presunto embajador nuestro que dice llamarse Carlos Cheppi. Para el momento de esta chapuza diplomática (sic) ya se sabía de la victoria correcta de Chávez ante un Capriles que también la aprobó. ¿Qué traían Lanata y su equipo que pudiera motivar tal abuso a su trabajo de periodistas? Actualidad. ¿Y eso qué? Eso, mucho. Pasa que cualquier parecido con la actualidad local no es pura coincidencia y es previsor no avivar giles. Y también pasa que nunca falta el imbécil que sugirió "aprovechar la volada" para castigar a Lanata por su striptease dominical. A "Sangre en el ojo" le siguió "Venganza habemus". Los "servicios" y aduaneros actuaron por control remoto. El zarpazo de Zelig Timerman y su empleado caraqueño quedó probado por ellos mismos al referirse a la chapuza. Sus declaraciones sobre "el hecho" prueban a qué niveles de infantilismo llega el Poder cuando solo se lo ejerce de modo verbal y no legal.

Lo sucedido en el aeropuerto de Caracas es una fantochada de las tantas que suceden a cada instante en el mundo. La mayoría de las "novedades" que estremecen lo cotidiano tienen carozo dentro. Los medios monopólicos privados o estatales no los registran en su categoría real sino en sus subterfugios. Internacional, Finanzas, Comercio, Televisión, deberían llevar (al igual que los paquetes de cigarrillos) la obligada advertencia sobre sus contenidos. Si se llamasen, por caso, Crueldad, Mafia, Avaricia y Banalidad (respectivamente), primero sonaría a desvarío y muy pronto a una lectura más próxima a nosotros mismos. Claro que pretender se sincere el titulaje es por ahora iluso: quienes fogonean la Historia Oficial de las 200 Tribus del Mundo y sus Mercaderes de Contenido nos prefieren con perfil ingenuo antes que proclives a hurgar.

A la censura ejercida sobre Lanata y su equipo se agregó un hecho tan bajo, o más. Algunos empleados de medios que pasan por periodistas (sus nombres se conocen) optaron por el "algo habrán hecho" tan mentado durante la dictadura militar. A este bochorno se agrega otro que los sociólogos deberían descular. La elección de Venezuela mostró no solo la fragilidad de nuestra clase política sino de nuestra salud política. A diferencia del interés normal que tuvieron por la elección de Venezuela los chilenos, uruguayos brasileños y otros, aquí el oficialismo lo vivió como triunfo y loa opositores como decepción. Que en su significado real no fue ni lo uno ni lo otro. Más allá de la simpatía personal de los dos presidentes, ambos procesos politicos se diferencian tanto como la planta de soja que nos ayuda a salir del paso del chorro de petróleo que sostiene la economía venezolana.

¿Entonces?
Entonces las pelotas. Aquí lo que nos hace falta es un sueño enorme y un gobierno idóneo y una ley actuante. En tres años se puede hacer mucho. No perdiendo sensibilidad social. Eligiendo a los mejores técnicos en Administración del Estado. Parando la mano a los que se les fue la mano. Y dándose la Primera de los 40 millones de mandatarios (que todos los somos) un baño de humildad genuina, y con amable tono, por su mismísima cadena nacional.

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