Por Gustavo González |
Me citaron de corrido argumentos que habían
leído del matrimonio Laclau-Mouffe sobre la lucha por la hegemonía y la
táctica de crear enemigos que simbólicamente estén a la altura de una contienda
históricay, sobre todo, resulten verosímiles y vencibles. Hacía rato que no
escuchaba una cita de Ernesto Laclau, pero me sorprendió que recurrieran a ese
pensador y no al tradicional argumento de Perón de que él prefería elegir a sus
enemigos antes de que sus enemigos lo eligieran a él.
Al final, me explicaron que eso es lo que
venían haciendo en aquellas batallas épicas contra enemigos por entonces
módicos pero imaginariamente poderosos, como los viejos jerarcas militares, la Corte Suprema
menemista o el mismo Menem (fue antes de convertirlo en su aliado).
Lo decían sin tensión, sin subir el tono de
voz, a veces con una sonrisa pícara. Lo decían como algo políticamente
inevitable para hacer del kirchnerismo un movimiento hegemónico que
consolidara un modelo de país mejor.
Durante años, cada vez que nos veíamos,
discutíamos con serenidad sobre lo bueno y lo malo de estos gobiernos. Ellos
criticaban aspectos criticables del periodismo y festejaban que la táctica de
la confrontación permanente había regenerado la pasión por la política en
ciertos sectores de la juventud. Yo les daba la razón a medias, aunque les
confesaba un malestar íntimo: en todo ese tiempo celebraba de boca para afuera
que como intelectuales ellos pusieran su razón al servicio de una causa en la
que creían, pero en mis entrañas venía sintiendo una incomodidad creciente al
ver cómo habían diluido todo el sentido crítico que siempre
habíamos compartido hacia los gobiernos de turno.
Reconozco que es un problema mío que subsiste
hasta hoy: me cuesta aceptar como natural la relación entre pensamiento crítico
y oficialismo intelectual.
Los encuentros continuaron, pero en algún
momento se comenzaron a espaciar y se tornaron más duros. Creo
que el de la semana pasada habrá sido el último.
Yo de seguro aporté lo mío para que eso
sucediera, sin embargo notaba que lo que en ellos había empezado siendo una
táctica maquiavélica se terminó haciendo carne en su propio imaginario. La
primera vez que los escuché hablar de la “Corpo” (hace cuatro o cinco años) lo
exponían con humor, como un guiño amistoso frente a quien sabía acerca de su
necesidad de construir enemigos a medida. Pero con el paso del tiempo, ese
“enemigo imaginario” se fue haciendo real en sus cabezas y
argumentaciones. La “Corpo” se transformó un día en “la cadena nacional del
desánimo”, dicha así, sin humor, sin la menor ironía, sin guiño posible. Y en
el último encuentro, Magnetto ya estaba detrás del movimiento de prefectos y
gendarmes sospechados de planear un golpe de Estado y Lanata era un simple
esbirro al servicio de la “Opo”.
No recuerdo ahora si todo terminó con algún
grito o insulto, creo que no, pero el clima era el mismo que tras una pelea
callejera. Me reprocharon ser funcional a la Corpo y a la Opo juntas, y yo los acusé
de pasar de ser estrategas de una construcción política a ser delirantes
que creen sus propias mentiras. Me imputaron de onanista por defender
“el goce de Cristina” y atacaron a NOTICIAS por hacerse la independiente y ser
peor que Clarín. Les respondí que los prefería cuando elegían enemigos más
importantes que simples periodistas; como “el imperialismo yanqui”, el Fondo
Monetario o el propio capitalismo. En fin, esas cosas que las personas se dicen
cuando es preferible decir nada.
Durante varios días supuse que de verdad se
habían vuelto locos, que es lo que suelen pensar los locos de los demás. Pero
después entendí que quizás no era así.
Ojalá podamos vernos una vez más con mis
amigos K para contárselo. No pienso que hayan perdido la razón,
sino que el ajedrez político que diseñaron se terminó convirtiendo en un juego
peligroso contra fantasmas que de tanto alimentar se volvieron reales y
amenazantes. Un juego en el que pueden perder. Y podemos perder todos.
© Perfil
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