José Pablo Feinmann, el filósofo del cristinismo. |
Por Carlos Salvador-La
Rosa
En estas mismas columnas, a los pocos días de fallecido
Néstor Kirchner, el 31 de octubre de 2010 escribimos: "Los dos grandes
intelectuales de la era Kirchner fueron Horacio Verbitsky y Ernesto Laclau; el
primero apuntó el rumbo, el segundo la concepción. El cristinismo, sea
consciente o no de ello, tiene un intelectual propio que lo expresa cabalmente
en su pureza absoluta. Hablamos del filósofo José Pablo Feinmann".
Esta semana tal aserto se verificó cuando Feinmann abandonó
un rato sus sesudos análisis filosóficos y habló de psicología de masas, mejor
dicho, de psicología de la clase media argentina. Habló largo por radio para
explicar las razones del odio a Cristina. Así calificó a los caceroleros:
De las mujeres dijo que hacia Cristina están "llenas de
odio, de envidia y de resentimiento porque su mera existencia demuestra su
mediocridad". Esas mujeres también la odian porque "no hicieron la
carrera que quisieron hacer ni tienen la inteligencia que ella tiene ni podrían
hablar en las Naciones Unidas como hace ella sin leer un solo papelito e
hilando de un modo absolutamente deslumbrante".
También Cristina les da bronca porque "no es una
viejita, no está fulera, no es un bagayo". Agrega que la odian porque
-además de envidiosas, bagayos, brutazas y mediocres- son mujeres machistas que
ven la política como cosa de hombres.
De los hombres dijo que la odian porque son "onanistas
compulsivos que se excitan mucho con ella... El tipo tiene un odio tremendo
porque sabe que esa mujer es imposible para él. Y ejemplifica: Para usted es
tan imposible Charlize Theron, o si viviera Marilyn Monroe, como Cristina
Fernández. Está totalmente alejada de sus posibilidades... porque es
brillante... Usted cree que todas las minas tendrían que tirarse a sus pies y
sabe que ésta no se va a tirar nunca a sus pies... Esto a usted le pone muy
mal, que una mujer sea más inteligente que usted".
Finaliza denigrando por igual a mujeres y hombres: “Lo que
usted quería era ser superior a todas las mujeres durante todo el transcurso de
su vida. Sentirse superior a las mujeres y para eso se casó con la que tiene al
lado”. O sea, cacerolero onanista se casa con bagayo envidiosa y tan machista
como él.
Lo extraño de este brutal análisis de Feinmann es que siendo
él un especialista en la figura de Eva Perón, de la cual siempre dijo que la
clase media la odiaba por odio hacia la clase baja de la que ella provenía, con
Cristina haya cambiado el análisis sociológico por el psicológico. A Cristina
no se la odia, según Feinmann, por razones sociales, sino porque es una genia
exitosa individualmente.
Evita se vestía como rica para humillar a los ricos (no por
querer ser como ellos) y para mostrar a los pobres que eran tan bellos, dignos
y capaces como los ricos. La aspiración personal de Eva nunca fue la de cambiar
de clase y hasta el final consideró a los pobres como sus iguales. Podrá
criticársela de mil modos, pero no por renegar de su origen. Ella quería que
los pobres llegaran a donde llegó ella y los pobres le creían.
Cristina, en cambio, se muestra -lo dijo en Harvard- como
alguien que tuvo éxito -público y privado- gracias a su talento individual.
Pero lo cierto es que -más allá de su indiscutible inteligencia- al status al
que llegó lo hizo no por ascenso individual ni social, sino por ascenso
político. Es ella expresión cabal de los nuevos ricos argentinos y más cabal
aún del modo en que hoy se llega a ser rico en la Argentina : básicamente a
través de la política o de sus relaciones directas o indirectas con ella.
Mientras que Evita proponía a los pobres un ascenso social
que en aquel tiempo era colectivamente posible, Cristina dice representar a los
más humildes sólo porque cree que su ideología es la única popular. Pero no se
siente como ellos porque nunca fue como ellos y ni siquiera imagina -como se
imaginó Evita- que algún día ellos sean como ella. Los subsidia, quisiera
mejorarles la vida, pero difícilmente promoverlos a la clase media... clase a
la cual desprecia, aunque tenga todos los gustos personales que critica a esa
clase. Mejor dicho, los peores gustos, esos por los cuales la clase media
quiere fingir un status de clase alta.
Entonces, al no poder transformar a Cristina en una versión
actualizada de Evita, al no poderla defender por su origen social ni por sus
costumbres sencillas ni porque haya logrado el ascenso social de los humildes,
Feinmann condena a la clase media porque ésta quiere ser como Cristina, pero no
le da el cuero. Acusa a los que manifiestan en las calles. Si son mujeres, de
envidiarle su belleza, inteligencia y éxito; si son hombres, de odiarla por no
poder poseerla, obligándolos a calmar el deseo insatisfecho con la práctica
sexual solitaria. Toda mujer que disiente con Cristina es envidiosa y todo
hombre es impotente u onanista.
Así, Feinmann defiende la lógica con que los
multimillonarios se defienden cuando son criticados: "Me envidian porque
soy más exitoso que ellos, pero aquí llegué porque soy más inteligente y me lo
recontramerezco". Feinmann defiende a Cristina con el mismo argumento que
se defienden los “oligarcas” a los que él dice despreciar. Pero ideológicamente
la defiende, porque los dos están convencidos de que los medios de comunicación
los están volviendo locos. A él -que se cree un incomprendido aristócrata del espíritu-
porque cualquier periodista vulgar e ignorante tiene más prensa que él. A ella
-que se cree una emperadora- porque no la dejan gobernar de tanto criticarla.
Feinmann está convencido de que la prensa es el demonio que
se apoderó de todo el mundo. Así lo dice en un singular e increíble artículo:
"¿De qué estaba
hablando la Presidenta ?
Del poder en las sombras, del poder detrás del trono, del verdadero poder.
¿Cuál es? Es el poder mediático. La filosofía occidental de los últimos 45 años
se ha equivocado gravemente... El fracaso es terrible y hasta patético...
En tanto proponen la
muerte del sujeto, el Imperio monta brillantemente al más poderoso sujeto de la
filosofía y de la historia humana: el sujeto comunicacional. Y ésta -hace años
que sostengo esta tesis que en Europa causa inesperado asombro cuando la
desarrollo- es la revolución de nuestro tiempo. El sujeto comunicacional es un
sujeto... bélico, enmascarador, sometedor de conciencias... creador de
versiones interesadas de la realidad, de la agenda que determina lo que se
habla en los países, capaz de voltear gobiernos, de encubrir guerras, de crear
la realidad...
Para eso debe formar
los grupos, los monopolios... Para que sean sólo sus fieles periodistas los que
hablen...Asombrosamente ningún filósofo importante ha advertido esta
revolución. Foucault se pasó la vida analizando el poder. Pero no el
comunicacional... Nadie vio -además, y se me antoja imperdonable- al nuevo y
monstruoso sujeto que se había consolidado. Superior al sujeto absoluto de
Hegel".
Feinmann dice que él -y sólo él en el mundo- descubrió el
mal secreto, ése que ningún filósofo occidental ni imagina. Se trata de los
medios de comunicación, que son los que impiden que la humanidad entera sea
cristinista. Ahora bien ¿cómo un hombre culto y que ha leído a todos los
filósofos que en este artículo ridiculiza (quedando él como ridículo) puede
llegar a creerse este delirio de que el mundo, no sólo la Argentina , está dominado por un mal que sólo él y Cristina
ven?
Es que cuando uno se identifica con el bien en estado puro,
enfrente sólo existen conspiraciones enemigas que cada vez que critican algo,
eso sólo indica que se va por el buen camino. Desde esa lógica, desaparece todo
error propio y se imponen las certezas definitivas. A Cristina y su núcleo duro
mientras más mal les vaya, ellos creen que mejor les va. Porque el mal ha
redoblado el ataque al estar temblando de miedo y entonces recurre desesperado
a sus últimas trapisondas.
Así, en estas últimas semanas, el mal se desplegó
territorialmente como nunca antes: Ocupó
las calles del país con gorilas; luego viajó a EEUU y copó dos
universidades; después se fue al África y convenció a fondos buitres que
embarguen la fragata Libertad. Volvió a la Argentina y se metió en los cuarteles para sacar
los milicos a la calle, obligándolos a desestabilizar el gobierno. Y no conforme con tamaña cantidad de desmanes,
para rematar la semana, secuestró a un obrero ferroviario porque estaba contra
la ley de medios.
Lo que no ven los que están llevando la lógica
conspiracionista a tal nivel de delirio, es que cada vez les va peor porque el
remedio con el que intentan curar la enfermedad, los está matando. Pero ellos
no ven agravamiento en el agravamiento sino una reacción del mal que, desenmascarado,
despliega sus últimas villanías antes de que el bien despliegue el asalto final
a sus reductos demoníacos.
A los que se apegan a esa lógica política -si es posible
llamarla lógica- no hay forma de decirles nada que los contradiga, porque sólo
se escuchan a sí mismos, al creer que todos los demás conspiran contra ellos.
Algunos comenzaron a sostener esta sarta de pavadas sin creérselas para echar a
los otros sus propias culpas, pero como les pasa a los actores que sobreactúan,
terminan creyéndose sus personajes hasta no saber diferenciar la realidad de la
ficción, la mentira de la verdad.
Con tal lectura, toda crítica mediática (en realidad, toda
crítica) es desestabilizadora por definición, no hay términos medios. Es un
combate sagrado no político. La política contra el mal disfrazado de diario,
radio, tevé o de clase media. Para el gobierno conducido políticamente por
Cristina e ideológicamente por Feinmann, los medios son un poder oculto y
terrible, mucho más poderoso de lo que ellos puedan llegar a ser jamás, por lo
cual todo lo que se haga contra ellos es poco. Y contra todos los que se dejen
influenciar por ellos. Al mal sólo se lo puede combatir con el mal, porque al
enemigo, ni justicia. Esa lógica avanza con toda furia y no hay nada más contagioso
que la furia.
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