Por Roberto García |
La referencia aludía a los Somoza, pero también les cabía a
otros nacionales, populares, demagogos. Entonces endulzaba a militares que
reemplazaban a otros militares, Centroamérica era un campeonato de golpes de
Estado, y personal que se creía propio instalaba en Cuba misiles soviéticos al
tiempo que se confesaba marxista. Tan lejos está esa evidencia que, ahora, las
apelaciones humorísticas de la mandataria son un chiste viejo, más cuando las
embajadas de Estados Unidos al sur del río Bravo –para seguir con las
recurrencias de los 60– son sinecuras para aportantes en las campañas o
destinos bucólicos para algún representante de minorías. Afortunadamente.
Pero no sólo algo cambió en el país; también mudaron
opiniones en el exterior. Al menos Ella. Ya no sale de la suite hotelera
altivamente para desfilar, con boina ad hoc, look Juliette Greco, en una marcha
humanitaria por las calles de París, registrada por la TV Pública y privada.
Al contrario; ahora no puede exponerse, provoca agravios e insultos, le hacen
cacerolazos en la Gran
Manzana ; hasta pasear por el Central Park puede ser más
peligroso que antes de Giuliani. Una vejación injusta, como si fuera un
dictador africano. Quizás sea una campaña promovida por los intereses del
monopolio Clarín, como denuncia el oficialismo. Pero Ella se anonada, sanciona
–envía mensajes en ese sentido a sus huestes del Sur– y se enoja como el
personaje de Qué he hecho yo para merecer esto. No hay respuesta, pero sí un
tema musical nuevo de Los Súper Ratones (el grupo que más interesaba al ex jefe
de Gabinete Alberto Fernández, como Mancha de Rolando con Amado Boudou) que se
expresa metafóricamente al respecto. Sutilezas de la vida, exageraciones del
periodismo por enlazar la vida con el amor, el odio y la política, sin duda.
Debe haber un motivo existencial y evasor en la burocracia
del Estado, por lo tanto, para enviarla a Cristina como protagonista de una
campaña retro, hacia un túnel del tiempo con citas de lo que otros viejos
leyeron sólo en titulares, suponiendo que pasados best sellers de universidades
–Huntington o el japonesito que Gustavo Beliz, ministro de Kirchner, traía a la Argentina – son letra
viva hoy. Como si respiraran y se movieran los ejércitos de terracota. Fueron
esos nombres, apenas, una referencia de sobaco, laterales, sectarias
expresiones, como suponer que Guy Sorman es un pensador del liberalismo. Otra
vez lugares comunes, decrépitos además por culpa e influencia de internet y las
redes sociales, y su pavorosa instantaneidad. Es sorprendente cómo se ganan la
vida ciertos asesores de la
Casa Rosada , casi como los periodistas en extinción, sin ver
lo que ocurre en el aire, en el lenguaje espacial, buscando impresiones en
libros escondidos de la biblioteca, amarronados y malolientes, sabiendo que hay
un cliente que siempre compra esa mercadería creyendo que es de culto,
incunable.
Fascinante ejercicio de librero, para incluir en los
discursos conceptos de Franz Fanon sin dar su nombre ni recordar que, para él,
entonces conservar el velo en las musulmanas era un acto revolucionario para la
independencia mientras que esa obligada conservación del atuendo y tal vez
otras costumbres que Occidente no entiende –la lapidación de las que engañan al
marido o el ahogo en un balde de las chinitas a las que les toca nacer como
segunda hermana– en la sopa de letras de Cristina representan culturas que no
deben modificarse. Como la de que los indios no vayan al dentista ni al médico,
se hacinen y contraigan alegremente enfermedades. Seguro que no piensa así,
pero se expresa con demasiada velocidad o urgencia en su canal Volver (¿seguirá
después del 7 de diciembre?) y cuesta entender su pensamiento global, como los requiebros
a Francia y a los distintos ocupantes del Elíseo como defensores de los
derechos humanos cuando, en esas mismas décadas a las que recurre Cristina en
sus alocuciones, esos galos malhumorados perfeccionaron brutales tecnologías
represivas en Argelia e Indochina, y sus agentes de inteligencia las
desplegaron por el mundo, no evitaron relaciones con los militares argentinos,
más bien los adoctrinaron y hasta casi con seguridad participaron en secuestros
y desapariciones como los ocurridos en la iglesia Santa Cruz. ¿Ningún asesor le
cursa esta información?
Tampoco le agregan un gramo de imaginación o talento para
responder a las previsibles preguntas sobre el cepo cambiario, las conferencias
de prensa, su ascendente patrimonio personal o la re-reelección. Demasiada
improvisación, demasiado nerviosismo y, sobre todo, lamentable desprecio por
ciertos sectores (lo de la
Universidad de La
Matanza resulta inexplicable). Visto a la distancia, Carlos
Menem parecía más ducho al hablar de estos temas molestos, incómodos, menos
aficionado por lo menos. Es que aun una travesía por el mundo estudiantil y
superficial de la conservadora Georgetown o la neoliberal Harvard requiere de
una mínima elaboración. Una abogada exitosa, como seguramente ha sido Cristina
si se atienden sus palabras, debe saber que para estas instancias debería
proponerle a su cliente no tanto expresar la verdad, cuya certeza siempre es
controvertida, sino organizarlo para que se convierta en un hábil declarante.
Curioso: a veces, lo que se vende en el mercado no es lo que se consume en la
casa.
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