Por Roberto García |
Con un raro talento, casi como si una mente brillante se
ocupara de esa tarea, el Gobierno provoca dudas o incertidumbres en la
oposición. Lanza, con la intensidad de una metralleta, infinidad de temas y
discusiones que enredan y dividen la opinión de quienes –se supone– deberían
ser unánimes a la hora de responder. Pero la militancia en las escuelas, las
expropiaciones de YPF o Ciccone, la reinserción social de los presos y el voto
a los menores de l8, por mencionar algunas propuestas, generan asombro y desconcierto
semanales, despiertan pensamientos diversos en los rivales, desencuentros. Y,
por consecuencia, al tiempo que desintegra adversarios esa operatoria unifica
la voz oficialista. Parece una constante arbitrada desde la Casa Rosada.
Hasta que el mecanismo multiplicador de esa mente brillante
se descompuso y habilitó un proyecto que viene a ser como un respirador
artificial para los opositores, quienes empezaron a alinearse en un criterio
común de queja, empezaron a olvidarse de diferencias y egolatrías. Ese nuevo
fenómeno levantisco, aglutinador, capaz de alinear un criterio común de queja
por lo menos, se produjo por el manifiesto intento de perpetuar a Cristina en
el poder desde el poder, reformando además el núcleo duro de la Constitución. Fue
un impacto milagroso para la sobrevida opositora, un shock, salir de terapia
intensiva. Otro ejemplo más certero de ese fenómeno: resultó un golpe tan
sagrado como si a algún atrevido se le hubiese ocurrido tocarle, podarle o
quitarle una caja al Gobierno.
Hoy, por establecer un punto y una alternativa a discutir,
en la oposición se analiza una jugada luego de que en los últimos treinta días
–con variadas reuniones entre dirigentes y partidos, algunas impensadas– se
barajaran estrategias, declaraciones, movimientos y compromisos. Como forma de
tomar una iniciativa, en lugar de aguardar que el Gobierno plante en el
Congreso la reforma y la re-reelección de Cristina en lo que resta de este año
(descuenta que encontrará las voluntades legislativas suficientes), varios
dirigentes han imaginado proponer el lanzamiento de un plebiscito a la
población, preguntarles a los ciudadanos si comparten o no el propósito
oficialista de Cristina Eterna que sin demasiadas dificultades, quizás, obtenga
consentimiento parlamentario. Una forma, claro, de exhibir que el pensamiento
mayoritario del electorado –si es que triunfan– no coincide hoy con el
pensamiento de una mayoría temporal y adquirida en el Poder Legislativo.
También, continuando ese mismo razonamiento, un mecanismo para recordarle al
oficialismo que el 54% de la última elección general no fue una licencia
graciosamente concedida para llegar tarde a casa, no asistir al trabajo, beber
en exceso, burlar obligaciones y apropiarse del esfuerzo de los otros.
De neto corte peronista es la idea. Los más duchos en
engendros y cocina preelectorales: regresan en la historia al momento en que
Eduardo Duhalde enarboló la variante del plebiscito como forma de anularle la
pretensión de continuidad a Carlos Menem en su último mandato (en rigor, ya
venía el riojano tan cuesta abajo en las encuestas que ese episodio sólo
hubiera convalidado lo que expresaba la gente). Sí, en cambio, vale como
antecedente la medicina o el veneno del plebiscito, ya que el propio Duhalde lo
padeció en su provincia, cuando antes quiso renovarse, como Menem, en la
presidencia, y una masa casi sin conducción (pensar que uno de los líderes era
un empresario que luego se hizo famoso por su conducta seguidista del actual
gobierno) le abortó el propósito que acompañaban dirigentes del radicalismo y
de la renovación peronista, ese grupo democrático siempre dispuesto a los
enjuagues de turno. Igual, sería curioso que el obsequioso Duhalde, quien le
regaló el gobierno al matrimonio Kirchner en 2004, fuera un dato clave y
contrario en el ejercicio de un emprendimiento electoral que tal vez le sellara
la despedida a Cristina.
Nadie se arriesga a decir que el plebiscito será una
herramienta futura, ya que integra en todo caso un arsenal de variantes que
ahora despliega y analiza toda la oposición. Sí, quizás, sacude en alguna
medida la soberbia popular del Gobierno –bastante acechado ahora por las
encuestas–, especialmente sus núcleos juveniles, convencidos de que poseen un
respaldo popular imbatible. El desafío, de ocurrir (requiere varios trámites
complejos), conmueve la llamada militancia de La Cámpora , ya que debería
probar su existencia en las urnas, no sólo en los jardines de infantes. Será
tema en las reuniones del sofisticado CEP –el Centro de Estudios para Producción
(sic) que depende de Industria–, al cual concurren del brazo y amigablemente
tanto Axel Kicillof como Guillermo Moreno y Diego Bossio, a pesar de que se
imputaban hasta hace poco marxismo decadente por un lado y nacionalismo burgués
por el otro, siempre bendecidos por un gurú de Olivos que no asiste pero da
constancia telefónica. Este, claro, envía mensajes y un observador de confianza
en el evento, no proveniente del comité central de la organización, sino del
barrio donde vivió el gurú con sus padres; un servicial confidente, poco
luminoso pero infaltable en la tertulia de la residencia, incluso desde el
principio del Gobierno, cuando el matrimonio oficial invitaba a dos parejas a
cenar en Olivos. Una, la que preside el personaje de marras, Héctor Icazuriaga,
titular del SIE (ex SIDE), y otra la de quien se fue al descenso en el
kirchnerismo sin conocerse la razón, José Pampuro (hoy director en el Banco
Provincia), quien se había ganado la amistad por favores previos de la campaña,
no sólo por sugerirle a Duhalde la conveniencia de que eligiera a los Kirchner
como sus herederos más fieles. También porque a la hora de las efectividades
conducentes, al decir de Hipólito Yrigoyen, podía ser correo, intermediario del
tráfico y el transporte, de sindicalistas y empresarios específicos que
alentaron –por decirlo de alguna manera– la candidatura de Néstor. De los
olvidados y mal queridos hoy Hugo Moyano y José Pedraza (no se olvida uno de
Juan Manuel Palacios, quien ya murió), generosos cuando se les requería asistencia
para los nuevos líderes de la democracia. Nunca van a discutir ese tema en el
CEP.
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