Por Alfredo Leuco |
Juan Ignacio Maquieyra tuvo que pagar 40 mil dólares para
hacer una maestría en la
Escuela de Gobierno de Harvard. En este caso, fue becado en
26 mil, gracias a que se recibió como licenciado en Ciencias Políticas con
medalla de oro (9,19 de promedio). Los restantes 14 mil los pudo afrontar
sumando la venta de su autito, un préstamo de un amigo y los ahorros de su
trabajo con Esteban Bullrich en el gobierno macrista.
Florencia dejó las filmaciones en la Gran Manzana el día
que murió su padre y después no volvió porque se quedó a acompañar a su madre,
ambos presidentes de la Nación
con un patrimonio compartido superior a los 79 millones de pesos.
Apenas tiene 22 años cumplidos y en 2008 se quedó libre y
tuvo que rendir todas las materias en diciembre para poder terminar el secundario.
La propia Presidenta, Cristina, tuvo que cortarle el acceso a internet para que
se ocupara más de sus estudios. Pasó fugazmente por la militancia camporista y
hoy tiene un perfil mucho más que bajo.
Juan Ignacio tiene 25 años, nació en General Pico, La Pampa , y tuvo los 15 minutos
de fama que proclama Andy Warhol cuando le preguntó a la Presidenta sobre si
pensaba buscar una nueva reelección. Disfrutó porque junto a sus compañeros
lograron su objetivo de alentar a través del debate y la polémica el pensamiento
diverso. También con Sebastián Piñera y Dilma Rousseff se había levantado
polvareda por las consultas críticas de los alumnos. Pero nadie se había
enojado tanto como Cristina, según contó Federico Sturzenegger, presidente del
Banco Ciudad y profesor de esa prestigiosa universidad durante tres años.
Juan Ignacio no se ofuscó. Pero pudo palpar el malestar de
sus compañeros, sobre todo de otros países, por la manera agria y altanera con
que Cristina los maltrató. Sobre todo con sus referencias a lo caro que estaba
Harvard y esa actitud chicanera de mirarlos con sospecha por estar estudiando
en ese lugar de “ricos”. Entre los varios sincericidios que cometió la Presidenta en Estados
Unidos, los más impactantes fueron los relacionados con el dinero. Es un tema
que no logra procesar. Sus juicios son variables y antagónicos según de qué
lado de los billetes esté ella. Por eso, no solamente se olvidó de lo que les
costó Florencia en su abortado desembarco en el cine. También dijo que su
fortuna se debía a su exitosa carrera como abogada y generó respuestas de todos
los colores recordando la forma en que el matrimonio hizo sus primeros millones
y cómo los multiplicó luego desde la función pública. El recuerdo más amargo,
sin duda, es aquel famoso diálogo con el ex diputado Rafael Flores, defensor de
los derechos humanos y de presos políticos. El estudio Kirchner facturaba muy
bien ejecutando deudas. Gente sencilla que no podía pagar la cuota del
televisor o del auto o de su casa (por la tristemente célebre 1.050, una ley de
la dictadura). Flores defendía a la madre de un futuro diputado y abogado que
fue primero amigo y luego enemigo íntimo de los Kirchner. Flores y Cristina
eran compañeros de militancia en el peronismo y en la juventud universitaria de
La Plata. Flores
creía que el intento de quitarle la casa a su clienta era un despojo inhumano y
usurero y se extralimitó en sus palabras en un escrito. Un día en tribunales se
cruzó a Cristina y le preguntó si era necesario caer en ese tipo de legalidades
no dignas de un militante popular.
—Mirá, Rafa, nosotros queremos hacer política en serio y
para eso necesitamos platita.
Hoy, ese concepto egoísta, más cercano a dos abogados de la
abundancia que a dar la vida por el socialismo nacional, generaría rechazo. ¿Se
imaginan lo que significaba esa posición mercantilista y mezquina en aquella
época de utopías? Los jóvenes peronistas se dividían en cuatro, igual que
Eduardo Galeano etiquetó a los argentinos: enterrados, encerrados, desterrados
y aterrados. Los izquierdistas en muchos casos se proletarizaban. Jóvenes de
clase media iban a trabajar a las fábricas o al campo para vivir en carne
propia lo que habían aprendido en los libros de Cooke y Lenin. “Hacer plata”
era una actividad reservada para burgueses y enemigos.
En ese choque de realidad y fantasía que Cristina tiene con
el dinero, siempre tuvo una actitud distinta que Néstor. El jamás gastó un peso
en sus pilchas ni le gustaba aparentar con una casa lujosa. Ella se tiraba la
plata encima en carteras, zapatos y accesorios de alta sofisticación
internacional. Tal vez por eso no termina de entender qué es lo que está
pasando con el dólar. Primero dijo que el cepo era un invento de los medios.
Más o menos la misma mentira que decir que habla con los periodistas (algo que
comentaremos mañana) o que Perón era un radical que nació en Inglaterra.
Después atribuyó a la codicia y la especulación la fiebre por el dólar de los
argentinos, sin tener en cuenta dos cosas: 1) Con Lavagna ministro, Prat-Gay
titular del Banco Central y Néstor presidente, la gente ahorraba en pesos. No
había inflación que obligara a todos a refugiarse en otra moneda. 2) Fue Néstor
quien compró dos millones de dólares, algo inédito para un presidente, mientras
Martín Redrado mandaba en el Central y sospechaba de cierto tráfico de
información privilegiada.
Cristina mostró su verdadera cara en EE.UU. Francisco
Quevedo podría haber dicho que don dinero es un poderoso caballero. Un niño de
un cuento de Andersen podría denunciar: “La reina está desnuda”.
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