Por Mariano Spezzapria |
Entre los argentinos que sufrieron el mal momento que
afrontó Cristina Kirchner en Estados Unidos y los que lo disfrutaron, se abre
una grieta de dificultosa percepción física pero cada vez más ostensible en la
superficie política y también en las profundidades de la dimensión cultural.
Ambos polos, al parecer irreconciliables, pueden asemejarse
sin embargo a dos caras de una misma moneda. La reaparición de los
"escraches" como método de protesta está ligada a este fenómeno
social, en el que gana terreno la violencia verbal y simbólica desplegada desde
distintos estamentos del poder.
Por eso está claro, a esta altura de 2012, que cambió el
clima político del país a poco de cumplirse un año de aquel 24 de octubre en
que la Presidenta
obtuvo la reelección con un arrasador 54 por ciento de los votos. Y cambió a
tal punto que comienza a darle cabida a agitadores hasta hace poco marginales.
En este escenario, las redes sociales se han convertido en un campo de batalla
cotidiano. Por eso el Gobierno sigue en detalle a los internautas que convocan
a los "escraches".
Algo que dejó en claro cuando hizo una denuncia judicial por
amenazas de muerte contra el secretario de Comercio, Guillermo Moreno. Pero al
mismo tiempo envió un mensaje político -en algún punto intimidatorio- contra
aquellos que genuinamente se convocan a través de las redes. ¿O alguien puede
pensar que el último cacerolazo en la
Plaza de Mayo y en distintas ciudades del país, de carácter
masivo, fue protagonizado sólo por agitadores?
Que los hay, los hay
De todos modos, en el mundillo político se sabe que un
puñado de ex miembros de fuerzas de seguridad e inteligencia intentan darle
cauce a la "indignación" que siente un importante sector de la
sociedad con el Gobierno. Los partidos de oposición parecen, en este punto,
meros expectadores de una contienda ajena.
Por eso se sorprendieron con el "escrache" al juez
Oyarbide, aunque aplaudieron luego su decisión de apartarse de la causa en la
que se investiga si Moreno incurrió en un acto de violencia de género contra
una despachante de aduanas. El magistrado -que tomó nota del mal humor social
que lo circunda- también eludió la denuncia por las amenazas contra el
secretario de Comercio.
Con la
Presidenta en el exterior, las protestas traspasaron las
fronteras y se instalaron también en los Estados Unidos, con distintas
variantes: una directa, expresada en un cacerolazo frente al hotel donde se
alojó la mandataria en Nueva York; y otra indirecta, desplegada por estudiantes
universitarios, algunos de ellos argentinos.
Ésta última fue la que más ruido político generó, porque
obligó a la Presidenta
a abordar cuestiones que aquí en la Argentina suele gambetear, como la re-reelección,
la inflación y la inseguridad. Tal vez por eso Cristina apeló a un discurso
catedrático en Georgetown y terminó la gira con un tono más impaciente en
Harvard.
Allí se respiró un clima político que -más allá de que
alguno de los estudiantes que preguntaron sea militante de un partido de
oposición como el PRO- debería encender las alarmas del Gobierno: a la Presidenta le dieron el
trato que en los Estados Unidos suele dispensarse a los gobernantes de sesgo
autoritario.
Socios que pesan
Así deben entenderse las consultas sobre la relación de la Argentina con presidentes
como Hugo Chávez o Mahmud Admadinejad, en momentos en que el venezolano está
punto de jugarse su permanencia en el poder y en que el iraní se encuentra en
la mira de Estados Unidos e Israel por su persistente plan nuclear.
Pese a las simpatías que tiene por ambos gobernantes, el
kirchnerismo siempre se cuidó de que Washington comprendiera que no son lo
mismo en términos políticos. Todavía está fresca aquella frase de Néstor
Kirchner, en la que definió ante George W. Bush como un "peronista",
para darle a entender que no llevaría a a Argentina a experiencias como las de
Cuba o Venezuela.
El caso de Irán es mucho más complejo que el de Venezuela,
porque de por medio está el atentado contra la AMIA. Y aunque Admadinejad
insista en que su país no tuvo nada que ver con el ataque, la diplomacia
argentina negocia un acuerdo para enjuiciar a los sospechosos en un lugar
neutral, que podría ser Egipto.
En medio de semejante cuadro de situación, la amenaza del
Fondo Monetario de sacarle "tarjeta roja" a la Argentina por su
cuestionado sistema de estadísticas, quedó en el plano de lo anecdótico. Algo
parecido debiera suceder con la desafortunada frase de la Presidenta sobre La Matanza , si no fuera
porque allí el oficialismo tiene un enorme caudal electoral.
Con un país fracturado, en términos políticos y sociales, el
kirchnerismo no podrá darse el lujo de repetir este tipo de errores, porque aún
cuenta con el apoyo de sectores populares a los que las Naciones Unidas y
Harvard les quedan realmente muy lejos.
© NA
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