sábado, 15 de septiembre de 2012

Freno a la continuidad

Por Roberto García
Como una costumbre familiar, el Gobierno disfruta de anunciar lo que ya había anunciado en materia de obra pública. Se reitera sin pudor. La novedad, en cambio, pasa ahora por la asistencia impensada –y sin ponerse nerviosha– a la colocación de una piedra fundamental que no figuraba en los cálculos kirchneristas: sin darse cuenta, el jueves por la noche, la Presidenta habilitó el principio de una autopista con distintos recorridos y diferentes epílogos.

El primero, estación La Ñata, refugio costero con museo incluido a su propia memoria, el que Daniel Scioli dispone en el Tigre para justificar su domicilio bonaerense. Otra parada posible en la construcción es el departamento porteño de Mauricio Macri, un trecho breve quizás. Más vasto, en cambio, es el emprendimiento que requiere aproximarse a Córdoba, paradero de José Manuel de la Sota, o con otra línea asfáltica, al puerto de Santa Fe, donde mora Hermes Binner. Sin olvidar, claro, la ruta del vino que culmina en la estación mendocina de Ernesto Sanz. Son destinos probables de la política venidera, casi obvios por la prisa del cronista, a los cuales desde ahora empieza un peregrinaje natural, parte de un poder interesado que se desplaza de un lado a otro en las transiciones, de Olivos o la Casa Rosada hacia puntos que ni soñaban con una colonización tan repentina.

El nuevo tendido de autopistas y, sobre todo, de flamantes estaciones parece el resultado que produjo la última y formidable manifestación colectiva de esta semana, un cataclismo imprevisto para los meteorólogos del Gobierno (también de la oposición) en el cual se desmoronó el intento por perpetuar a la mandataria, el proyecto de Cristina Eterna, expresado hasta un minuto antes de que la gente saliera a la calle por voceros y visionarios reconocidos como Abal Medina, el gobernador Insfrán o el intendente Espinosa (La Matanza). De lejos, el impacto contra la continuidad de Cristina parece la mayor complicación de esa explosiva jornada en la cual también hubo presuntos ganadores y perdedores.

El volumen de la manifestación, su dispersión popular en el país, sin mandantes, casi un referéndum espontáneo, favorece como la lluvia o el sol a involuntarios personajes que ni figuraban para presidir la demanda. Más bien, son las nuevas estaciones de la autopista mencionadas. Se benefician esos nombres como eventuales candidatos con el “no” a la re-reelección presidencial por la simple ecuación de que, al cerrarse una puerta, inevitablemente se abren otras. Sin distinción de partidos, opositores en general. Y ganan también gobernadores, ministros, funcionarios del propio régimen, peronistas, sin acceso al diálogo personal, sometidos al arbitrio de la caja y forzados a la humillación constante: son los que no atinaban a rebelarse ante la oprimente asfixia que La Cámpora les imponía, la distancia y maltrato que ejercía Cristina y alguno de sus secretarios de turno, sea para que no hablen con el periodismo, firmen documentos, hagan declaraciones u ordenen su agenda a gusto.

Si algunos sacaron un premio en el sorteo, hay otros que van en declive: los jóvenes turcos que preside Máximo Kirchner, él mismo, considerados la única e irrebatible voz del poder que alineaba al público: ahora, en la interna, se reequilibran las posiciones, el parricidio quizá se detenga. Curiosamente, el acto masivo fue un pulmotor para los Aníbal Fernández, Guillermo Moreno, Julio De Vido, Julio Alak, entre otros de los más asediados por la logia. Para colmo, un dato adicional interesante: en las concentraciones hubo aluvión de jóvenes, no sólo mujeres de 80 años bien alimentadas que insistió en mostrar la TV oficial y paraoficial. Entonces, si pierde La Cámpora en las universidades, ahora también en la calle.

Quien goza el momentáneo placer del triunfo, aportado por otros, debe ser la cúpula del Grupo Clarín. A pesar, incluso, de que fue nulo el empeño que dispuso para propiciar la previa de la manifestación y difundirla (en una de sus radios, tal el descreimiento de la empresa, hasta minutos antes del evento conjeturaban con apuestas de que no se juntaba más de 3 mil personas en Plaza de Mayo, una intrepidez numérica que ni siquiera los colegas kirchneristas esbozaban como sueño). Sirvió el controversial grupo, eso sí, para difundir el acontecimiento desde su canal de cable, bien apreciado por la audiencia y ante la absurda reticencia y complicidad del resto de los medios por ocultar la información, por someterse a la Casa Rosada y no mostrar el fenómeno de las concentraciones. Como si pensaran que si uno no lo ve o no lo escucha, estará ajeno a la realidad. Una idea primaria del Gobierno que el mismo Perón, en su primer ciclo, había fulminado: ganamos cuando teníamos a todos los medios en contra, perdimos cuando los teníamos todos a favor.

Tal vez Cristina persista –para que no se le diluya el poder en los años que le faltan– en la exposición personal, en la cadena, en el planeo empedernido por Buenos Aires (vital distrito para compensar los votos que pierde en provincias como Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Capital) recurriendo, de nuevo, a la memoria de su difunto marido en todos sus discursos. El rol de viuda rendía, según los asesores. Ahora, no se sabe. Tal vez busque igual la re-reelección, sin importarle la afrenta, considerando con justicia que no supo plantearla, que fue inoportuna y que ella misma, ambigua como Carlos Menem en su momento, ni siquiera tuvo el coraje de confesarse. Y le dejó esa tarea a intérpretes de poca monta o de pálido prestigio. Aunque nadie la imagina en el púlpito diciendo me equivoqué, como la revista Gente hace décadas.

Seguramente habrá, en el rubro perdedores, algunos de los asesores especializados que volarán por la ventana, los que hablan de que sólo los ricos están contra el Gobierno o que la corrupción oficial no es un tema que preocupe a las mayorías (ni a las minorías). Gran falla: en todos los actos, sin enlaces ni compromisos previos, se cuestionó el abuso de poder, la re-reelección, la premeditada ignorancia de la inseguridad y la inflación y, sobre todo, se consagró el disgusto por el mar de casos venales que afectan al Gobierno.

En algún rincón de la memoria, la gente guardó los casos Grecco, Antonini Wilson, Jaime, las declaraciones impositivas mal hechas, las fortunas personales y familiares, la hotelería en desarrollo, Santa Cruz, los boligarcas inusitados, un interminable rastreo de bienes mal habidos. Se ocupaba la gente de los casos, en cambio los ignoraban por conveniencia y plata los graciosos asesores: faltó explicación, conducta y respeto. No está solo el Gobierno en este rubro: lo acompañan los jueces, candidatos a una marcha también.

Ese ciclo recién empieza, como se consuman las dos Argentinas por las cuales fogoneó tanto el Gobierno en estos últimos años, especialmente desde que ganó con el 54% y se creía inmune a cualquier bacteria. Una acaba de entrar en su cuerpo.

© Perfil

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