miércoles, 26 de septiembre de 2012

El regreso de las cacerolas, la Némesis del kirchnerismo

Por Ignacio Fidanza
No es un secreto que una de las virtudes mas deseadas en las democracias modernas es la moderación, ese espíritu amable que suaviza las inevitables tensiones de una construcción colectiva compleja, como son las sociedades del siglo XXI.

Sociedades que contienen instituciones de antigua tradición republicana –la Presidencia, el Congreso, la Justicia- que intentan readaptar su formato nacido hace más de dos siglos a un contexto enteramente distinto, signado por la influencia de los medios masivos de comunicación y ahora envolviendo y desbordando a estos, las redes sociales: artilugio tecnológico que permite la novedad de articular movimientos sociales sin necesidad de partidos ni líderes.

Es a esa Némesis viral a la que se enfrenta el kirchnerismo, que desorientado combina respuestas de similar inconsistencia –o acaso peligrosidad-. Del desprecio a la minimización, pasando por el tardío reconocimiento de la existencia de un nuevo actor político –distinto, inarticulado, difícil de estigmatizar, comprar, seducir, amedrentar-.

Némesis era una querida diosa griega que venía a castigar la desmesura, a corregir a aquellos que acaso en el camino de una vida demasiado exitosa olvidaban a quien deben obedecer los gobernantes –o mejor dicho, para quien gobiernan-. Un recordatorio de la naturaleza humana, demasiado humana.

El gobierno tiene hoy amartillada sobre su humanidad la convocatoria a un nuevo cacerolazo para el 8 de Noviembre en el Obelisco. Mientras intermitente, todo su dispositivo de poder, sufre microcacerolazos aquí y allá. Como sea, la cita del mes próximo puede terminar en un mitin deslucido de un puñado de resentidos o reventar las calles con multitudes semejantes o acaso superiores a las del reciente cacerolazo.

Lo grave –para el kirchnerismo- es que se trata de un proceso que transcurre por fuera de sus designios y peor aún, sobre el que tiene una casi nula capacidad de intervención ¿A quién ir a buscar para ofrecer qué?

Respuestas posibles

En rigor, la supuesta complejidad del desafío surge por la reticencia del Gobierno a tomar el toro por las astas, acaso influido por un pánico –o un prejuicio- que le nubla lo evidente. Lo primero es reconocer la existencia de un nuevo actor político. Lo segundo natural es empezar a entender que está diciendo.

La Presidenta y su equipo se ufanan del vínculo directo que ella tiene con la sociedad. Bueno, las cacerolas le dan una oportunidad de oro para saltarse a todo el sistema político –a los propios y a los adversarios- y dirigirse a un sector de la sociedad que la está interpelando de manera directa. Y más atractivo aún el desafío, al provenir de franjas que le son naturalmente esquivas ¿Qué interés puede encontrarse en discutir con los que piensan igual?

De manera que uno de los más evidentes reclamos es ese: la exigencia de una diálogo. Basta de imposiciones, de cadenas nacionales, de iluminados que como Axel Kicillof intentan reducir –en su caso- la complejidad creativa de la vida económica de la Argentina a esa megalómana matriz insumo producto en la que consume sus días, buscando el número perfecto que equilibre todas las variables.

El gobierno suele consolarse afirmando que los cacerolazos no son un problema político ya que no asoma una oposición articulada para capitalizar ese descontento. Se trata acaso del más grave de los errores de lectura de los muchos que se cometen al abordar el fenómeno. La ausencia de una oposición eficaz para ser vehículo del reclamo, le imprime al sistema una inestabilidad muy peligrosa y deja la protesta social –porque aunque sea de clase media (o acaso por serlo) es también una protesta social- a merced de lo impensado.

Los peronistas saben desde su génesis que miles de personas protestando en la calle no suelen presagiar nada bueno para los gobiernos, pero peor aún si ni siquiera tienen un líder con quien sentarse a negociar.

La agenda del reclamo

Otra tontería es pedirle a los que salieron a la calle que formen un partido y definan un programa de gobierno, como hizo el diputado Carlos Kunkel. La agenda de la protesta es clarísima y no escuchan sólo los que no quieren escuchar. Como también es claro el disparador. La intromisión del gobierno en libertades básicas como el destino de los ahorros o la posibilidad de viajar, montado sobre el tríptico de inflación, inseguridad y colapso del transporte público, fueron destilando el combustible que el kirchnerismo encendió con su proyecto de reforma constitucional y reelección.

Hay un hilo conductor entre la “Profundización del modelo”, “Vamos por todo” y “Cristina eterna”, cuya coherencia no lo absuelve de su mayor inconveniente: se trata de una agenda que buena parte de la sociedad observa no sólo como una extravagancia ajena a sus penurias cotidianas, sino incluso como una amenaza.

Inflación, Inseguridad, Colapso del transporte público. Es una agenda muy clara, muy actual y cuya complejidad alcanza para absorber las energías del gobierno de aquí hasta el fin del mandato de Cristina. No hace falta inventar nuevos ni más grandilocuentes desafíos.

Un principio sería reconocer los problemas en toda su extensión y despejar de la agenda lo que irrita. Como hizo Néstor Kirchner, aquel primer Kirchner de los reflejos intactos, cuando luego de la derrota en el plebiscito de Misiones enterró las reelecciones de Felipe Solá y Eduardo Fellner. O cuando cambió de cuajo la Corte Suprema y puso hombres de leyes donde se necesitan hombres de leyes ¿Tan difícil de entender es que lo de Oyarbide ya no da para más?

Acaso si se dejara la búsqueda inútil de fantasmas y se trabajara de manera más franca sobre los problemas reales, todo lo que hoy se busca por la fuerza podría darse naturalmente. Y sino es así ¿Qué mayor satisfacción para un gobernante que haber entendido el desafío de su tiempo?

© LPO

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