Por Roberto García |
El faltazo de Rocca, como el de otros CEO conocidos del
sector, dejaron a la
Ejecutiva en el desierto o, más propiamente, con la compañía
deslumbrante de Cornide, De Mendiguren y Lascurain, personajes que por
historia, declaraciones e intereses hasta provocan risueños comentarios en el
entorno de la propia administración. Hay que evitar el ingreso a ese grotesco
cotilleo aunque se supone que Ella habló tanto esa noche, por la cadena, para
poder escaparse del agobio de ese trío meloso que la vanagloria con requiebros
y galanterías, por no citar la reiterada obsecuencia intelectual, el grupo Los
Panchos ya convertido en la insoportable levedad de la insignificancia. Hasta
el extendido ego de la mandataria se resiente a veces con tamaña zalamería.
Le quedaban, para cubrir la ausencia de Rocca y otros, los
brasileños de Camargo Correa (dueños de la cementera Fortabat), que parecen
nerviosos con la inclusión de su directorio en las causas por violaciones a los
derechos humanos en los 70, episodios judiciales que también afectan a Rocca a
pesar de que en esos tiempos vivía en Italia y no se caracterizaba por su
inclinación a favor del establishment.
Saludó Cristina a los comerciantes en drogas personificados
en Hugo Sigman, cercano como interlocutor cuando lo requiere, vinculado a
ciertos medios periodísticos, conocedor e inversor en arte, quien todavía no
apareció como protagonista en el affaire de la Banelco que el denunciado
Fernando de la Rúa
y otros le atribuyen haber motorizado. Participa, eso sí, en un proyecto de 80
millones de dólares (algunos consideran exagerada esa cifra) que cubrirá el
Estado con la compra de las vacunas que salgan de ese laboratorio, integrado
por varias empresas replicando emprendimientos que el finado Alfredo Yabrán
consideraría admirables.
Menos difusión pública le otorgó la Presidenta al líder de La Salada , quien iluminó la
velada con una compañía femenina –uno de los pocos que llevaron el género a la
reunión–, ajustada y despampanante, observada por los l.500 varones presentes,
sin pareja todos, algo ansiosos porque no tenían muchas mujeres para mirar. Ya
que a Ella se la mira, atributos aparte, como a otro CEO.
En ese mismo momento, junto a otros ingenieros y en otro
domicilio, Rocca se despachaba contra el curso económico del Gobierno, discurso
que algún tenaz periodista se encargó de difundir. Prefirió, el empresario, ese
encuentro gremial al de Cristina con la industria oficial, justo el que
presuntamente encarna a la industria. Ni se reparó en que, una semana antes,
con otra elegancia pero con el mismo fundamento, también había objetado al
Gobierno en la entrega de premios de la revista Fortuna. Para la mandataria,
una afrenta triple, con el adicional de la gente de Inteligencia que la asesora
de que Rocca recibe ideas de Roberto Lavagna (justo en la semana que el ex
ministro dijo, graciosamente, que este modelo es un “Rodrigazo en cuotas”). Y
el comienzo de una represalia oral comprensible en quien, como gusta decir, le
parece que debe regodearse por inspirar “un poquito” de miedo en los otros que
no la complacen, la entienden y se quejan. Hablaron en esa carga De Vido,
Kicillof –creyente en aquello de que más se crece en el Gobierno cuanto más se
agrava al rival–, se denunciaron facetas monopólicas de Techint como si fueran
recientes que sólo habían delatado las automotrices (otro sector que también
goza de preferencias estatales, como hace apenas unos meses descubrió la propia
Cristina), adquirió Paolo el rol de enemigo público luego de haber sido el
amigo público durante años, cómplices en parte sea por la vinculación con Hugo
Chávez, el megagasoducto absurdo, la instalación de una universidad o la
incidencia decisiva de su grupo para el esplendor del crecimiento industrial en
el kirchnerismo. De preferido a odiado en menos de un mes, algo habrá hecho.
Como cualquier guerra, se sabe cómo empieza. Se inicia con
el temor de las partes (una posible expropiación, como ya ocurriera en
Venezuela, por un lado; la alianza de Techint con Clarín y los poderes
concentrados para desestabilizar a Ella, por el otro) y se multiplica por el
aporte de vocacionales y profesionales (curiosa la forma en que algunos, antes
felices de poder saludar a Rocca –o que éste los salude–, ahora difunden sus
malas notas en el primario o si su abuelo Agustín, el emprendedor y creador de
Techint, registra máculas por haber desarrollado en la Italia mussoliniana un
imperio de acero en cincuenta años de vida y otro semejante en la Argentina en sus últimos
treinta años de existencia). En fin, un conflicto inútil como toda guerra, otra
baja eventual como YPF en la
Bolsa –recordar que ese instituto es ya l9 veces más chico
que la de Chile y l00 que la de Brasil–, un golpe tal vez a la primera
multinacional argentina, con gusto italiano claro, con más de l00 mil operarios
directos en el mundo y con management argentino en casi todas las partes de ese
mundo. Mal momento para Rocca, Paolo, que no leyó a Carl Schmitt. No es el
único.
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