Por Alfredo Leuco |
Sin falsos pudores racionales la Presidenta instaló a
Néstor Kirchner en el cielo y en el futuro. Con toda contundencia dijo en La Matanza que: “Me gustaría
entrar en la historia para reencontrarme con El”. Hizo levantar en el austero
cementerio de Río Gallegos un mausoleo digno de una gran arquitecta egipcia a
contramano del desinterés por la elegancia que Néstor mostró en vida. Casi no
hay cosa sobre la tierra argentina que no haya sido bautizado con el nombre de
su ex marido.
Desde el poder se fogoneó el intento de convertirlo en una
estampita del peronismo a la altura de Perón y Evita, y por qué no del Che
Guevara, con perdón de la herejía. Cristina varias veces dijo que “El” murió
por la Patria
como si hubiera caído en combate en Malvinas luchando contra los ingleses o en
medio de la pobreza como San Martín o Belgrano.
Sin embargo, Cristina, con la excepción de Carlos Zannini,
su álter ego legal, eyectó, desplazó e incluso persiguió a los principales
compañeros de ruta de su esposo. De los que integraron la línea fundadora del
grupo Calafate o el primer gabinete casi no queda nadie en pie. Aquella utopía
de terminar con el discurso único del neoliberalismo menemista se reemplazó por
el Cristinato. Antes se rechazaban los hombres providenciales y se apostaba al
apotegma peronista de que la organización vence al tiempo. Ahora Cristina
Eterna es el único remedio eficaz para las enfermedades de la Patria. Los más sólidos
intelectuales ligados a Montoneros, caso Esteban Righi, Jorge Taiana o Miguel
Bonasso, fueron degradados de mala manera, casi al borde de arrancarles las
charreteras. De aquellos ministros a los actuales hay abismos conceptuales y de
gestión. Alberto Fernández y Juan Manuel Abal Medina; Roberto Lavagna y Hernán
Lorenzino; Rafael Bielsa y Héctor Timerman son algunos ejemplos de boxeadores
de distinto peso intelectual y, por lo tanto, incomparables.
No es mi objetivo criticar a Cristina elogiando a Néstor.
Creo que son dos caras de la misma moneda del rencor de Estado y del fuerte
crecimiento económico y social. Pero hay algo misterioso en semejante cambio.
Kirchner siempre utilizó el término “pejotismo”, peyorativamente, pero nunca se
fue del partido. Cristina lo congeló primero y ahora lo está reemplazando por
un nuevo movimiento que pasa del Frente para la Victoria al espacio
llamado “Unidos y Organizados”. Cristina tiene un comportamiento todavía más
extremo. Sin matices, cree que la flexibilidad es una traición y no un mérito
en política. Cuando odia y desprecia lo hace hasta el fin de sus días.
Hay decenas de ejemplos, pero en las últimas horas afloró la
patoteada de Guillermo Moreno a Sandra González pese a que Néstor había logrado
las simpatías de la defensora de los consumidores. Con el tema del biodiésel
pasó algo parecido. Fue un negocio que vislumbraron Néstor y De Vido y que Axel
Kiciloff y Cristina estuvieron a punto de hundir con su mala praxis. Al final,
reconocieron la torpeza y dieron marcha atrás.
El resentimiento es el principal motor de Cristina y eso la
lleva a cometer errores no forzados e incluso, desvíos ideológicos. Fue capaz
de bendecir a Gerardo Martínez con tal de expulsar a Moyano, incluso después de
que se supo de las actividades como espía al servicio del terrorismo de Estado
del titular del gremio de los albañiles. La CGT oficialista da pena y vergüenza ajena: cada
hora hay un nuevo jefe, pero todos saben que la única jefa es Ella. Pragmatismo
binario: odio y amor. A favor o en contra de alguien.
Los socios por conveniencia de antes, ahora son enemigos por
necesidad. José Manuel de la Sota ,
Daniel Scioli y hasta Sergio Massa lo sufrieron.
La puñalada que más le duele a Cristina es la de Alberto
Fernández. No solamente porque fue casi un miembro más del matrimonio político.
También porque desnudó muchas contradicciones el día que dijo, mirando a
cámara: “Señora Presidenta: no compare más la situación actual con el 2001.
Estamos claramente mejor. Ahora debe compararla con el 2007 cuando usted
recibió el Gobierno. Y estamos mucho peor.” Eso fue dinamita pura en el
estómago de Cristina. Es una forma elegante de decirle que está chocando el
barco que le dejó Néstor y que llevaba a buen puerto. Que perdió el rumbo. Lo
mismo que dicen todos sus ex ministros. Todos los indicadores contrastados con
el fin del gobierno de Néstor son a la baja. La Presidenta recita:
“Creamos 5 millones de puestos de trabajo”, cosa que es absolutamente cierta.
Pero tan cierta como que hace años que ese número no crece y en algunos rubros
empieza a retroceder. En el plano de los empresarios, la Presidenta también le
sacó tarjeta roja a los socios de Néstor. Los Ezkenazi, Cirigliano, Mindlin,
Hadad y Ulloa Igor fueron los primeros en la lista. Dicen que pronto irán por
los Werthein, Brito y Elsztain.
Le cuesta mucho a la Presidenta establecer vínculos afectivos. Casi no
tiene amigas y siempre despreció las reuniones con asados y fútbol o el café en
el hotel de Río Gallegos de Néstor. Su estética es otra. Disfruta más de la
adulación que El; tiene más desconfianza de quienes la rodean; es implacable al
cubo y se subió a una teoría que Kirchner rechazaba: el vanguardismo. Esa
patrulla lúcida que tiene la verdad y pretende conducir a la sociedad. Esa
sobrevaloración generacional que la lleva a la audacia lindante con la
irresponsabilidad de darle a manejar la estrategia energética o toda la
macroeconomía a alguien que leyó muchos libros, pero que jamás manejó un kiosco
ni pagó una quincena a los trabajadores.
Ella encubre a Amado Boudou y el matrimonio, en su momento,
le soltó la mano a Ricardo Jaime. La historia encontrará las explicaciones y
continuará su rumbo. La herencia política de los Kirchner hablará mucho de la
capacidad de Cristina por administrarla. El proyecto que los suceda tal vez sea
algo peor, pero también será su responsabilidad.
Cristina incluso generó algo que Néstor evitó de todas las
maneras posibles: los cacerolazos. Siempre fue temeroso con esas
manifestaciones y en la intimidad decía que era lo único que podía voltearlo
junto con el Grupo Clarín. Por eso gastó millones para subsidiar el consumo y
los servicios de la clase media. Hace muy poco, Cristina con su blindaje
fomentó que volvieran los cacerolazos tan temidos como fantasmas del viejo
pasado. ¿Cuál es la verdadera Cristina? ¿La que edifica el culto de Néstor o la
que lo reducirá a cenizas?
© Perfil
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