domingo, 9 de septiembre de 2012

Análisis: el dilema que plantea la fuerte concentración del poder


Por Mariano Spezzapria

"Algunos piensan que la única forma de gobernar este país es haciendo sentir el rigor del poder". La frase pertenece a un legislador oficialista y fue comentada por lo bajo en medio de una renovada embestida de la Presidenta contra diversos sectores de la política y la economía nacional. El tono de voz del legislador, que por cierto no pertenece a La Cámpora, denotaba cierta preocupación. "Sólo hay que tenerle miedo a Dios y a mí, un poquito", había asegurado minutos antes Cristina Kirchner en una de sus apariciones televisivas. El mensaje era para empresarios, opositores y hasta sus propios funcionarios.

Así, en un comentario dicho como al pasar y con una marcada dosis de ironía, la jefa de Estado embolsó al poderoso holding Techint, a los gobernadores provinciales que reclaman fondos nacionales y también a funcionarios que no siguen al pie de la letra sus instrucciones. Se siente con fuerza como para hacerlo.

Sin embargo, la concentración del poder en la figura de la Presidenta encierra un dilema que ya se demostró contraproducente para el oficialismo: las críticas y los cuestionamientos, desde los más justos y equilibrados hasta los que parten de la intolerancia, golpean en forma directa a Cristina Kirchner. "No hay filtros ni escuderos", razona un funcionario que suele acaparar críticas de la oposición, pero que observa cómo la imagen de la Presidenta padece mes a mes las consecuencias de la concentración. De todos modos, vuelve a la idea del comienzo de esta columna: "Acá si mostrás debilidad, te pasan por arriba".

Fuera de control

Hay circunstancias que, no obstante, escapan del control político oficial y que en buena medida obedecen a problemas de fondo, como los recientes hechos de inseguridad que asolaron al Gran Buenos Aires. O los enfrentamientos de grupos paraoficiales que terminan con personas muertas, como sucedió en Jujuy.

Por supuesto que todo se termina tiñendo de política y en un escenario de polarización, son pocas las actitudes ecuánimes: algunos sienten que las protestas por la inseguridad son manifestaciones opositoras pero no se preguntan por sus causas. Otros achacan el problema solamente a los gobernantes.

Pero la violencia que se refleja en las calles no responde al "dilema del huevo o la gallina", sino que se expresa con genuina brutalidad. Está ahí, con una crueldad que se va impregnando en el conjunto social. Y las decisiones políticas desacertadas muchas veces terminan fogoneando el caldo de cultivo para el delito.

En el caso de Lanús, un populoso distrito del Conurbano, la retirada de la Gendarmería de su territorio, y de la Prefectura del otro lado del Riachuelo, en la ribera porteña, terminó armando una bomba de tiempo que no tardó en estallar. Esto, más allá de que sea un partido gobernado por un intendente kirchnerista, Darío Díaz Pérez, enfrentado al gobernador Daniel Scioli.

Otro caso que llamó la atención en la semana fue el de Malvinas Argentinas, donde el asesinato de un enfermero del sistema de salud local desató una pelea política de proporciones entre el vicegobernador Gabriel Mariotto y el intendente Jesús Cariglino, un peronista disidente. El enfrentamiento fue seguido de cerca tanto en la Casa Rosada como en la Gobernación, en La Plata.

La lógica del rigor

Justamente en la capital bonaerense tendrá lugar, en una fecha aún a determinar, el lanzamiento de un frente de agrupaciones oficialistas que se denominará Unidos y Organizados, con un notorio predominio del camporismo sobre otros sectores más identificados con el peronismo histórico en la Provincia.

Esa preeminencia política también se expresa en las decisiones económicas del Gobierno y se encarna, más que en ningún otro referente, en el viceministro Axel Kicillof, quien sostuvo que el Gobierno podría "fundir" al grupo Techint y sonó convincente, sobre todo porque encabezó no hace tanto tiempo atrás la embestida contra Repsol, que fue forzado a ceder el control de YPF.

El principal escollo económico del Gobierno sigue siendo, de todos modos, la inflación, aunque el tema no merece la mención de la Presidenta en sus recurrentes mensajes por la cadena oficial. Durante uno de esos discursos reaparecieron en escena los cacerolazos como un fenómeno de barrios porteños acomodados, pero que se podrían expandir a la clase media en una convocatoria a nivel nacional que se está realizando para el próximo jueves.

El Gobierno podría contrarrestar esta inquietud social con un aumento de la Asignación Universal por Hijo y de las asignaciones familiares de los trabajadores en relación de dependencia, como paso previo a una suba del mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias, que afecta notablemente a sectores medios de la población.

En la lógica política que se instala con la concentración del poder, no solamente las críticas llegan directamente a la Presidenta, sino también el efecto que provocan las medidas de carácter popular. En ambos casos, se desdibujan los posibles intermediarios. Tal vez sea por eso que "el modelo" no tenga aún un sucesor a la vista.

Informe: NA

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