Por Vicente Massot |
De un lado están los números tirados a la palestra por el
que fuera favorito en estos menesteres durante la presidencia de Néstor
Kirchner. Hablamos, por supuesto, de Artemio López.
Le van en zaga los de Ipsos / Mora y Araujo. Ambos
aparecieron en el house organ del oficialismo, Página/12, sin que
necesariamente deba ponerse en tela de juicio su seriedad por ser ese diario
—inequívocamente aliado a la
Casa Rosada y financiado por el Tesoro nacional— su órgano de
difusión.
Del otro lado están Managment & Fit, Isonomía y
Poliarquía. La primera de las nombradas publicó 14 días atrás, poco más o
menos, sus conclusiones en Perfil, en tanto corren de mano en mano los
resultados de las mencionadas en segundo y tercer término, que trabajaron a
pedido de diferentes fuerzas políticas.
De más esta decir que, a semejanza de cuanto ha sucedido
entre nosotros desde hace rato —pero, de manera especial, a partir de la
hegemonía kirchnerista— las diferencias existentes entre unas y otras resultan
abismales.
Si le creyésemos a Artemio López y a Ipsos, Cristina
Fernández no sólo sería la mejor posicionada en términos de imagen a lo largo y
ancho del país —seguida por Daniel Scioli, Hermes Binner y Mauricio Macri, en
ese orden— sino que además en intención de voto superaría, de substanciarse hoy
comicios presidenciales, los votos obtenidos en octubre del año pasado, dejando
a sus más inmediatos perseguidores a kilómetros de distancia.
Distinto por completo es el cuadro de situación de
Management & Fit, Isonomía y Poliarquía que, si bien no han medido la
intención de voto —cosa que hoy carece de sentido— sí se han encargado de
recabar la opinión acerca de los principales políticos argentinos para determinar
cuál es su imagen. Aquí la presidente de la Nación no reluce tanto como parecen indicarlo los
relevamientos que diera a conocer Página/12.
¿A quién creerle? Imposible saberlo a ciencia cierta aunque
hay un parámetro al cual es necesario prestarle atención y tenerlo como bueno:
el track record acreditado por los distintos encuestadores que se mueven en la
plaza porteña.
Si, de resultas de la experiencia comparada, lo que saltase
a la vista es que unos se equivocaron en la misma medida que otros acertaron al
adelantar las preferencias electorales de la gente, sabríamos a qué atenernos
en punto a idoneidad profesional.
En este orden de cosas y, sobre todo, atendiendo a los
pronósticos antes de las elecciones legislativas de hace tres años, las
consultoras Equis e Ipsos no aprobarían el examen.
Sí, inversamente, las restantes.
Como quiera que sea, deberemos acostumbrarnos, de ahora en
adelante, a la idea de que comenzará una nueva guerra de encuestas. De momento,
la distorsión de los números no será tan importante en razón del tiempo que
todavía falta para que se lleven a cabo los comicios de octubre de 2013.
Pero, a medida que nos acerquemos a esa fecha y se ponga en
evidencia la verdadera magnitud de la disputa —la rere— la trascendencia que
cobrarán los sondeos preelectorales será otra.
A lo dicho es menester agregarle un dato adicional. Porque
no es lo mismo medir, por ejemplo, a Cristina Fernández, Daniel Scioli,
Mauricio Macri y Sergio Massa —ninguno de los cuales encabezará una lista
partidaria, salvo que se produzca un hecho excepcional— que hacerlo con Karina
Rabolini, Alicia Kirchner, Horacio Rodríguez Larreta, Miguel del Sel, Hermes
Binner, Gabriela Michetti y tantos otros que sí dirimirán supremacías el año
que viene en la
Capital Federal , Córdoba, Santa Fe y el distrito bonaerense.
En los relevamientos conocidos de intención de voto siguen
apareciendo los nombres del primer pelotón y no así los del segundo, cuando lo
que interesa saber es la eventual performance de éstos y no la de aquéllos.
Que Cristina se hallase cortada en punta —si efectivamente
así fuese— diría poco o nada de la probable actuación de los diversos
candidatos del Frente para la
Victoria. Es que la señora, como Scioli y Macri, pueden medir
bien, lo cual no supone, ni mucho menos, que al solo conjuro de sus respectivos
nombres los votantes se inclinen por los hombres y mujeres del FPV o el PRO a
la hora de meter el sobre en la urna.
Mucha agua pasará bajo los puentes hasta octubre de 2013.
Mientras tanto los pasajeros de los subterráneos de la Capital Federal se
han convertido en rehenes de una pelea entre el gobierno nacional y el jefe de
la ciudad de Buenos Aires que tiene un solo destino: escalar.
A esa disputa, claro, hay que hacer entrar a los gremios que
llevan cinco días de huelga por un reclamo salarial.
Además, desde el pasado lunes la AFIP decretó una nueva
restricción. Quienes viajen fuera del país sólo podrán comprar la moneda
extranjera que aquella repartición gubernamental determine en función del
destino elegido.
Si hasta el mes pasado el tope autorizado para comprar
dólares era de 120 por día en el exterior, ahora es de sólo 70.
El descarrilamiento de un tren del servicio del Mitre, que
hacía el recorrido Tigre-Retiro, sumó un incidente ferroviario más a la larga
lista que se acumula en los últimos dos meses. Los 39 heridos que produjo el
accidente pudieron estar muertos. Otras habrían sido las consecuencias
políticas.
Da la impresión de que al kirchnerismo cuanto opine el arco
opositor y parte del país al cual le molesta que, a las restricciones puramente
cambiarias hayan seguido las vinculadas a los viajes al exterior y a los
supermercados —en las compras mayores a $ 1.000 los establecimientos
responsables deberán consignar los datos del comprador y estos quedarán a
disposición de la AFIP —
lo tiene sin cuidado.
Tampoco le parece descarado a Cristina Fernández declarar un
patrimonio que, desde 2003 a
la fecha, se incrementó en 940%. El qué dirán le entra por un oído y le sale
por el otro. Hay, al respecto, dos explicaciones: una es la arriba apuntada; la
otra es que el encierro de Cristina Fernández es de tal naturaleza y tanto el
temor de sus subordinados, que nadie está hoy en condiciones de decirle la
verdad. Si aquella interpretación resultase cierta querría decir que las
políticas sostenidas hasta aquí han sido instrumentadas con conciencia de las
consecuencias que puedan acarrear.
Si, en cambio, la segunda fuese verdadera estaríamos ante un
fenómeno distinto: se hace lo que se puede, sin medir sus efectos, porque quien
decide no sabe, no puede, o no quiere escuchar.
Si de algo sirve el dato, cuanto menos tres ministros del
Poder Ejecutivo Nacional han dicho en petit comité que la presidente sufre un
desequilibrio emocional indisimulable.
© Massot/Monteverde
& Asoc.
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