lunes, 13 de agosto de 2012

Cristina, desafiada

Por Alfredo Leuco
La estrategia de Cristina para transferirles el ajuste a las provincias es tan astuta como perversa. Casi un asesinato del federalismo. El mecanismo es simple: se apropia indebidamente de verdaderas fortunas que les pertenecen a los Estados provinciales y les distribuye más obligaciones y responsabilidades, tal como lo resumió Hermes Binner. Al enviar menos fondos al interior, obliga a gobernadores e intendentes a ajustar fuertemente sus gastos y a aumentar los impuestos con el consecuente freno a la economía.

Eso genera que Daniel Scioli, Mauricio Macri, José Manuel de la Sota y Antonio Bonfatti, entre otros, pierdan imagen positiva entre sus votantes y se potencie la conflictividad con el fogoneo de los sindicalistas con camiseta K. Variantes de este tipo pueden verse con los metrodelegados porteños, los docentes bonaerenses o los municipales cordobeses, por ejemplo. Un verdadero operativo de pinzas con el que Cristina mata dos pájaros de un tiro: se lava las manos para no tomar medidas impopulares y obliga a que paguen el costo sus posibles competidores. Bingo.

El resultado es ideal para quien pretende eternizarse en el poder. Asfixia al resto y se ubica en el lugar de la gran benefactora aunque reparte fondos ajenos. El ex ministro Juan José Llach le puso números escalofriantes. Son 85 mil millones de dólares que el Estado nacional les escamoteó en la década kirchnerista a los pueblos del interior. Esto es porque los impuestos no coparticipables (que van en su totalidad al bolsillo de la Nación) hoy representan el 23,6% del total recaudado. En 1998 era sólo el 5,4%. Esa suma incluye el 15% que corresponde al pacto fiscal de 1992, al que acaba de renunciar la provincia de Córdoba. Llach, en el coloquio de Aapresid, precisó que “no se trata de un robo pero sí de una apropiación indebida que según el diccionario es una actitud ilícita, injusta e inequitativa”.

Todo esto ocurre en el momento de mayor voracidad fiscal de la historia y con el riesgo de entrar en recesión. Por eso el clima está tan enrarecido. Crecen el mal humor social y el peligro de estallido. ¿Hasta cuándo aguantarán los usuarios del subte o los tamberos de la zona núcleo tanto maltrato? Hay una gran irresponsabilidad de parte del Gobierno nacional. Juega con fuego. Por eso tiene tanta potencia el gesto de José Manuel de la Sota. Porque marca los límites que se pueden y se deben poner al unitarismo feroz y hegemónico del cristinato. ¿Qué hizo De la Sota? Logró una ley con el apoyo de radicales, juecistas y vecinalistas que le permite renunciar al acuerdo federal y de esa manera exigirle a la Presidenta que no le retenga más el 15% que va a la Nación. Los funcionarios nacionales ni siquiera se dignaron a escuchar el reclamo de que le paguen la deuda de más de mil millones. Los muchachos cristinistas no le atienden ni el teléfono. Como sospechan que ahora pasará lo mismo, deberán recurrir a la Corte Suprema, donde esta vez sí esperan novedades en el corto plazo. Santa Fe y San Luis ya hicieron este reclamo pero no cumplieron el primer paso, que era aprobarlo mediante una ley en la Legislatura provincial. Ergo, sus demandas no caminaron. Juan Carlos Maqueda, miembro del máximo tribunal, peronista histórico y cordobés fue el que alertó a De la Sota. Ahora estarán habilitados para tomar otros caminos mediante amparos o directamente embargando los fondos de la coparticipación. Es un desafío muy fuerte a la Presidenta. Una rebeldía de una provincia más combativa que sumisa que podría llegar a ser imitada. De la Sota convocó a sus pares con una carta que les llegó en papel y en mano para aunar esfuerzos “y recuperar lo que es de las provincias” y lograr “una patria federal”.

Hay una relación inversamente proporcional entre los fondos que manda Cristina a los gobernadores y el coraje para enfrentarla. Si los jefes provinciales fueron disciplinados con dinero, con la ausencia del vil metal aumentan sus niveles de guapeza y autonomía. Para decirlo en criollo: no es viable un verticalismo que aplaude y sonríe en el Salón Blanco a cambio de nada. El pragmatismo peronista es una avenida de doble mano. Un viejo refrán africano dice que no se prueba la profundidad de un río con los dos pies. De la Sota tomó la bandera y eso garantiza que los demás ya tengan un techito para protegerse si Cristina los manda a la Siberia o a la intemperie. El radical correntino Ricardo Colombi se atrevió a reclamar por una deuda por la construcción de viviendas. Antonio Bonfatti hace años que se presentó en la Corte, pero ahora podría buscar una sociedad de perjudicados con Córdoba. El caso de Daniel Scioli es más complejo. No tiene legisladores suficientes para renunciar al Pacto Federal y tal vez, por ahora, tampoco vocación. Sería como declarar la guerra definitiva contra Cristina, aunque muchos de sus asesores dicen que ella ya trabaja con el único objetivo de hundirlo. Los ejemplos sobran, y se llaman Silvina Gvirtz, Ricardo Casal, Gabriel Mariotto, entre otros. Scioli sufre también la presión de la oposición, que le exige que se ponga a la cabeza para reclamar lo mismo que De la Sota.

Macri es el único que no puede hacerlo. La Ciudad de Buenos Aires no firmó el Pacto Federal porque en esa época no era autónoma. Pero sufre el mismo castigo cotidiano en todos los planos: subte, fondos del Banco Ciudad, retiro de la Policía Federal, y siguen las firmas.

De la Sota, a su vez, fue acusado de repetir el esquema de Cristina con los municipios. Luis Juez le tiró con todo para diferenciarse de quien “es el candidato de Clarín y de la derecha más recalcitrante del pejotismo”.

Dentro del peronismo por ahora el único que salió a cruzar al Gallego fue el gobernador jujeño, Eduardo Fellner, que vive casi únicamente de los cheques del Gobierno nacional y de la pena que despierta en Milagro Sala. Otros gobernadores importantes callan y otorgan, aunque en cualquier momento van a ser apretados para que insulten a De la Sota. Ese nivel de arbitrariedad es el que vacía de poder y soberanía a los gobernantes elegidos por sus pueblos. Es el daño institucional que semejante humillación produce. De cara a la Constitución Nacional, muchos dicen que el Gobierno es representativo pero que dista mucho de ser republicano y federal. Y que ésa es la madre de todos los autoritarismos.

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