Por Roberto García |
Y completa con un dato: tampoco Carlos Menem, en su momento,
tenía los dos tercios para promover la reelección, pero como algunas voluntades
ajenas estaban aseguradas –basta ver ahora los que fueron al baño con la
expropiación de Ciccone y la expiación de Amado Boudou– no había forma de parar
la iniciativa y a Raúl Alfonsín no le quedó, en apariencia, otra alternativa
que doblegarse y cederle un nuevo mandato. Mejor que pareciera un pacto y no un
robo fue la excusa para justificar un error monumental. Parte de un “relato”,
sin duda, si uno no desea entrar en otras consideraciones menos infantiles.
Optimismo total entonces para diputados dentro del
oficialismo (recordar que algunos legisladores saldrán de la política al vencer
sus ciclos y, como suele decirse, procuran una indemnización), nadie discute a
su vez la consagración obvia en el Senado por posición dominante siempre y
cuando se dispare la orden desde la Casa Rosada para el trámite de la reforma. Así se
expresan algunos conocedores del enjuague parlamentario. Para reforzar tibios en
la Cámara
alta, además, se especula que hasta podría haber una carta firmada por
gobernadores alentando la re-reelección de CFK y la imperiosa conveniencia del
Estado para modificar, agregar y podar derechos y obligaciones según los
intereses partidarios. Hay quien especula que esa carta de fe cristinista
podría ser encabezada por Daniel Scioli, al menos es el requerimiento que temen
en su entorno bonaerense. O no fue él, dirán como pregunta los cristinistas,
quien anticipó su intención de ser candidato presidencial siempre y cuando la
mandataria no expresara su propósito de continuarse a sí misma. Ella, además
del silencio, lo mantiene distante al gobernador: fue obligado el comentario en
la Bolsa , entre
los asistentes vip al último encuentro, que a Scioli lo mudaron de silla por
instrucción de la
Presidenta , estuvo parca en exceso con él en el saludo
mientras curiosamente desplegaba una simpatía transitoria con Mauricio Macri, a
quien invitó con humor platense a su cercanía: “Venga para acá que nadie lo va
a morder”. Tan dulzón como efímero el respiro de la dama.
Al abundar las declaraciones sobre el proyecto Cristina
eterna, al cual repentina y sospechosamente se subieron intendentes,
gobernadores y más de un seguidor original caracterizado por la reserva (el
senador Marcelo Fuentes, por ejemplo), distintos políticos de la oposición,
hasta ahora perdidos en el desierto, encontraron para protestar un refugio y
una brújula presunta. Y una razón para reunirse. A pesar, incluso, de que
comparten muchos de los cambios que imagina el Gobierno para la Constitución. Así
han empezado deserciones, los reclamos dinerarios de las provincias, las
fotografías que nunca se imaginaban (De la Sota-Macri ), los
encuentros de fracciones diferentes. Y el repaso histórico sobre aquella
decisión de Alfonsín que favoreció a Menem con la reforma, cuando prefirió la
continuidad de éste en la
Presidencia para evitar que llegara a su lugar Eduardo
Duhalde, a quien consideraba un aprendiz de fascista. Singularidades de la
vida, más tarde se asoció a ese cacique que encerraba en la derecha, cambió de
opinión sobre el personaje y juntos se embarcaron en atender una crisis, la de
2001, de la que tampoco habían sido ajenos.
Se inició por tanto una campaña casi imprevista, la del “no
va más Cristina en 20l5” y la que apresuró el Gobierno con “Cristina para
siempre”. Para algunos, hay que mirar el tono con el cual la oposición castigó
a Boudou en el caso Ciccone, utilizando casi lenguaje kirchnerista. Más habría
que mirar, sin embargo, la prudencia de algunos oficialistas en la defensa del
vice, casi perezosos en la protección (como ejemplo, el titular del bloque,
Agustín Rossi, quien dedicó casi todo su discurso a tecnicismos de ingeniería o
de impresión de billetes sin aludir a la prescindencia supuesta de Boudou en el
affaire).
Tal vez menos endeble se vuelva la oposición en el caso de
que arrastre algún desprendimiento del glaciar cristinista: uno medianamente
importante por lo territorial o influencia supondría conmover la hegemonía oficialista,
el fin de ciertos sueños. Por el momento, sea por la disponibilidad de caja o
el sometimiento jerárquico, nadie vaticina un desguace. Ni mínimo. Pero la
política ha adquirido una notable fluidez en los últimos días, tanto que junto
a la teoría de “Cristina eterna” florece un justificativo personal: más que
seguir en 2015, lo que desea ella es que no se le desfleque y disuelva el poder
dos años antes, cuando empiece a regir lo que los norteamericanos llaman “el
pato rengo”, esa figura decadente a la cual tanto le temía el finado Néstor.
Esa claudicación progresiva, esa pérdida de autoridad, tan
común en algunos países, parece que inquieta a la Presidenta. Sea
por represalias, enconos o falta de experiencia en la materia en la Argentina. En ese
esquema, la re-reelección sería un entretenimiento para la etapa final, una
disuasión contra los exaltados, una garantía de que el poder no ingresa en el
ocaso dos años antes del final. Aunque se habla de esta eventualidad, como del
cansancio de Cristina al frente de la gestión, no se encuentra a ningún
cristinista que participe de este criterio. No encaja con el “vamos por todo”.
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