Por Roberto García |
Pocas veces hubo una huelga más inútil que la bonaerense de
esta semana, y no por culpa de la intransigencia gremial. Más bien fue por obra
y milagro de la zigzagueante Casa Rosada, que primero negó un préstamo y luego,
sin explicaciones, lo concedió. Ni que fuera un banco, aunque cobra tasas a la Provincia como los
privados. Contradictoria, la ilustre matriz avanzó y retrocedió con su
subsidiaria en La Plata
al mismo casillero original mientras malgastaban esfuerzos, hacían daño y
dejaban alumnos sin clase, entre otras pérdidas absurdas. Sin ningún plan,
claro.
Como decía el Guasón en Batman: “Soy como los perros, ladro y corro a los autos que pasan. Si llegara a alcanzarlos, no sé qué haría con ellos”. Para ser honestos, la descriptiva frase pertenece a un culterano colaborador de Daniel Scioli, cuya calificación casi es una denuncia porque los culteranos no abundan en ese circuito.
Como decía el Guasón en Batman: “Soy como los perros, ladro y corro a los autos que pasan. Si llegara a alcanzarlos, no sé qué haría con ellos”. Para ser honestos, la descriptiva frase pertenece a un culterano colaborador de Daniel Scioli, cuya calificación casi es una denuncia porque los culteranos no abundan en ese circuito.
Paró entonces el sector público porque no se le abonó en
término el medio aguinaldo; exhausto estaba el Tesoro provincial y sin ayuda
del Gobierno nacional. Se justificaban la falta de auxilio y el consecuente
castigo: el gobernador administra mal, era un “inútil” para Cristina (entre
otras lindezas enarboladas), merecía la navaja de la destitución que le
acariciaba la garganta. Parte del relato oficial al público. En privado, algún
cristinista del círculo rojo agregaba: ahora sí Scioli está fuera del proyecto.
Luego de esa confesión, nadie podía reprocharle a Gabriel Mariotto, uno de sus
vocacionales verdugos, que afilase la guadaña.
Enfrente, obsesionado en la crisis, Scioli dejó de jugar al
fútbol, no se sacó fotos ni asistió a espectáculos; se escapó de los medios,
insinuó un disgusto apenas rechazando una invitación de CFK a una inauguración
y juraba: “No renuncio ni rompo”. Buscó asistencia financiera de las empresas
del juego, consiguió una promesa de liquidez a cambio de extender concesiones,
cayó en la baratura de negociar con lo sospechoso que, de repetirse,
institucionalizaría en el futuro la trata de blancas o las drogas blandas.
Hasta allí llega la imaginación política del subdesarrollo.
Nadie explica el repentino cambio de Cristina, quizás porque
a los hombres les cuesta entender a las mujeres. En especial a la propia, y
mucho más a esta figura alterna que los instruye, ordena y alinea. A voluntad.
Unos se burlaban del pavor de Scioli en la emergencia (indisimulable ante las
cámaras), muchos a su vez han sonreído por el temor final de Cristina ante los acontecimientos.
Quien, como Ella, al entregar la plata habla de firmar la paz, reconoce que
estaba en guerra. Y si nadie entendía ese estado de furia contra el gobernador,
que impidió el suministro de dinero hace 15 días (¿la cita deportiva con
Moyano, exiliarse a Italia cuando el gremialista desató el paro y el acto en
Plaza de Mayo, la charla en la quinta con Lavagna, las entrevistas con De la Sota , el cuchicheo con
Alberto Fernández o Sergio Massa, la manifestación de que le gustaría ser
presidente si Ella no quiere?), menos comprende la causa que alteró la conducta
y habilitó el crédito.
Ese conflicto, el no pago del medio aguinaldo, ¿perjudicaba
en las encuestas a Cristina más que a Scioli? ¿Es mejor aparecer clemente que
contundente? ¿Costaba más caro hacerse cargo con Mariotto de la gobernación que
aportarle al titular los menores fondos requeridos? ¿Conviene desangrar al
gobernador y no extirparlo? ¿La salida de Scioli ante otros jefes provinciales
conduce al sometimiento o a la rebelión? ¿Son tantos los problemas económicos
que se precipitaron (como el disparate del dólar) que conviene postergar una
traumática decisión? ¿Acaso se le arrancó al ocupante de La Plata un compromiso que no
deseaba, como por ejemplo mostrarse con un cartel que dijera “Clarín miente”?
Infinitas las interpretaciones, y dos certezas: elemental recordatorio infantil
de que moverse en terreno anegadizo promueve el hundimiento; y al Gobierno,
luego de acorralar a sus enemigos, le cuesta rematar. Son muestras Clarín,
Magnetto, Moyano, Macri, ahora Scioli. Extraño en quienes hicieron gala de la
vía rápida y expeditiva.
El desenlace –a pesar del rostro mustio y la mirada perdida
en el horizonte de Scioli– se sospecha que lo benefició: en su caso, un minuto
más de vida lo vuelve de amianto. A Ella no se le descubre el rédito luego de
haber operado en contra, aunque sí actuó como piedra de toque en la coraza
sciolista: le impuso la raya en el oro de mal administrador, ese emblema del
que él presumía al repetir “gestión, gestión”, como si ese atributo lo
acompañara tanto como el “trabajo, trabajo”, “dar la cara”, “estar con la
gente” u otras frases publicitarias. Quizás empiece Cristina una tarea de
demolición en ese sentido, a arrebatarle slogans, vaciarlo, como si un gobierno
fuera menos frívolo que el otro. Como si Scioli solamente se inquietara –lo que
parece cierto– por producirse, enfrentar y conciliar con la prensa, entregarse
al vulgo de los artistas populares, al revés de CFK. Cuando Ella, claro,
también se esfuerza por las impecables apariciones públicas, por el rating, la
mise en scene de sus actos, las invocaciones premeditadas o el aparato
colectivo que la acompaña.
Finalmente, tanto se parecen –aun en las dificultades
económicas– como en las formas de conducir. Uno es el gobierno de Daniel, el
otro el gobierno de Cristina. Nadie más en la cartelera, a ver si surge un
Cavallo, por ejemplo, que robe espacio por controlar la inflación. Mejor
soportar la inflación. Esa condición mutua de la personificación y el
endiosamiento no admite figuras destacadas en el elenco, se nutre más bien de
un cuerpo estable, liso, dispuesto a la obediencia y al ejercicio de levantar
las manos cuando se lo indican.
No deben ser todos mediocres, aunque más mediocres parecen
aquéllos que, admitiendo un coeficiente superior, se lamen a sí mismos en la
sumisión, sin atreverse a una objeción, a una autocrítica o a una crítica
interna, pasando el tiempo por el placer misterioso de la permanencia en un
cargo público. Como si ésa fuera la política, como si ése fuera el poder.
Si ellos pasan el tiempo con la fantasía del proyecto o la
revolución o el cambio histórico, quienes no participan y miran a su vez
pierden el tiempo, se lastiman. Le toca a la mayoría. Tal vez haya suerte y
Cristina, al igual que Scioli, cuando una vez al año interrogue a sus
contadores –cuando éstos le arman sus declaraciones juradas– se le ocurra
preguntar la razón por la cual sus activos pierden cada día más valor. Como al
resto.
No es porque el mundo se les cayó encima.
© Perfil
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