Por Roberto García |
Como es obvio, la pelea terminal entre Cristina Kirchner y
Daniel Scioli es por plata. Se soportaron con disgusto por años, mientras los
recursos abundaban, pero ahora la escasez acelera la crisis de esta pareja
nacida cuando el ahora gobernador integró con Néstor Kirchner el binomio
presidencial. Los números acobardan: ahora, para evitar el desdoblamiento del
medio aguinaldo, requiere Scioli más de $ 1.000 millones.
Ella se los ha negado y, en el caso de que un pase de magia
le resolviera el agujero de este mes a Scioli, hasta fin de año necesitará el
aporte extra a su presupuesto de $ 9.000 millones. Sin un banco atrás –Central,
oficial o privado, como sí tiene Cristina– parece difícil que sortee esa
contingencia. Este es el nudo del conflicto, aunque pululan otros elementos que
adoban la cena.
Empieza una lista menor o infantil contra el gobernador.
Desde la objeción por jugar al fútbol con los equipos de Moyano, a platicar con
Roberto Lavagna o Alberto Fernández, sin olvidar otro dato: su cuidadosa
afirmación de que aspira a la
Presidencia siempre y cuando Cristina no se proponga reformar
la Constitución
y postularse sine die. Si Ella elige esa vía, él la acompaña, dijo. Palabras
que curiosamente le susurró uno de sus colaboradores menos belicosos, el mismo
que en otras oportunidades –caso de las elecciones testimoniales, aquel papelón
que obligó Kirchner– le había señalado la conveniencia de mantenerse en la
línea oficialista, sin remilgos ni críticas. Igual cayó pésimo esa
manifestación en Olivos, de inmediato brotaron miembros del cristinismo a
señalar la torpeza destituyente por confesar lo obvio, como si otros servidores
no actuaran con la misma intencionalidad presidencial.
Por si no alcanzaba este áspero marco –ya cargado en la
previa durante meses por el propósito de remover al responsable de la seguridad
en la provincia, Ricardo Casal– la misma Cristina se pronunció contra Scioli en
forma terminante: desde el púlpito público lo calificó de mal administrador y
peor gestionador, mientras en una reunión privada con intendentes –sugiriendo
que lo abandonen– expuso consideraciones más crueles, le imputó inutilidad y
hasta señaló que no lo quería ver más en el cargo (como si Ella lo hubiera designado
y no los votos, como si Ella ignorara el acompañamiento de éste a todo su
Gobierno y como si no hubiera reclamado el voto para su fracción a través de
él).
Esta incidencia oral, como se sabe, la reveló un intendente
preferido de la casa, uno de los menos destacados de la provincia, Darío Díaz
Pérez, de Lanús (quien ganó predicamento por el prestigio de su hermano en el
distrito, a quien el club de fútbol –uno de los pocos con fondos depositados en
el exterior, sin déficits en su presupuesto– le agradeció la gestión bautizando
el estadio con su apellido: tal vez un caso de malversada portación de
apellido).
Pero el episodio de la confesión presidencial, luego parcial
y tontamente corregido, al parecer se ha confirmado a través de una grabación
de ese encuentro. Justamente ese hecho, el testimonio grabado de la mandataria,
fue el motivo por el cual Ella dialogó con Scioli momentos antes de que éste
brindara una conferencia de prensa en la cual, pese a las reconocidas
desavenencias, sostuvo que apoyaba in totum el proyecto de la Casa Rosada.
En esa breve conversación, a propósito de un llamado de
Scioli, el caballero obediente no le reprochó a Cristina los cargos que ésta le
había imputado. Por el contrario, fue Ella quien lo responsabilizó por la existencia
de la grabación, la calificó indignada de “operación” –luego repetiría este
término en público y junto al denunciado–, como si una organización de
inteligencia bonaerense se hubiera encargado de esa tarea infame y anónima. O
sea que Scioli, como si fuera una discusión habitual con su esposa, se quedó
con los agravios pasados de Ella y, encima, la sospecha de que podría dedicarse
pícaramente a escuchar las reuniones de otros.
Aún así, por el solo hecho de convocar luego a una rueda de
prensa, responder preguntas y hablar a favor del periodismo libre, Scioli debió
pensar que iniciaba la
Revolución Francesa (algo de cultura gala hubo en su
presentación, ya que introdujo al afrancesado Jorge Telerman como nuevo
funcionario, quien hasta pocos días antes se había entrevistado en dos
oportunidades con Mauricio Macri para ingresar al gobierno capitalino con un
proyecto sobre una isla en La
Boca , que se deshizo por la habitual tardanza del jefe
comunal).
Este conato de insurrección prosiguió dos días después, al
faltar a la convocatoria presidencial de Tecnópolis –cada vez más grande, cada
vez más cara– con la excusa de que “estaba gestionando” como lo demandaba
Cristina (un aporte crediticio del juego, específicamente de la empresa Codere,
para no pagar en cuotas el medio aguinaldo, recomendación sugerida por uno de
los intendentes que más odia Cristina y que reconoce un antecedente en la
gobernación de Felipe Solá con los bingueros). Quienes lo conocen suponen que
se negó a atravesar, otra vez, un castigo público por parte de Cristina.
Al margen del optimismo perpetuo de Scioli, vive jaqueado,
sin voltear el rey, para usar una metáfora sobre su predilección de jugar al
ajedrez con el experto en carnes Alberto Samid. Deshecha los consejos de
quienes le reclaman una mayor beligerancia bajo la justificación de que es su
cuerpo el que está en juego, se compara con Bonavena –por aquello de que “te
mandan al ring y no te dejan siquiera el banquito”– y observa que a Moyano
también lo dejaron bastante solo en su lucha sindical contra el Gobierno
(aunque el jefe camionero dice: “yo llegué solo, me mantengo solo y seguiré
solo, si es necesario”). Más allá de que puso una pica en Flandes al colocar
como su segundo en la CGT
al petrolero Guillermo Pereyra, alguien que Cristina eligió hace menos de un
mes para integrar el directorio de YPF descartando otros gremialistas del
sector. Cuando un ministro trató de convencerlo a Pereyra para que desertara de
Moyano, éste replicó: “Yo le soy fiel a Hugo, también soy fiel a vos. Pero si
seguir con Hugo me significa perder tu amistad, simplemente lo habré de
lamentar”.
No parece que los intendentes dispongan de esa misma
voluntad. Igual, por lo visto, Scioli seguirá hasta un final sin que lo acusen
de traicionar, aunque en el kirchnerismo siempre se lo observa como alguien de
otro bando. Esperará hasta conseguir la plata, prestada por otros o por la
propia venia presidencial, si es que puede. Ya pasó por esas instancias con
Néstor, cantando “tantas veces me mataron”, pero siempre sobrevivió (mal, pero
sobrevivió). Piensa que la pelota ahora la tiene Cristina, nadie sabe si Ella
actuará como Néstor o si se dispondrá a meter un gol antes del tiempo
reglamentario.
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