jueves, 26 de julio de 2012

Los muertos de la democracia kirchnerista


Por Gabriela Pousa
- Detrás de las constantes oratorias de la Presidente, de corruptos impunes e índices trastocados, hay otros acontecimientos que se suceden al amparo de un pueblo anestesiado.
Se trata de las víctimas de la democracia. En los últimos 10 años muchas cosas han cambiado, a favor y en contra de los ciudadanos, pero pocas veces se ha visto un retroceso tan magnánimo en cuestiones vitales, literalmente hablando. 

Mientras las crónicas del día se diluyen en nimiedades, seca rápido la sangre. ¿De qué manera referirse a los muertos de la democracia, evitando que el negocio de los derechos humanos salte a la yugular, prejuzgando intereses que no hay? Y es que el desprecio por la vida ha arrojado, en la última década, cifras que revelan mucho más que fracaso.

Definitivamente, no es el mundo el que se nos viene encima, es la vida. Mientras Europa debate la salida a una crisis de coyuntura, en Argentina, la crisis parece ser perpetua. Sin comienzo ni final, superpuestas unas con otras, impedidas de definirse políticas, sociales o económicas. Escuchar hablar de conflictividad o de situaciones críticas es de una normalidad supina.

Nadie se sorprende por la tensión permanente a la que se nos somete. Se trate de infraestructura, de piquetes, de robos, de crímenes; o de debacles políticas surgidas de egos potenciados, la coyuntura se contradice a sí misma. No es apenas un “aquí y ahora“, se perpetúa desde la cuna hasta la sepultura. 

Se vive mal. Se sobrevive, digamos. De un tiempo a esta parte, se ha visto casi a más padres enterrando hijos, que a éstos despidiendo antepasados. La juventud está amenazada no por acción sino por omisión. No se hace nada. Mientras, se quitan la vida como si se quitaran un par de zapatillas.

En despachos oficiales admiten que se trata de una “epidemia oculta”, sin evitar el contagio claro.No hay prevención, ni políticas de contención, ni de minoridad. Ni salud ni educación, sólo electrodomésticos, y monólogos autobiográficos falseando el quién, el cómo y el cuándo. Se gobierna en párrafos: 20 ó 30 frases, aplausos, y la política queda diseminada en militantes de la náusea, cómplices de un poder que si no sirve para salvar vidas, no sirve para nada. Los Kirchner nos vendieron un presente sin mañana.

La abulia, la falta de horizontes va matando jóvenes como se matan hormigas mientras se camina. ¿Qué pasó? ¿Se suicidó el país que abría puertas al futuro a principios de 1900, el que puso juventud en la madurez temprana de nuestros padres y abuelos? No. No intenten cambiarle la carátula: fue un asesinato a mansalva.

Hoy, la Argentina, es el país con más psicoanalistas por m2, el 70% de la población (entre los 20 y 40 años) consulta por Internet, sobre enfermedades o síntomas relacionados con tensiones, nervios y estrés. Vivimos al margen de la lógica. La razón fue hackeada.

En los últimos 5 años se ha incrementado el uso de psicofármacos y la cantidad de pacientes con enfermedades psicosomáticas. Y quizás, la causa, más que en medicina, haya que buscarla en la política.

El Estado benefactor, que nos subyugaba con la falsa creencia de una ayuda desinteresada, al final, no beneficia nada. Es la bacteria que torna la herida en gangrena. La inseguridad hace mella, la economía tambalea, la libertad es diezmada. El cepo es al dólar, lo que la realidad es a la esperanza. 

Cuando una muerte adquiere ribetes inusuales se debate un par de días qué pasa con la sobredosis de ansiolíticos, el consumo de energizantes y el alcoholismo. La demanda de estos últimos subió un 75% desde diciembre de 2006. 

Mientras se festejaba un crecimiento a tasas chinas, se comenzaba a llorar a un número nunca antes visto, de jóvenes y adolescentes. ¿Cómo se miden los éxitos? Las respuestas no aparecen.

Recién en el 2008, después de 7 años de sostenerse la curva ascendente, se comenzó a hablar de una epidemia oculta, negada”: el suicidio adolescente. La solución política fue dejar de difundir cifras inmediatamente. Desde entonces, el incremento de este tipo de muertes, sólo puede hallarse recorriendo morgues y conversando con forenses.

El ministerio de Acción Social brilla por su ausencia. Apenas se dijo que había “un porcentaje mayor de un fenómeno patológico que afecta a la población por encima de la media histórica”.

A confesión de parte, relevo de pruebas”, respondería la Justicia si existiera.

Como sucediera con el dengue, desde la cartera de Salud, prefirieron hablar de “problema” en vez de epidemia. Hoy, directamente, ignoran el tema. Los especialistas coinciden en que la prevención es la única solución. “Los esfuerzos de la salud pública deberían estar puestos allí“, admiten. Sin embargo, y a pesar que desde el gobierno aseguran haber empezado a trabajar con las provincias, falta todavía el marco jurídico para darle status a cualquier iniciativa.

Un gobierno de planes y no de concreciones, influye negativamente. No es  casual que, de 2005 a 2010, se hayan quitado la vida más de 3 mil jóvenes por año. Una tasa de más de 8 suicidios cada 100 mil habitantes. El pasado año se superó ese dato: 3.134 fue el número macabro.

Los médicos no ocultan el estupor que provoca este incordio: “los cuerpos que revelan el suicidio como causal de muerte, tienen un promedio que va de los 20 a los 40 años“, aseguran. “Son chicos o jóvenes que viven dentro del cortoplacismo imperante. Son muertes desesperadas“, explica un especialista en tanatología.

Nos enseñan que vivamos siempre en la antesala de una crisis mayor que se avecina, y así no se puede. El crecimiento se detiene antes de tiempo. La infancia es cada vez más corta, la adolescencia -que es la etapa de mayor cuestionamiento-, se alarga pero no se adapta. La vida se vuelve insostenible. Concluyente. 

Si avasallan la libertad, si las batallas las ganan los culpables, si los hijos ven a sus padres enfermarse porque no trabajan para vivir, sino que viven para trabajar, y así todo peligra el ingreso familiar, ¿qué esperar? La retórica, sintetiza y corrobora.

Por más gritos que profiere la jefe de Estado se vive en un clima de indefensión que excede lo material. Esta situación se agrava en las provincias donde el círculo se cierra inexorablemente. Así como la gran ciudad apabulla, el pueblo chico amedrenta, exige y juzga. No hay tantos grupos de pertenencia donde guarecerse.

La Justicia todavía investiga los suicidios de 7 jóvenes en Rosario de la Frontera, un pueblo de 30.000 habitantes en Salta. Las muertes ocurrieron en solo dos meses. El hecho se agravó con el intento de suicidio de otros 12 adolescentes. Y no sucedió una sola vez como se da a conocer. “Es un simplismo atribuir estos decesos a juegos electrónicos o videos”, comenta quién debió comandar las autopsias pertinentes. “No son casos aislados, se repiten morfológica y estructuralmente”.

La Pampa es la provincia que más casos suma, con víctimas promediando los 18 años. Contagio, se cree. De ser así, mayor debiera ser la urgencia en frenarlos. Pero no. Hay vanaglorias, cuentos de cerditos, muñequitas de Él y Ella, heladeras, pomos, lavarropas…, pero no hay profilaxis ni medidas preventivas. En rigor, lo que no hay es interés en la vida.

“Los chicos no tienen modelos ni referentes, basta ver quienes llegan hasta acá a buscar los cuerpos.  Si vienen…”, explica un psiquiatra de la morgue judicial forense. Se mira las manos, baja la mirada. “A nosotros no nos hacen falta estadísticas, vemos los cuerpos mutilados, y no lo digo sólo por la evidencia fáctica”, termina.

No creo que haya rigor científico mayor que esa mirada, ni más prueba que el dolor que emanan de esas palabras, máxime cuando las pronuncia alguien que convive con la muerte, que la certifica e indaga.

Qué la dirigencia de turno rija la administración pública, pero no el rumbo de la vida, manipulándola. Hay que exigir una calidad de vida que dista de la notebook o el plasma. Qué no se pierda tiempo en establecer grandes marcos jurídicos para lanzar campañas preventivas si, cuando hay voluntad, la Justicia decide en el día…

Sin duda, son múltiples las causas, y escapan a una nota como esta, ya demasiado larga. No se trata de pesimismo ni de cadenas de desánimo. Se trata, simplemente, de hacer ver que hay otros hechos que no escapan al escenario político, aunque no se debatan en el Congreso ni la Presidente se refiera a ellos.

Muchos pueden esgrimir que el futuro debe hacérselo cada uno. Concuerdo. Pero si en ese intento, el robo, la mentira, la corrupción, y la falta de respeto afloran como las únicas políticas de Estado, es difícil vislumbrar escenarios donde proyectarnos.
Todo está inevitablemente impregnado de lo cotidiano.

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