Por Alfredo Leuco |
El tablero de ajedrez está listo. Sólo falta ver de qué
manera moverá Cristina sus trebejos: si continuará como hasta ahora, comiendo
de a una las fichas de Scioli en una suerte de intervención federal de hecho, o
si en algún momento buscará el jaque mate.
No hay lugar para tablas en esta partida. Cristina no
frenará sino hasta destruir a Scioli como alternativa presidencial para 2015, y
el gobernador seguirá comportándose como un caballero, sobreactuando ingenuidad
y buena onda y ratificando su lealtad a Cristina hasta el último instante.
Aunque la sorprenda apretando el gatillo sobre su cabeza. Así lo hizo con
Néstor Kirchner, con Eduardo Duhalde y con Carlos Menem. Es el famoso estilo de
peronista náutico que, flotando, lo trajo hasta acá.
Entre los funcionarios y los militantes políticos, esa
actitud es descalificada como una cobardía. Pero entre los ciudadanos comunes
se interpreta como la buena fe de una persona de bien que quiere resolver
problemas con esfuerzo y optimismo. Es lo que tratan de explicar todas las
encuestas sobre el fenómeno electoral de Scioli y su imagen positiva e intención
de voto altísimas.
Derrocar a un gobernador que recientemente fue reelecto con
cuatro millones y medio de votos es de mucha gravedad institucional. Estamos
hablando del 40% de los argentinos, según el padrón, que van a ver cómo se
modifica de facto su voluntad popular. Pero no es algo nuevo para el
kirchnerismo. Ya tienen la experiencia del feudo de Santa Cruz. Allí batieron
todos los récords, con cuatro gobernadores en cuatro años sólo por decisión del
matrimonio presidencial. Héctor Icazuriaga, que completó el mandato de Néstor;
Sergio Acevedo, que renunció por el acoso al que lo sometió su jefe político,
que lo intoxicó de operaciones de todo tipo para serrucharle el piso; Carlos
Sancho, socio en los negocios pero inútil para manejar una protesta sindical
sin represión, y finalmente Daniel Peralta, que juró por cuenta y orden de
Carlos Zannini. El fue responsable de las acrobacias políticas que llevaron a
Peralta al sillón de gobernador. Era interventor en Yacimientos Carboníferos de
Río Turbio, y canceló la licencia que tenía como diputado. De inmediato fue
electo como vicepresidente primero de la Legislatura. Con
Acevedo y Sancho renunciados, asumió Peralta, que ahora está probando la misma
medicina que sus antecesores. Como puede verse, los Kirchner no andan con
vueltas a la hora de hacer de goma las instituciones y sacar del medio al que
se interponga en su camino.
Ahora le toca a Scioli. No es lo mismo, porque –como dijo
Felipe Solá– “la Provincia
no es joda”. Si se produce un incendio social, las llamas pueden llegar en dos
minutos a la Plaza
de Mayo. Esto ya ocurrió. Tiene más que ver con Nerón que con Perón. Por eso es
una jugada de alto riesgo por parte de Cristina. Demuestra coraje pero también
irresponsabilidasd, aunque sea funcional a su proyecto del “vamos por todo”, y
“si nos va mal”, será por culpa de las corporaciones y la derecha que no la
dejó gobernar.
Cristina no se perdonaría jamás el fracaso de que el modelo,
que ella cree “revolucionario”, sea heredado por un “inútil que no sabe gestionar,
que transa con los medios hegemónicos y que sólo pone la cara”, y que para
colmo escucha a Pimpinela en lugar de Teresa Parodi. En su fuero íntimo siente
que eso sería como si Eva Perón le entregara el poder a Alvaro Alsogaray. Es
una mirada ficcional de la realidad. Porque en ese teje y maneje la Presidenta no duda en
asociarse con figuras que están a la derecha moral y política de Scioli: Raúl
Othacehé y Oscar Lescano, por ejemplo, dos de sus interlocutores de estas
últimas horas. Son millonarios, menemistas, violentos y, ahora, cómplices de
Cristina para desplazar a Scioli y a Moyano.
A esta altura poco interesa si Cristina dijo o no lo que
reprodujo el intendente de Lanús. Lo que importa es que refleja fielmente lo
que piensa. Más allá de lo que la
Presidenta le haya dicho el viernes a la noche por teléfono a
Scioli. A esa hora, ella ya sabía que el gobernador había convocado a una
conferencia de prensa para el día siguiente. La sabiduría popular tiene un
concepto que sirve para analizar con buena leche los momentos de emergencia:
ponerse en el lugar del otro. Un ejercicio de ese tipo sería invertir la
ecuación. Imaginar por un minuto qué habría pasado si un caudillo del Conurbano
hubiese confesado en un acto que Scioli calificó a la Presidenta como “una
inútil que no sabe gobernar. Que me deje a mí hacerlo”. Timerman ya habría
dicho: “¿Vieron que tenía razón? Quieren voltear a Cristina como en Paraguay y
Honduras”. Y Scioli hoy estaría colgado de la Pirámide de Mayo con el
cartelito de “golpista, hijo de Videla”. Sin embargo, la situación inversa no
mereció siquiera una palabra pública de la Presidenta para
desmentir semejantes conceptos antidemocráticos que alguien de su confianza
puso en su boca.
El plan de Scioli podría titularse así: “Cristina destituye;
yo colaboro, no confronto y busco soluciones, no responsables”. La
victimización continúa porque le rinde en el minuto a minuto del rating y
porque, además, no sabe hacer otra cosa. ¿Alguien se imagina a un Scioli
agresivo, denunciando una conspiración? Marcó diferencias en su manera: ofreció
una conferencia de prensa abierta a todo el mundo, con una cordialidad
inexistente en el mundo K; elogió a la oposición y ofreció cuadros con cifras
que hablan por sí solas de la responsabilidad de la Presidenta en el rojo
de las cuentas de la
Provincia.
Un economista
acostumbrado a revisar la contabilidad oficial dijo el viernes en Córdoba: “La
única diferencia entre las cuentas en rojo de Scioli y las de Cristina es que
ella tiene en el Banco Central la maquinita de imprimir impuesto
inflacionario”. Un tuitero hincha de Serrat y opositor a Cristina escribió una
chicana brutal al respecto: “Caminante no hay camino, se escribe con K: golpe a
golpe, verso a verso”.
© Perfil
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