Por Juan Gonza |
Los
gabinetes de los gobernantes democráticos debieran ser –al contrario de lo que generalmente
son- una impecable vidriera de hombres virtuosos en el más amplio significado
del término, pues allí se supone están depositadas nada menos que las
esperanzas de los ciudadanos que con su voto soberano conceden el honor de los
cargos a sus dirigentes políticos.
El
enojo –jamás reconocido públicamente-del actual gobernador de los salteños,
Juan Manuel Urtubey, por los vergonzantes últimos estallidos en un área vital
de la gestión como lo es la de Seguridad, naturalmente tuvo como ámbito inevitable
de expresión el seno de su gabinete. Es decir, ante sus mejores soldados, sus
mejores talentos, sus mejores cuadros, o como prefiera considerárselos.
Un
gabinete convocado no sólo a las habituales y mayormente tediosas reuniones
semanales, sino también esta vez con carácter de urgencia y con temario
exclusivo que no podía ser otro que el de una Salta desprestigiada a nivel no
sólo nacional sino internacional por aquellos sucesos donde, como frutilla del
postre, se situó nada menos que la policía provincial, denunciada como
torturadora a través de un aberrante video puesto a la vista del mundo entero a
través de internet.
Las
paredes del “Pentágono” gubernamental salteño, que como en todos los tiempos “oyen y filtran” para mayor disgusto de sus
siempre circunstanciales ocupantes, dan cuenta de los enojos y las consecuentes
nuevas instrucciones del number one para con sus colaboradores. Generalmente
“amigos” a los que –en otros cenáculos
más cerrados del poder, no exentos de idénticas filtraciones- no trepida en
descalificar excediendo aún más los límites imaginarios de una supuesta convivencia
y camaradería “de equipo”. Y esto, ellos lo saben mejor que nadie. Pero siguen
aplaudiendo, callados. Igual que en la función.
Justamente
ese silencio resulta la anti-virtud de cualquier ministro.
Que
se precie de tal, claro está.
Porque
cuando los “mejores muchachos” de un equipo se tornan en una claque inútil, es
el que allí los instaló el que paga todos los costos. Los que le caben y los
muchos que debiera y puede evitarle un verdadero gabinete.
Pero
también hay que decirlo, es el momento en el que gran responsable debe caer en
cuenta de su propia falla, de sus propios errores. De su condición de
gobernador y simple mortal.
Dicho
en buen romance, y sin falsa retórica: es el momento de darse cuenta que el
gabinete del asado no sirve.
Y
–de paso, si fuese posible- de recapacitar sobre cuán equivocado estaba Julio
César cuando creyó, realmente, que era un enviado de los dioses merecedor por
tanto de algunos títulos como “imperator”, “pontifex maximus” y “pater
patriae”.
Convicción
de bendecido capaz de hacerlo proclamar, en exhortación a sus fieles seguidores
(a su gabinete naturalmente) y en medio de una feroz tormenta: "No temáis. Tranquilos, que vais con César y su estrella".
La
reconstrucción de la
República y de la Democracia obliga a los mandatarios a despojarse
de semejantes delirios y volver a la ejemplaridad, condición hoy perdida por
las dirigencias en el contexto de la única subversión real que vivió la Argentina , cual fue y
sigue siendo aún la subversión de los valores morales y éticos.
El
joven gobernador de Salta, que transita ya su segundo mandato, tiene marcadas
demasiadas heridas innecesarias, producto justamente de la falta de
acompañamiento de quienes debieran secundarlo con mayor eficiencia por ser
integrantes del gabinete.
Justamente
en el capítulo deficitario de las políticas de seguridad, y concretamente de la
fuerza policial provincial, Urtubey no pudo avanzar en absoluto en el cambio
aquí también prometido como compromiso vital de su proyecto.
No
es necesario remontarse mucho en el tiempo para comprobar el fracaso de un par
de ministros del área. Como así también de alguna otra cartera de su propia
creación de espasmódicas, sobreactuadas y tardías reacciones en este caso
concreto de los torturadores policiales.
Y
mejor ni hablar del historial también reciente de la Secretaría de
Seguridad.
Las
bofetadas de aquella rebelión policial en el inicio de su primer mandato son el
antecedente más claro de cuánto había que cambiar. Y la realidad de estos
últimos tiempos, convertidos en una sucesión de crímenes y otros delitos como
el caso de las turistas francesas, los narco policías y la maldita policía
torturadora de Güemes (por nombrar sólo una muestra) confirman en forma
patética la gravedad del problema.
Si
con semejante cuadro el propio Juan Manuel Urtubey comete torpezas tales como
protagonizar la lamentable e incomprensible conferencia de prensa tras el
trágico desenlace de las dos jóvenes halladas ahorcadas en esta capital hace
pocos días, diciendo en el momento más inoportuno que Salta es una maravilla en
materia de seguridad o que la tasa de criminalidad es también fantásticamente
baja, la conclusión es tremendamente decepcionante.
Difícilmente
un gobernante capaz, inteligente y comprometido como los salteños valoraron a
Urtubey en dos votaciones consecutivas, se deje llevar ni por impulsos
juveniles ni por aquellos modelos ideológicos más afines a los romanos que a
los griegos.
Mucho
menos por los infaltable entornos donde jamás faltan los escribas como aquellos
que -en siglos más cercanos- quedaron para la historia como los redactores de
los “Diarios de Irigoyen”.
Lo
que es seguro, y esto no sólo se filtra del Pentágono del Grand Bourg, es que
Urtubey está harto de su propio gabinete.
Aunque,
naturalmente, se apresure a desmentirlo.
© Semanario Propuesta
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