lunes, 30 de julio de 2012

Anticipos de guerra


Por Alfredo Leuco
Cristina asegura que ganará la madre de todas las batallas. Da por hecho que el viernes 7 de diciembre el Grupo Clarín será reducido a cenizas. En uno de sus discursos anticipó que ese día se termina lo que ella denominó “el comando en jefe de la cadena nacional del miedo y el desánimo”. Como si se prepararan para derrocar una dictadura noticiosa, sólo faltó que los camporistas cantaran: “Se va a acabar / se va a acabar / esa costumbre de informar”.

Esta obsesión es coherente con la historia del matrimonio Kirchner que, desde que Néstor fue intendente de Río Gallegos, intentó imponer un discurso único y aniquilar la diversidad de opiniones. Controlar las palabras y que nadie los controle a ellos es dogma en su trayectoria. Apenas llegó al gobierno, el ex presidente identificó a su enemigo principal: Clarín. “Es el único que me puede voltear”, dijo en la intimidad del Tango 01 a un grupo de periodistas que regresábamos de una Cumbre Iberoamericana en Santa Cruz de la Sierra. Aquel día, Luis D’Elía le presentó a Néstor a un tal Evo Morales, “un compañero que viene ganando muchas elecciones municipales”. ¿Qué hizo Néstor con Clarín? Lo de siempre: primero lo sedujo con primicias y privilegios y mantuvo durante años un alegre concubinato. Después intentó comprarlo con el aporte “desinteresado” de un grupo de empresarios que luego fueron premiados con otros medios “pautadependientes”. Y finalmente, decidió exterminarlo. Estamos en esta última fase.

La Presidenta no tiene dudas de que el 7 de diciembre, cuando caiga la medida cautelar, Clarín deberá “desinvetir”, es decir, vender varias de sus empresas. Cristina cree que eso le quebrará el espinazo al gigante. ¿Qué hará Clarín? Van a interpretar que recién ese día D comenzará a regir el plazo previsto de un año para desprenderse de varias de sus unidades de negocios. ¿Qué hará Cristina? Avanzar a tambor batiente con el mecanismo previsto en el proceso de adecuación. Ya descartaron el primer escalón porque no ocurrió: la presentación espontánea. Está en marcha el segundo paso, llamado “constatación de oficio”. Esta semana, llegaron cédulas de notificación a Canal 13, radio Mitre y Cablevisión, entre otras naves insignia del grupo dominante. Exigen verdaderas tomografías computadas de los libros contables. Clarín dice que eso es ilegal. Y Cristina acelera con la convicción de que vencen todos los plazos y que tendrá la cabeza de Héctor Magnetto colgada del arbolito de Navidad. Piensan avanzar con el último, tramo llamado “transferencia compulsiva de licencias”. Ya lo hicieron antes, pero esta vez no van a necesitar rodear los edificios con la Gendarmería o con una brigada de la AFIP. Los técnicos consultados por PERFIL dicen que con sólo bajarles las palancas de las señales esas empresas se quedarán sin su insumo básico para operar y se transformarán en sellos de goma, en cáscaras vacías.

Políticamente será un choque de planetas. Un gobierno, que no es el de Hugo Chávez, sacará de un plumazo del ring a la radio y el canal que están entre los dos con mayor audiencia. Si eso ocurriera, el tablero mediático saltaría por el aire y nacería un nuevo rompecabezas mucho más dócil para Cristina y menos plural aunque se argumente lo contrario.

La Presidenta logrará herir seriamente la libertad de expresión y podrá avanzar sin mayores obstáculos para forzar una reforma constitucional que la lleve a la eternidad. En los comicios parlamentarios de medio tiempo de 2013, todos los díscolos no tendrán otro remedio que cuadrarse y hacer sonar los tacos frente a ella. Cristina capitana.

Nada es tan lineal, por supuesto. Hay varios jueces dispuestos a escuchar a Clarín y la Justicia todavía ofrece varios laberintos. Pero sobre todo, hay que ver si la marcha decadente de la economía actúa o no como kryptonita frente al poder de Cristina.

Por ahora, el gran problema que tiene y tendrá es su concepción autoritaria de lo que deben ser los medios en democracia y la ignorancia absoluta acerca del funcionamiento y la lógica del periodismo.

El conspirador piensa que todos son de su misma condición. Fue tragicómico su análisis sobre una reunión rutinaria y protocolar que se hizo en la Rural y de la que se enteró leyendo el diario La Nación. La Presidenta está convencida de que los capos de Clarín (Aranda), La Nación (los hermanos Saguier) y de este diario (Jorge Fontevecchia) se juntaron en forma clandestina. “Los pescaron” y fueron obligados a “blanquear” el encuentro para que “no los escracharan, como ocurrió cuando fueron a la Corte. ¿Se acuerdan?”, dijo con seguridad Odol. Ni se le cruzó por la cabeza que esos “jefes del golpismo”, si tuvieran realmente esas negras intenciones, podrían juntarse en otro lugar más clandestino, lejos de un lugar público de concurrencia tan masiva, que además tiene cientos de periodistas acreditados.

Trepada a la paranoia, adivinó, incluso, lo que estaban hablando. Con un infantilismo enfermizo, dijo que “con una coordinación perfecta estaban decidiendo qué título nos van a enchufar mañana”. Desconoce que en las redacciones de esos diarios, que compiten entre sí con enjundia y se esconden las cartas como jugadores de póquer, se reían imaginando semejante intercambio de primicias. Tomala vos, dámela a mí. Vos vas contra Boudou y yo le doy con un caño al control de la tarjeta SUBE.

Es que el odio la ciega. Ella es mucho más inteligente que esa conclusión, como lo demostró al día siguiente: “Cada uno de nosotros no va a ser juzgado por los titulares de los diarios, sino por la historia y la memoria de un pueblo”.

El tema despierta gracia y preocupación porque desnuda el objetivo de Cristina. Al igual que muchos de los cuasi periodistas que integran la maquinaria propagandística que pagamos todos, la Presidenta cree que si mañana cierran los diarios, las radios y la tele profesional, como por arte de magia, se terminan todos los problemas de la Argentina. Les atribuyen a los medios la responsabilidad sobre casi todo lo malo que pasa y eso que, en general, son producto de sus propios errores conceptuales, de implementación o del exceso de venganza. El experimentado editor de la realidad Juan Manuel Abal Medina planteó algo que en los 70 ya era viejo en la teoría de la comunicación. El paternalismo ideológico sostenía que la gente era tonta, una suerte de envase que los medios llenaban con el contenido que se les antojara. Algo insostenible. Dijo que la estrategia de la derecha contra los gobiernos populares es repetir cada hora las noticias de inseguridad. ¿Qué sugiere Abal Medina para solucionarlo? ¿Que las cadenas de noticias no resuman los títulos de la jornada cada treinta o sesenta minutos? ¿Que lo hagan cada tres horas le parece bien o sigue siendo demasiado destituyente? ¿Tal vez prefiera que las noticias policiales se den a conocer una vez por mes o tal vez nunca? ¿Qué quiere inventar? Igual que con el Indek, siguen intentando romper los termómetros en lugar de atacar la fiebre.

¿No advirtieron todavía que los medios también son votados todos los días? ¿Y que si fuera cierto que se la pasan operando y engañando, caerían a pique sus ventas y credibilidad? ¿O aún no registraron cuál es el motivo del fracaso de audiencias de todos los productos mediáticos K? Y eso que están inflados artificialmente con millones de dólares de pauta y pese a que Cristina viene de cosechar 12 millones de votos. Ni los más leales compran un medio para no informarse. No funcionan ni siquiera los que se reparten gratuitamente. Fortunas tiradas a un agujero negro.

La Presidenta mostró la tapa de un diario como prueba de la mala onda con la que se intenta erosionar su gobierno. No sabe, no puede o no quiere comprender que aún con la atomización del Grupo Clarín, ese diario seguirá funcionando. Y que La Nación y PERFIL no tienen radios ni canales y por lo tanto no serán afectados en nada por la caída de las cautelares. Para ellos, los cierres serán iguales, tratando de revelar lo que el poder quiere ocultar, porque ése es el ADN de los medios, además de su mirada crítica. Es la diferencia entre propaganda y periodismo. Es la diferencia entre un militante que busca el poder y un periodista que busca la verdad. A casi treinta años de democracia, hemos evolucionado en muchas cosas. Menos en la libertad de prensa. El retroceso lo pinta el sincericidio presidencial: “Para información están mis discursos. Yo no voy a hablar en contra de mí misma”.

© Perfil

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