Por Alfredo Leuco |
Esta obsesión es coherente con la historia del matrimonio Kirchner
que, desde que Néstor fue intendente de Río Gallegos, intentó imponer un
discurso único y aniquilar la diversidad de opiniones. Controlar las palabras y
que nadie los controle a ellos es dogma en su trayectoria. Apenas llegó al
gobierno, el ex presidente identificó a su enemigo principal: Clarín. “Es el
único que me puede voltear”, dijo en la intimidad del Tango 01 a un grupo de periodistas
que regresábamos de una Cumbre Iberoamericana en Santa Cruz de la Sierra. Aquel día,
Luis D’Elía le presentó a Néstor a un tal Evo Morales, “un compañero que viene
ganando muchas elecciones municipales”. ¿Qué hizo Néstor con Clarín? Lo de
siempre: primero lo sedujo con primicias y privilegios y mantuvo durante años
un alegre concubinato. Después intentó comprarlo con el aporte “desinteresado”
de un grupo de empresarios que luego fueron premiados con otros medios
“pautadependientes”. Y finalmente, decidió exterminarlo. Estamos en esta última
fase.
Políticamente será un choque de planetas. Un gobierno, que
no es el de Hugo Chávez, sacará de un plumazo del ring a la radio y el canal
que están entre los dos con mayor audiencia. Si eso ocurriera, el tablero
mediático saltaría por el aire y nacería un nuevo rompecabezas mucho más dócil
para Cristina y menos plural aunque se argumente lo contrario.
Nada es tan lineal, por supuesto. Hay varios jueces
dispuestos a escuchar a Clarín y la
Justicia todavía ofrece varios laberintos. Pero sobre todo,
hay que ver si la marcha decadente de la economía actúa o no como kryptonita
frente al poder de Cristina.
Por ahora, el gran problema que tiene y tendrá es su
concepción autoritaria de lo que deben ser los medios en democracia y la
ignorancia absoluta acerca del funcionamiento y la lógica del periodismo.
El conspirador piensa que todos son de su misma condición. Fue
tragicómico su análisis sobre una reunión rutinaria y protocolar que se hizo en
la Rural y de
la que se enteró leyendo el diario La Nación. La Presidenta está convencida de que los
capos de Clarín (Aranda), La
Nación (los hermanos Saguier) y de este diario (Jorge
Fontevecchia) se juntaron en forma clandestina. “Los pescaron” y fueron
obligados a “blanquear” el encuentro para que “no los escracharan, como ocurrió
cuando fueron a la Corte.
¿Se acuerdan?”, dijo con seguridad Odol. Ni se le cruzó por la cabeza que esos
“jefes del golpismo”, si tuvieran realmente esas negras intenciones, podrían
juntarse en otro lugar más clandestino, lejos de un lugar público de
concurrencia tan masiva, que además tiene cientos de periodistas acreditados.
Trepada a la paranoia, adivinó, incluso, lo que estaban
hablando. Con un infantilismo enfermizo, dijo que “con una coordinación
perfecta estaban decidiendo qué título nos van a enchufar mañana”. Desconoce
que en las redacciones de esos diarios, que compiten entre sí con enjundia y se
esconden las cartas como jugadores de póquer, se reían imaginando semejante
intercambio de primicias. Tomala vos, dámela a mí. Vos vas contra Boudou y yo
le doy con un caño al control de la tarjeta SUBE.
Es que el odio la ciega. Ella es mucho más inteligente que
esa conclusión, como lo demostró al día siguiente: “Cada uno de nosotros no va
a ser juzgado por los titulares de los diarios, sino por la historia y la
memoria de un pueblo”.
El tema despierta gracia y preocupación porque desnuda el
objetivo de Cristina. Al igual que muchos de los cuasi periodistas que integran
la maquinaria propagandística que pagamos todos, la Presidenta cree que si
mañana cierran los diarios, las radios y la tele profesional, como por arte de
magia, se terminan todos los problemas de la Argentina. Les
atribuyen a los medios la responsabilidad sobre casi todo lo malo que pasa y
eso que, en general, son producto de sus propios errores conceptuales, de
implementación o del exceso de venganza. El experimentado editor de la realidad
Juan Manuel Abal Medina planteó algo que en los 70 ya era viejo en la teoría de
la comunicación. El paternalismo ideológico sostenía que la gente era tonta,
una suerte de envase que los medios llenaban con el contenido que se les
antojara. Algo insostenible. Dijo que la estrategia de la derecha contra los
gobiernos populares es repetir cada hora las noticias de inseguridad. ¿Qué
sugiere Abal Medina para solucionarlo? ¿Que las cadenas de noticias no resuman los
títulos de la jornada cada treinta o sesenta minutos? ¿Que lo hagan cada tres
horas le parece bien o sigue siendo demasiado destituyente? ¿Tal vez prefiera
que las noticias policiales se den a conocer una vez por mes o tal vez nunca?
¿Qué quiere inventar? Igual que con el Indek, siguen intentando romper los
termómetros en lugar de atacar la fiebre.
¿No advirtieron todavía que los medios también son votados
todos los días? ¿Y que si fuera cierto que se la pasan operando y engañando,
caerían a pique sus ventas y credibilidad? ¿O aún no registraron cuál es el
motivo del fracaso de audiencias de todos los productos mediáticos K? Y eso que
están inflados artificialmente con millones de dólares de pauta y pese a que
Cristina viene de cosechar 12 millones de votos. Ni los más leales compran un
medio para no informarse. No funcionan ni siquiera los que se reparten
gratuitamente. Fortunas tiradas a un agujero negro.
© Perfil
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