Arte – Se cumplen este jueves, 32 años de la muerte
de Manuel J. Castilla, el mayor poeta de Salta y una de las voces más
representativas de la canción latinoamericana. Castilla ha dejado piezas
inolvidables en el canto popular al tiempo que ha refundado la poesía argentina
con obras destacadas. Fue un verdadero “anticipador de los tiempos”.
Nació en Cerrillos,
el 14 de agosto de 1918 y murió en la ciudad de Salta el 19 de julio de 1980.
La sola mención del poeta
Manuel José Castilla implica el reconocimiento de la valoración sustancial
de la poesía como forma de volver a la tierra en todo el esplendor de su
dignidad. Es en Castilla donde la poesía
argentina toma dimensiones excelsas respecto de su pertenencia, de sus afectos:
es la tierra por la que el poeta convierte su obra en un canto, siempre
presente, siempre eterno. Es, precisamente, el propio Castilla que dice “Esta
tierra es hermosa./Déjenme que la alabe desbordado...”
Considerado el mayor
poeta de Salta y una de las voces más representativas del cancionero
latinoamericano, Castilla es el símbolo, sin dudas, de la estirpe aquella del
canto fortalecido en una verdadera actitud creadora. El canto de
Latinoamérica tuvo en él su más prodigioso hijo: No te puedo olvidar y La atardecida, con Eduardo Falú, Zamba del sauce solo, con Rolando
Valladares y las inolvidables canciones que construyó con Gustavo
“Cuchi” Leguizamón (Zamba de
Balderrama, Zamba del panadero, Zamba soltera, Carnavalito del duende, Zamba de
Lozano, Zamba del pañuelo, La pomeña, La enojosa) fueron hitos
fundamentales de la música popular argentina en la que se apoyaron todos los
grandes intérpretes para sustentar su propia voz.
Castilla refundó
la poesía argentina con obras como Agua
de lluvia, Luna muerta, Copajira, La tierra de uno, y Cantos del gozante,
entre otros libros y en prosa publicó De
solo estar.
El ensayista y escritor Aldo
Parfeniuk, en su libro “Manuel J. Castilla – Desde la aldea
americana”, supo decir del poeta salteño: “Como un anticipador de los tiempos (en rigor, todo poeta es un
delicadísimo sensor de lo por venir) innegablemente el poeta salteño recuperó
para el espíritu cuanto depara aún al hombre una justa convivencia, una amorosa
impenetración de la que su experiencia es un acabado testimonio, que permita el
reconocimiento de una identidad y de una pertenencia (que él es un animal más
de un vasto reino) ante cuyo olvido debe pagar altos precios. Bueno será
recordar, sin embargo, que ello sólo será posible en tanto tal hombre que se
proponga negarlo todo, haya tenido antes la experiencia (...) de serlo todo”.
De La niebla y el árbol (fragmento)
Tú buscabas la tierra,
pero una tierra negra y desolada
y brutal y confiada.
Tú buscabas el hombre de esta tierra
con una amplia canción en la garganta.
La canción es del aire,
pero en el aire vuelan pájaros de hojas secas.
La canción es del aire y en el aire
ruedan los remolinos de la tierra.
Porque sabías de las aguas turbias
y de olvidadas tardes de ladrillo,
la tierra te llevaba a sus riberas
porque vieras la sangre desbordada
de sus ríos crecidos.
Pero la tierra se prolonga en la tarde
como es prolongación tu voz que cae a veces
más hermosa que la tarde, en la tierra.
Tú buscabas el agua
sin saber que tus ojos
recién habían salido de las aguas;
tú buscabas el viento
cuando el viento nacía en tu cabello,
tú buscabas el árbol y soltabas
pájaros para los árboles.
(...)
Si te hubieras quedado,
tal vez no te encontrara
para cantarte en medio de tantas hojas secas.
Tú buscabas la tierra.
© Agensur.info
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