Por Ignacio Fidanza |
La decisión del líder camionero de ningunear a los que comparten su posicionamiento frente al Gobierno, justo cuando más los necesita, estuvo marcada por la voracidad: mostrar a propios y extraños que él solito podía reventar la Plaza de Mayo. Para después, negociar con ellos desde una posición de supremacía.
Fue una apuesta y le salió mal. Es la misma voracidad que expresó en sus sucesivos mandatos en la CGT donde fue excluyendo a los pares que lo ayudaron a llegar y reclamaban en consecuencia ser parte de las decisiones. Mismo reflejo que incluso expresó cuando lanzó el paro nacional en TN, sin el paso previo de consultar aún al menguado consejo directivo de la CGT que todavía lo acompaña.
El mejor Moyano se vio en su hábil salida del paro de camioneros de la semana pasada, pero luego de ese triunfo táctico recayó en sus peores defectos, esos que desembocaron en el escuálido palco donde a excepción del líder de los peones rurales, Gerónimo “Momo” Venegas, no se vio a ningún sindicalista de peso.
Si se compara los 25 mil de esta tarde con el casi medio millón de personas que reunió en la 9 de Julio en abril del año pasado, cuando todavía nucleaba detrás suyo a buena parte del movimiento obrero organizado, la parábola no puede ser más elocuente.
Tan reactivo fue el Moyano de estos días que hoy mismo su hijo Facundo se encargó de advertirle al PRO que no serían bienvenidos en la Plaza. Extraña manera de sumar, para quien además por esas peculiaridades de la Argentina , amenazaba con convertirse en un referente de la clase media alta porteña, que suele golpear las cacerolas los jueves.
De hecho, una pequeña recorrida por la Plaza bastó para confirmar que poco hubo de espontáneo, de clase media; por fuera de lo movilizado por camioneros y algunas agrupaciones de izquierda, que en otra delicia argentina encontraron en el camionero el mejor vehículo para ensayar su vía al marxismo.
Pero acaso sería un error darlo por muerto. Demostró hace apenas una semana que cuando los planetas se le alinean es un político sagaz y peligrosísimo, al punto que logró descolocar al gobierno y acaso a la propia Presidenta, como se pareció entrever en su zigzagueante discurso de ayer.
“Mañana Moyano lanza”, sintetizó a LPO un experimentado intendente del Conurbano. Y en rigor eso fue lo que ocurrió hoy. Fue un lanzamiento más agrio que dulce, pero es apenas el inicio de una pelea larga que tendrá sus avances y retrocesos.
En el gobierno hubo un enorme alivio que con el paso de las horas se fue transformando en euforia contenida. Ni rastros de pueblada ni nada que se pareciera a las impresionantes movilizaciones que se produjeron en el pico del conflicto con el campo, fantasma recurrente del kirchnerismo en sus peores horas.
El paro también fue un fracaso. Y en eso hay que reconocerle reflejos al Gobierno. Operó fuerte, con Guillermo Moreno, Julio de Vido y Carlos Tomada. Apretó, depositó fondos de las obras sociales, mezcló amenazas y promesas y fue bajando de a uno a los gremios. Un trabajo que contó con la inestimable ayuda del taxista Omas Viviani, una suerte de auditor externo que en todo el proceso cantó a los funcionarios el nivel de confiabilidad de los sindicalistas que iban desfilando.
Se vio en esa pulseada el expertise del peronismo, eso que en la Argentina se llama gobernabilidad. Cristina sorteó así su primer paro nacional casi sin despeinarse. Lo que asomaba como una tormenta de proporciones, como el inicio de la larga marcha del postkirchnerismo, terminó reducido a un acto modesto, incluso en el contenido de sus reclamos.
Scioli por el contrario se encerró en un silencio espeso. Sería ingenuo afirmar que no pagará ningún costo, equiparar su foto con el camionero con las que se saca con Tévez, Maradona o el Kun Agüero. No es letal, ni definitorio en una Argentina siempre reversible, pero esta noche quedó del lado de los derrotados.
Esta claro que el kirchnerismo sigue sin encontrarle la vuelta a su problema de fondo que es la ausencia de un sucesor, pero hoy Cristina ganó y compró tiempo. Bastante para esta Argentina impredecible, que así, por capítulos, empieza a sumergirse en esa experiencia fascinante que entrega el peronismo, cuando abre la discusión del poder.
© LPO
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